viernes, 31 de julio de 2020

LA SANGRE DE CRISTO


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Te dejo el video donde predico acerca de este tema (el contenido del video es el mismo que el expuesto mas abajo):


Introducción

Existen no pocos predicadores (algunos de ellos de cierto renombre) que sostienen que invocar la sangre de Cristo no es bíblico.

Quienes nos congregamos en iglesias pentecostales, solemos invocar la sangre del Señor en oraciones de cobertura por nosotros mismos o por terceras personas o, incluso, cuando hacemos oraciones para liberar a alguien que está siendo oprimido por demonios. Quienes participamos en liberación sabemos del terror que sienten los demonios cuando el ministro que lleva adelante la liberación invoca la sangre del Señor.

Argumentos en contra

Quienes se oponen a esta práctica (invocar la sangre de Cristo), argumentan que no hay una sola situación en la Biblia en que pueda verse a alguien invocando la sangre del Señor, bajo ninguna circunstancia. Por lo tanto, toman esta práctica como exclusivamente pentecostal y sin la menor base bíblica.

Por supuesto que la Biblia habla de la sangre del Señor. Pablo dice que fuimos comprados por precio (1 Corintios, 6:20) y Pedro dice que el precio pagado fue la sangre de Cristo (1 Pedro, 1:18-19). Pero la Biblia nada dice (es cierto) sobre invocar la sangre del Señor como cobertura, para echar fuera demonios o para lograr otro cometido.

Argumentos a favor

Sin embargo, no basta con que algo no este específicamente mencionado en las Escrituras para afirmar que no es bíblico o que no surge de la Biblia. Debemos aprender a diferenciar la “letra fría” del “espíritu de las Escrituras”.

Esta discusión, por ejemplo, es muy popular en el Derecho. Lo que se pretende, al interpretar la ley, es no solo ver lo que está escrito en ella (la “letra fría de la ley”), sino el “valor supremo” que los legisladores pretendieron proteger al sancionar esa norma (el “espíritu de la ley”) y en esto es en lo que debe hacer especial hincapié un magistrado a la hora de aplicar la ley.

Por ejemplo, mientras la borrachera esta mencionada en la Biblia como un pecado (1 Corintios, 6:10), el fumar no lo está. ¿Significa esto que el emborracharse es un pecado y el fumar no lo es?. En lugar de quedarnos “dando vueltas” en la “letra fría de las Escrituras” (discutiendo si la Biblia dice o no dice), debemos escudriñarlas para ver cuáles son los “principios rectores” que subyacen en ellas y analizar toda situación a la luz de estos últimos. Esto significa aplicar “el espíritu de las Escrituras”.

Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo:

1 Corintios, 3:16 ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? 3:17 Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.

1 Corintios, 6:19 ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?

Si destruimos nuestro cuerpo (sea de la manera que fuere), destruimos el “templo de Dios” y por eso, dice Pablo, seremos destruidos (1 Corintios, 3:17). Este es el “principio rector” que hay que aplicar, en lugar de hurgar en las Escrituras para ver si estas mencionan el beber, el fumar, el drogarse u otra cosa. Aunque, a diferencia de la borrachera, la Biblia no hace mención respecto del fumar o el drogarse, se trata de actos que, en definitiva, destruyen nuestro cuerpo (el “templo de Dios”), por lo que, en ausencia de toda norma específica al respecto, corresponde aplicar el “principio rector” consagrado en 1 Corintios, 3:17. El “valor supremo” que pretenden proteger las Escrituras, en este caso, es el “templo de Dios” (nuestro cuerpo). Por ende, todo lo que destruya el “templo de Dios”, aunque no esté mencionado en las Escrituras, entra en colisión directa con ellas, no por una norma específica sino por aplicación del “principio rector” de 1 Corintios, 3:17 (el “espíritu de las Escrituras”).

Por lo explicado hasta aquí y aunque sea cierto que no hay nadie en la Biblia cubriéndose con la sangre de Cristo o invocando la misma para echar fuera un demonio, la sangre del Señor no debiera ser descartada tan rápidamente como herramienta de protección.

La sangre de Cristo sigue activa

Otro argumento en contra de invocar la sangre de Cristo es que la misma ya fue derramada hace casi 2000 años y ya “hizo su trabajo”, que fue limpiarnos de nuestros pecados. Para quienes así piensan, la sangre de Cristo es como una foto vieja, descolorida, que ya no tiene ningún efecto en nuestras vidas. Pero se equivocan, porque la sangre de Cristo sigue activa.

Todas las generaciones de cristianos posteriores a la cruz, aun después de convertidos, continuaron y continúan pecando:

1 Juan, 1:8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.

El apóstol Juan dice “si decimos”, es decir, se incluye, motivo por el cual está hablando de la iglesia (nadie representa mejor a la iglesia que el apóstol Juan). Para Juan, quien, autoproclamándose cristiano, no reconoce que, aun después de convertido, hay pecado en su vida, no es un cristiano verdadero (la verdad no está en el).

1 Juan, 1:9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.

Pero, gracias a Dios, en el versículo siguiente, Juan nos da la solución: la confesión. Cada vez que nos equivocamos y confesamos nuestros pecados, el Señor nos perdona y nos vuelve a limpiar. Estas son “acciones continuas”, porque continuamente estamos equivocándonos y confesando. Pero ¿qué es lo que nos vuelve a limpiar?. La sangre de Cristo, claro.

La sangre de Cristo fue derramada una sola vez (Hebreos, 10:10, 12), de otro modo el Señor hubiera tenido que bajar a morir una y otra vez en la cruz, cada vez que nos equivocamos (Hebreos, 9:26). El poder redentor de la sangre de Cristo es eterno (Hebreos, 10:14) y es la confesión (1 Juan, 1:9) la que hace que esa sangre, derramada una sola vez, nos vuelva a limpiar cada vez que pecamos y confesamos. La sangre de Cristo puede hacer esto porque sigue activa desde que fue derramada.

Este es el “principio rector” por el que muchos cristianos invocamos la sangre de Cristo.

Quienes dicen que no es bíblico invocar o apelar a la sangre de Cristo, no entienden 1 Juan, 1:9. Quienes se jactan de no invocar nunca la sangre de Cristo, no se dan cuenta de que eso es exactamente lo que hacen cada vez que confiesan sus pecados (1 Juan, 1:9), a menos, claro está, que jamás confiesen sus pecados al Señor.

Confesar nuestros pecados (1 Juan, 1:9) es invocar la sangre de Cristo para que nos vuelva a limpiar de toda maldad.

Conclusión

Para Pablo, la salvación es por gracia, por medio de la fe (Efesios, 2:8-9) en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4). ¿Y qué dice el Evangelio?:

1 Corintios, 15:3 Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 15:4 y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;

El Evangelio habla de la muerte de Jesús por nuestros pecados (también habla de su sepultura y de su resurrección) y, si habla de su muerte, también habla del derramamiento de su sangre. La sangre de Cristo es el corazón de la “teología de la salvación”.

Aunque su nombre es sobre todo nombre (Filipenses, 2:9) y no hay otro nombre en el que podamos ser salvos (Hechos, 4:12), el nombre de Jesús está indisolublemente ligado a su obra en la cruz. Si Cristo no hubiese derramado su sangre en la cruz, su nombre seria apenas un nombre y no alcanzaría para salvarnos.

No fue el nombre de Jesús, ni fue su vida ejemplar, no fueron sus sermones, ni su bondad, no fueron sus milagros, ni su sabiduría, fue su sangre la que nos salvó del infierno que merecíamos.

El único interesado en que no clamemos a la sangre de Jesucristo es aquel que fue derrotado por ella y ya sabemos de quien se trata:

Colosenses, 2:15 y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.


DIOS LOS BENDIGA!

Marcelo D. D’Amico

Maestro de la Palabra – Ministerio Rey de Gloria

miércoles, 29 de julio de 2020

EL LIBRE ALBEDRIO


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Te dejo el video donde predico acerca de este tema (el contenido del video es el mismo que el expuesto mas abajo):


¿Qué es el “libre albedrio”?

El “libre albedrio” es la creencia según la cual las personas tienen el poder de elegir y tomar sus propias decisiones. Es la potestad que el ser humano tiene de obrar según considere y elija. Esto significa que las personas tienen naturalmente libertad para tomar sus propias decisiones, sin estar sujetos a presiones, necesidades, limitaciones, condicionamientos o a una predeterminación divina.

Mientras que la “libertad” de acción es la capacidad de actuar, el “libre albedrío” es, primeramente, la capacidad de decidir o elegir que, eventualmente, se traduce luego en la acción correspondiente. En suma: mientras la “libertad” es la capacidad de actuar libremente y “libre albedrio” es la capacidad de decidir o elegir como actuar.

Se puede hablar del “libre albedrio” desde dos puntos de vista:

[1] desde el punto de vista filosófico; o

[2] desde el punto de vista religioso;

El punto de vista filosófico

Al hablar del “libre albedrio” desde el punto de vista filosófico, debemos hablar de diferentes corrientes de pensamiento como:

[+] el “determinismo”, según el cual todos los eventos son el resultado inevitable de una causa previa, es decir, todo lo que pasa tiene una razón de ser;

[+] el “indeterminismo”, contrario al “determinismo” (y una forma del “libertarismo”) según el cual el “libre albedrío” realmente existe y esa libertad hace que las acciones sean un efecto sin una causa previa;

[+] el “compatibilismo”, según el cual el “libre albedrio” aún existe en un universo “determinista”, es decir, aunque todo tenga una razón de ser, hay libertad de elección;

Nota: la filosofía que acepta tanto el “determinismo” como el “compatibilismo” se llama el “determinismo suave”.

[+] el “incompatibilismo”, según el cual es imposible creer en la existencia del “libre albedrio” en un universo “determinista”, es decir, todo tiene una razón de ser por lo que no puede existir libertad de elección;

Nota: la filosofía que acepta tanto el “determinismo” como el “incompatibilismo” se llama el “determinismo radical o severo”.

[+] “libertarismo”, según el cual los individuos tienen plena libertad de elección y, por lo tanto, rechaza el “determinismo”;

Como no es el objeto del presente estudio, nada más diremos sobre el “libre albedrio” desde el punto de vista filosófico. No obstante, los anteriores conceptos se dieron para ver como influyeron en el pensamiento religioso o, más precisamente, en la teología cristiana de la salvación.

El punto de vista religioso

Sacando otras religiones (el judaísmo, el islam, etc.), el cristianismo falso o infiltrado (el catolicismo romano) y las sectas cristianas (testigos de Jehová, mormones, etc.), dentro del cristianismo verdadero (protestante), existen dos corrientes bien diferenciadas: el calvinismo y el arminianismo. Al respecto puedes ver, en mi blog, un estudio denominado “Calvinismo” (pincha Aqui).

Influenciados por “calvinistas” y “arminianos”, dentro del espectro protestante (evangélico), a su vez, hoy tenemos a “bautistas” y “pentecostales”, estos últimos llamados, un poco peyorativamente, “carismáticos” por los “bautistas”.

Desde el punto de vista del cristianismo, el “libre albedrio” significa que las personas, en cuanto a su salvación o condenación, tienen plena libertad para tomar sus propias decisiones, sin estar sujetas a una predeterminación (¿predestinación?) divina.

En relación al “libre albedrio” y en cuanto a la salvación o a la condenación de nuestras almas, en general podemos decir que, mientras los “bautistas” (influenciados por el “calvinismo”) suelen adoptar alguna forma de “determinismo”, los “pentecostales” (influenciados por el “arminianismo”) suelen ser “indeterministas” pudiendo, incluso, existir, entre ambos, una tercera posición al aceptar la existencia del “libre albedrio” aun en un contexto “determinista” (“compatibilismo”).

Traduzcamos:

[1] doctrina sustentada por los “bautistas” (“calvinistas”): no existe el “libre albedrio” porque la salvación, más allá de nuestras acciones (elecciones) personales, es el resultado inevitable de la predeterminación (¿predestinación?) divina (“determinismo”); o

[2] doctrina sustentada por los “pentecostales” (“arminianos”): existe el “libre albedrío” porque la salvación es el resultado de nuestras acciones (elecciones) personales, sin ningún tipo de intervención o predeterminación divina; o

[3] doctrina sustentada por unos y por otros: existe el “libre albedrio” solo desde nuestra perspectiva, pero en un contexto en el que la salvación, más allá de nuestras acciones (elecciones) personales, es el resultado inevitable de la predeterminación (¿predestinación?) divina (“compatibilismo”);

Nota 1: Nosotros adherimos a la doctrina del apartado [3].

Nota 2: Hemos puesto entre signos de interrogación la palabra “predestinación”, que es sinónimo de “predeterminación”, ya que la “doctrina de la predestinación divina” (sustentada por el “calvinismo” y que, desde ya, analizaremos) es fundamental para comprender el verdadero alcance del “libre albedrio”.

Razones que debilitan la idea del “libre albedrio pleno”

Hay algunas razones por las que conviene desconfiar de la existencia del “libre albedrio pleno”, a saber:

[+] los hombres no pueden acercarse (ni elegir) a Cristo por si mismos;

Jesucristo dijo:

Juan, 6:44 Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. 6:45 Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí.

Juan, 15:16 No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé.

No obstante, alguien podría afirmar que, si bien es cierto que Cristo “eligió” a sus apóstoles (Juan, 15:16), esto no significa que nos elegiría también a nosotros. Para los que pretenden limitar la “elección” de Cristo solo a sus apóstoles va el siguiente versículo:

Juan, 17:20 Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, 17:21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.

Cristo oro por nosotros (las generaciones venideras) al igual que oro por sus apóstoles. 

Si no podemos acercarnos a Cristo por nuestros propios medios (el Padre nos lleva) y no lo elegimos nosotros a El sino El a nosotros, la idea del “libre albedrio” pleno comienza a perder un poco de fuerza desde el vamos.

[+] la fe inicial para alcanzar la salvación no es nuestra;

Pablo escribe:

Efesios, 2:8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 2:9 no por obras, para que nadie se gloríe.

Para Pablo, la causa de la salvación es la gracia. ¿Qué es la gracia?. La gracia es el favor inmerecido de Dios, por medio del cual podemos ser salvos, obedecer los mandamientos de Dios (aunque no de manera perfecta) y ser santos. La gracia es la actividad unilateral de Dios, por medio de la cual El está todo el tiempo atrayendo las almas hacia sí mismo. La gracia es una de las principales actividades de Dios (Juan, 5:17).

Y el medio para acceder a esta gracia (la causa de la salvación) es la fe en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4). La fe es el “boleto de entrada” a la gracia (Romanos, 5:2).

Pablo dice, además, que “esto no de vosotros, pues es don de Dios”. La palabra “don” significa aquí “regalo”. Ahora bien ¿qué es lo que no es nuestro sino un regalo de Dios?.

La salvación, que es por gracia, por medio de la fe. Esto significa que ni la salvación, ni ninguno de los elementos necesarios para alcanzarla (que son la gracia y la fe) son nuestros. Ya sabemos que la gracia no es nuestra sino que es una actividad divina (Juan, 5:17), pero ¿qué pasa con la fe?. Para Pablo, la fe por medio de la cual accedemos a la gracia (Romanos, 5:2), tampoco es nuestra.

Pablo afirma que la salvación “no es por obras, para que nadie se gloríe”, es decir, para que nadie pueda jactarse delante de Dios de haberse salvado por sus propios méritos. No nos podemos jactar ni siquiera de nuestra fe, es decir, de haber creído en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4).

Pablo reafirma esta idea cuando escribe:

Romanos, 3:27 ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. 3:28 Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.

Toda jactancia en cuanto a la salvación queda excluida, dice Pablo, por la “ley de la fe”. No hay nada, en cuanto a su salvación, de lo que el hombre pueda jactarse.

Sin embargo algunos creen que la fe es una “respuesta humana” a la predicación del Evangelio, en el sentido de que hay un predicador predicando el Evangelio y hay un auditorio donde mientras algunos (que “aceptan” el Evangelio) se salvan, otros (que lo “rechazan”) se condenan. Para ellos, la fe es un “acto humano unilateral”, rechazando toda intervención divina. Pero, como acabamos de demostrar, esta idea no tiene sustento en las Escrituras.

Analicemos la cuestión con algo de lógica. Si la salvación es por fe y no por obras, como lo afirma Efesios, 2:8-9, entonces la fe no puede ser una obra humana, de otro modo el pasaje escrito por Pablo encerraría una contradicción. Si la fe califica como obra humana, entonces, por definición, no puede salvarnos. Por lo tanto, la fe que nos salva tiene que provenir 100% de Dios. ¿Se entiende el punto?.

Al oír con fe el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4), no solamente somos salvos sino que, además recibimos al Espíritu Santo (Gálatas, 3:2), el cual no solo viene a morar (Juan, 14:17, 1 Corintios, 3:16, 6:19) sino que, además, es sellado (Efesios, 1:13-14, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22) en nosotros. Aquí, el Espíritu Santo ya ejecuto su obra en nosotros, consistente en convencernos [1] de pecado, [2] de justicia y [3] de juicio (Juan, 16:8) y es cuando van a empezar a aparecer los nueve frutos del Espíritu, siendo la fe uno de ellos (Gálatas, 5:22-23). O sea, el fruto de la fe va aparecer por el solo hecho de que el Espíritu Santo está morando y sellado en nosotros.

Para colmo, Pablo escribe estas inquietantes palabras:

2 Tesalonicenses, 3:2 y para que seamos librados de hombres perversos y malos; porque no es de todos la fe.

Ni la fe inicial para salvación (Efesios, 2:8-9), ni la fe como fruto del Espíritu (Gálatas, 5:22-23), son nuestras, con lo cual la idea del “libre albedrio” pleno continúa perdiendo fuerza.

[+] es Dios el que abre el corazón (y no el hombre), para que impacte el Evangelio;

Cuando el Evangelio se predica fuera de la Iglesia o se lee la Palabra de Dios en privado, no todos, en ese momento, son convencidos de pecado (Juan, 16:8) y de su necesidad de Cristo.

Es por eso que hay dos llamamientos:

[1] un “llamamiento externo”; y

[2] un “llamamiento interno”;

El “llamamiento externo” puede ser descripto como “palabras del predicador” pero, para que la salvación opere, ese “llamamiento externo” debe ser acompañado (complementado) por el “llamamiento interno” del Espíritu Santo de Dios.

Una ilustración de esta enseñanza es la siguiente situación descripta en el Libro de los Hechos de los Apóstoles:

Hechos, 16:13 Y un día de reposo salimos fuera de la puerta, junto al río, donde solía hacerse la oración; y sentándonos, hablamos a las mujeres que se habían reunido. 16:14 Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía.

Pablo estaba predicando en la ciudad de Filipos, a la vera de un rio y, entre su auditorio, había una mujer llamada Lidia, vendedora de purpura, que estaba escuchando lo que Pablo decía. Pablo (el predicador) habló al oído de Lidia y este es el “llamamiento externo”, pero el Señor habló al corazón de Lidia y este es el “llamamiento interno”. Los hombres (varones y mujeres), por su misma naturaleza, resisten el Evangelio de Dios y por eso es necesario el llamado de Dios.

Esto explica porque, ante una misma predicación, algunos son impactados por el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4), mientras que, para otros, el Evangelio permanece todavía oculto (2 Corintios, 4:3).

¿Cuántas veces nosotros mismos hemos escuchado el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4), sin mayores consecuencias, hasta que ¡zas!, el velo nos fue corrido y fuimos impactados?.

Tampoco somos nosotros los que abrimos nuestro corazón para que el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4) nos impacte sino que es Dios, con lo cual la idea del “libre albedrio” pleno termina de perder fuerza del todo.

La “doctrina de la predestinación divina”

Al respecto, puedes ver un estudio que hicimos hace algún tiempo, denominado “Doctrina de la predestinación divina” (pincha Aqui).

Como ya dijimos en ese estudio, sabemos que Dios predestina (Romanos, 9:21-24, Efesios, 1:4-5, 1 Pedro, 2:8, Judas, 1:4), incluso sabemos que lo hace en forma individual (Jeremías, 1:5, Gálatas, 1:15-16), motivo por el cual la pregunta no es si Dios predestina (podemos ver que si lo hace), sino que la pregunta sería en base a qué criterios predestina. Como se trata de un Dios santo, justo y misericordioso, es claro que no lo puede hacer en función de unos criterios caprichosos o arbitrarios (Dios no puede violar sus atributos). Podríamos decir, entonces, que Dios predestina en función del “conocimiento anticipado” que Él tiene del futuro.

El conocido atributo de Dios denominado “omnisciencia”, que quiere decir que Dios todo lo sabe, incluye (además del pasado y del presente), el conocimiento de lo porvenir:

Isaías, 46:9 Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, 46:10 que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero;

Este “conocimiento del futuro” esta aludido en la Biblia como “presciencia” (1 Pedro, 1:2) y también como “conocimiento anticipado” (Hechos, 2:22-23). La “presciencia” es un atributo de Dios por el que los “acontecimientos futuros” son conocidos por El de antemano y sin mediar ningún indicio objetivo de que están por ocurrir.

Cuando la Biblia habla de “predestinación” hay que entenderla a la luz de este concepto de “presciencia” o “conocimiento anticipado”. La “predestinación” por parte de Dios no es, entonces, caprichosa ni arbitraria sino que Dios predestina en función de lo que ya vio que va a ocurrir en el futuro.

Dios no tiene nuestras limitaciones físicas

Nuestra existencia física tiene lugar en cuatro dimensiones: en el espacio tridimensional (largo, ancho y alto) y a lo largo del tiempo.


Pero Dios no está limitado a estas dimensiones en las que el hombre existe. Dios es un ser espiritual (Juan, 4:24) y también es luz (1 Juan, 1:5), por lo que, en esencia, Dios un ser de otra dimensión, que no tiene ninguna de nuestras limitaciones. Por eso no debe extrañarnos (aunque no podamos comprenderlo) que Dios pueda ver anticipadamente el futuro en las dimensiones en las que nos movemos nosotros.

La predestinación como doctrina

Los que niegan la doctrina de la predestinación sostienen que la predestinación de la que habla Romanos, 8:29-30 (versículos que veremos a continuación), se refiere a la iglesia considerada como un cuerpo colectivo y no a personas individuales. Pero la predestinación a nivel individual está presente en la Biblia, en el AT, respecto de Jeremías (Jeremías, 1:5) y, en el NT, respecto de Pablo (Gálatas, 1:15-16).

Los pasajes que pueden considerarse el sustento bíblico por excelencia de la “doctrina de la predestinación” los escribió el apóstol Pablo:

Romanos, 8:29 Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. 8:30 Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.

Jack Kelley (reconocido ensayista bíblico norteamericano, lamentablemente fallecido en el otoño americano de 2015), lo explica maravillosamente bien:

Si usted es salvo, Dios lo sabía desde antes que creara la Tierra. Previo a darle a Adán su primer aliento, Él miró sobre toda la vasta extensión del tiempo y vio el momento en que usted tomaría esa decisión voluntaria e independiente (“libre albedrio”) para servirlo a Él (Él lo sabía de antemano).

Es en ese momento cuando Dios hace una reservación para usted en el Reino, jurando que nunca borrará su nombre del libro (Él predestinó). Cuando llegó el momento correcto Él le habló a su corazón, sabiendo que usted respondería (Él llamó). Y cuando usted lo hizo Él le purificó de todos sus pecados, considerándolo a usted, desde ese momento en adelante, como si nunca hubiera pecado (Él justificó). Y un día, pronto, Él le dará a usted un cuerpo nuevo eterno y un lugar cerca de Él en Su Reino (Él glorificó) [Romanos 8:29-30].

En el contexto del tiempo usted tomó su propia y libre decisión (“libre albedrio”) para aceptar el perdón que Jesús adquirió para usted. Pero habiendo visto el fin desde el principio, Él siempre supo que usted lo haría. Durante toda su vida Él le ha estado observando, preparándole para el día en que usted tomaría esa decisión. Y desde entonces, Él le ha protegido, porque Él ha prometido que nunca perderá a nadie que se le haya dado (Juan, 6:39-40). Él sabe que es el trabajo del pastor guardar a las ovejas. Y Él es el Buen Pastor.

El vocablo griego traducido “conoció de antemano” significa tener un conocimiento previo, o conocer con anterioridad, y la palabra traducida “predestinó” significa asignar. La palabra traducida “llamar” proviene de la raíz que significa mandar, ordenar, o alentar. La palabra “justificar” significa rendir a una persona como justa, y “glorificar” significa alabar, elogiar, aumentar o celebrar, hacerlo glorioso.

En términos simples Pablo estaba diciendo que Dios tenía un conocimiento previo de todas las personas que lo escogerían a Él y nos asignó un lugar en Su reino en ese momento. Usted podría decir que Dios hizo una reservación para nosotros por adelantado. En el momento apropiado en nuestra vida Él nos anima a tomar la decisión que Él ya sabía que tomaríamos y, cuando lo hicimos, Él aplicó el pago que ya había hecho por nuestros pecados, borrando la pizarra y justificándonos así como Él es justo. En el Rapto/Resurrección Él nos glorificará para siempre.

Ahora miremos a lo que Pablo no dijo en Romanos, 8:29-30. Él no mencionó ninguna pérdida entre cualquiera de los cinco pasos. Los que Dios conoció de antemano son los que Él predestinó. Los que Él predestinó son los que Él llamó. Los que Él llamó son los que Él justificó, y los que Él justificó son los que Él glorificó.

Ninguna persona se cae en las rajaduras y ninguna entra en el proceso a la mitad del mismo. Él conocía a todas las personas antes que Él empezara y Él no pierde a ninguna de ellas en el proceso.

La respuesta se encuentra en nuestro entendimiento del tiempo. Como seres físicos estamos gobernados por las leyes del tiempo. Estas leyes nos restringen de dos maneras importantes. Solamente podemos mirar hacia atrás (podemos ver el pasado, pero no podemos volver allí para cambiarlo) y nos estamos adentrando constantemente en el futuro (pero no sabemos lo que este nos deparará). Pero Dios no tiene esas limitaciones. Él puede ver el fin desde el principio, y conocía todo lo que sucedería en Su creación antes de que sucediera:

Isaías, 46:9 Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, 46:10 que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero;

Sin embargo, el conocer todo desde el principio no es lo mismo que controlar todo lo que sucede. Dentro del contexto del tiempo, nosotros tomamos nuestras propias decisiones y somos responsables de nuestras propias acciones (“libre albedrio”). Podemos demostrar esto de una manera simple cuando miramos un video de un evento deportivo que ya ha sucedido. Cuando se tomó el video los jugadores y entrenadores hacían el mejor esfuerzo para ganar, empleando ciertas estrategias durante el juego las cuales ellos creían que les ayudarían a ganar, y cambiando esas estrategias cuando la situación lo ameritaba.

Cuando estamos mirando ese video no estamos controlando el comportamiento de los jugadores puesto que ya sabemos el resultado que producirá su comportamiento. Y así que mientras están haciendo lo mejor que pueden creyendo que van a ganar, ya nosotros sabemos el resultado antes de empezar a mirar ese video. La vida es infinitamente más compleja pero el principio es el mismo. Igual que los jugadores en el juego, nosotros tomamos nuestras propias decisiones acerca de cómo vivir nuestra vida (“libre albedrio”), pero Dios conoce cuál va a ser el resultado de esas decisiones, y Él sabía eso desde antes que nuestra vida empezara.

Aquí es donde está la gran diferencia entre Dios y nosotros. Mientras que miramos ese video, estamos limitados a ser observadores pasivos. Nada podemos hacer para influenciar el comportamiento de los jugadores. Pero Dios no se contenta de ser un observador pasivo. Él quiere que todos sean salvos, y de manera continua obra para influenciar nuestro comportamiento.

Conclusión

Hay un mostrador y, por lo tanto, hay dos lados.

De un lado del mostrador estamos nosotros, tomando nuestras propias decisiones.

Del otro lado del mostrador está Dios, conociendo el futuro en detalle, sabiendo exactamente lo que pasará e influyendo en nosotros (dándonos la fe inicial para salvarnos, abriendo nuestro corazón para ser impactados por el Evangelio, animándonos a tomar la decisión que Él siempre supo que tomaríamos, etc.), para que las cosas terminen exactamente como El vio anticipadamente que terminarían.

Podemos decir, entonces, que, desde nuestra perspectiva existe “libre albedrio”, pero dentro de un contexto “determinado” por el conocimiento anticipado que Dios tiene del futuro y, por ende, “condicionado” por la influencia divina.

Para Dios no habrá “sorpresas” (de ningún tipo) y de esto da cuenta el siguiente versículo:

Apocalipsis, 13:8 Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo.

Los nombres de los que adorarán al anticristo durante el Apocalipsis, no fueron borrados del “libro de la vida del Cordero” sino que “nunca estuvieron escritos allí”, porque Dios siempre supo quienes adorarían al anticristo.

Existe el “libre albedrio” solo desde nuestra perspectiva, pero en un contexto en el que la salvación, más allá de nuestras acciones (elecciones) personales, es el resultado inevitable de la “predestinación divina” (“compatibilismo”).


DIOS TE BENDIGA!

Marcelo D. D’Amico

Maestro de la Palabra – Ministerio REY DE GLORIA

viernes, 17 de julio de 2020

LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO


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Te dejo el video donde predico acerca de este tema (el contenido del video es el mismo que el expuesto mas abajo):


La recepción del Espíritu Santo

El Espíritu Santo viene, como mínimo, dos veces sobre nosotros:

[1] al ser salvos, es decir, al oír el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4) con fe (Gálatas, 3:2); y

[2] al ser bautizados en el Espíritu Santo (Mateo, 3:11, Hechos, 1:8, 2:4);

Este “bautismo en el Espíritu Santo”, prometido por Jesús en Hechos, 1:8 y cumplido en Hechos, 2:4, no es para salvación sino para recibir poder y ser equipado con alguno o algunos de los nueve dones del Espíritu Santo (1 Corintios, 12:8-10), siendo una señal distintiva de haber recibido este bautismo especial el “hablar nuevas lenguas” (Hechos, 2:4);

[1] La recepción del Espíritu Santo al ser salvos

Somos salvos por gracia, por medio de la fe en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4) y no por obras (Efesios, 2:8-9, Tito, 3:5).

La gracia es el favor inmerecido de Dios, por medio del cual podemos ser salvos, obedecer los mandamientos de Dios (aunque no de manera perfecta) y ser santos. La gracia es la actividad unilateral de Dios por medio de la cual Él está todo el tiempo atrayendo las almas hacia sí mismo. Esta es una de las principales actividades del Padre y también del Hijo (Juan, 5:17).

Siendo la gracia la causa de la salvación (Efesios, 2:8), accedemos a ella por medio de la fe (Romanos, 5:2). Y, por el oír el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4) con fe, no solo recibimos la salvación sino, también, al Espíritu Santo (Gálatas, 3:2), el cual no solo se queda morando (Juan, 14:17, 1 Corintios, 3:16, 6:19) sino que, además, es sellado (Efesios, 1:13-14, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22) en nosotros.

Estas fases que hemos explicado de manera secuencial (solo para que se entienda), en realidad, ocurren todas al mismo tiempo:

[1] escuchamos con fe el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4);
[2] por la fe accedemos a la gracia (Romanos, 5:2) y somos salvos (Efesios, 2:8-9);
[3] recibimos el Espíritu Santo (Gálatas, 3:2);
[4] el cual se queda morando (Juan, 14:17, 1 Corintios, 3:16, 6:19) con nosotros; y
[5] es sellado (Efesios, 1:13-14, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22) en nosotros;

A partir de aquí, el Espíritu Santo ya ha ejecutado su obra en nosotros consistente en convencernos [1] de pecado, [2] de justicia y [3] de juicio (Juan, 16:8) y puede comenzar a usarnos para, a través nuestro, ejecutar esta obra en los incrédulos.

Nótese que todo comienza con la fe del apartado [1]. Sin esa fe inicial (dada por Dios), es imposible que la obra del Espíritu Santo sea ejecutada en un inconverso, porque el mundo no puede recibir ni conocer al Espíritu Santo debido a su incredulidad (Juan, 14:17).

En Efesios, 2:8 Pablo escribe:

Efesios, 2:8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 

¿Qué significa “esto no de vosotros, pues es don de Dios”?. La palabra “don” significa “regalo”. Pero ¿qué es lo que no es nuestro sino un regalo de Dios?. La salvación, que es por gracia, por medio de la fe. Esto significa que ni la salvación, ni ninguno de los elementos necesarios para alcanzarla (que son la gracia y la fe) son nuestros. Ya sabemos que la gracia no es nuestra sino que proviene de Dios pero ¿qué pasa con la fe?. Para Pablo, la fe por medio de la cual accedemos a la gracia (que es la causa de la salvación), tampoco es nuestra. En nuestra salvación, todo proviene de Dios, es decir, no nos podemos jactar ni si quiera de haber creído.

Sin embargo algunos creen que la fe es una “respuesta humana” a la predicación del Evangelio, en el sentido de que hay un predicador predicando el Evangelio y hay un auditorio donde mientras algunos (que “aceptan” el Evangelio) se salvan, otros (que lo “rechazan”) se condenan. Para ellos, la fe es un “acto humano unilateral”, rechazando toda intervención divina.

Analicemos la cuestión con algo de lógica. Si la salvación es por fe y no por obras, como lo afirma Efesios, 2:8-9, entonces la fe no puede ser una obra humana, de otro modo el pasaje escrito por Pablo encerraría una contradicción. Si la fe califica como obra humana, entonces, por definición, no puede salvarnos. Por lo tanto, la fe que nos salva tiene que provenir 100% de Dios. ¿Se entiende el punto?.

[2] La recepción del Espíritu Santo en el “bautismo en el Espíritu”

Más que recepción, aquí hay que hablar de la manifestación del Espíritu Santo en nuestra vida por medio de alguno o algunos de los dones espirituales (1 Corintios, 12:8-10). La señal distintiva de esta recepción o manifestación del Espíritu Santo es el “hablar nuevas lenguas” (Hechos, 2:4) y no se recibe o experimenta para salvación (la cual ya ha acontecido), sino para ser equipado con alguno o algunos de los nueve dones espirituales (1 Corintios, 12:8-10):

[1] palabra de sabiduría;
[2] palabra de ciencia;
[3] fe;
[4] dones de sanidades;
[5] hacer milagros;
[6] profecía;
[7] discernimiento de espíritus;
[8] diversos géneros de lenguas; e
[9] interpretación de lenguas;

En el “bautismo en el Espíritu Santo” se recibe poder para dar testimonio acerca de Cristo (Hechos, 1:8, 2:4). Pablo “aprovecho” ese poder para predicar el Evangelio:

Romanos, 15:18 Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, 15:19 con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; de manera que desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo.

Porque:

1 Corintios, 4:20 Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder.
  
La obra del Espíritu Santo en el mundo

Cristo les advirtió a los apóstoles acerca de la persecución venidera para que, cuando suceda, no tropiecen y caigan:

Juan, 16:1 Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo.

Luego les dijo:

Juan, 16:2 Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. 

El apóstol Pablo, en su estado inconverso, es un buen ejemplo de aquellos que, pensando que prestan servicio a Dios, persiguen a la iglesia. Cristo no les dijo a sus discípulos esto antes porque Él estaba con ellos para protegerlos, pero se los está diciendo ahora porque iba a dejarlos. Claro que Cristo ya les había hablado acerca de la persecución (Mateo, 5:10-12), pero no les había explicado su fuente (los religiosos) ni la razón (la ignorancia y el odio del mundo).

Y les advirtió:

Juan. 16:7 Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador [el Espíritu Santo] no vendría a vosotros; más si me fuere, os lo enviaré.

Los discípulos no pudieron comprender por qué Jesucristo tenía que dejarlos, de modo que tuvo que animarlos con que su regreso al Padre haría posible mayores bendiciones debido a la venida del Espíritu Santo (el Consolador).

En cuanto al Espíritu Santo, nuestro Señor dijo cuál sería su obra:

Juan, 16:8 Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. 16:9 De pecado, por cuanto no creen en mí; 16:10 de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; 16:11 y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.

El solo hecho de que el Espíritu Santo este en el mundo es una acusación contra el mundo. En realidad, Cristo debería estar en el mundo, reinando como Rey, pero el mundo lo crucificó. Como hemos dicho, el Espíritu Santo no viene a las personas del mundo perdido sino al pueblo de Dios (Juan, 14:17). El Espíritu Santo está aquí, recordándole al mundo su terrible pecado.

Por eso el Espíritu Santo le da al mundo una triple convicción:

[1] de pecado, por cuanto no creen en mí (Juan, 16:9);

Esto se refiere al pecado de la incredulidad. El Espíritu Santo no convence al mundo de pecados individuales (esto lo hace la conciencia). La presencia del Espíritu Santo en el mundo es prueba de que el mundo no cree en Cristo (de otra manera, Cristo estaría aquí en el mundo).

El pecado que condena al alma al infierno es la incredulidad, es decir, el rechazo de Cristo:

Juan, 3:18 El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. 3:19 Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.

[2] de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más (Juan, 16:10);

Esto se refiere a que la presencia del Espíritu Santo en el mundo es prueba de la rectitud y justicia de Cristo, quien ha regresado al Padre. Mientras estuvo en la tierra, a Cristo lo acusaron de quebrantar la ley y de ser tanto un pecador como un impostor. Pero el hecho de que el Espíritu Santo este en la tierra es prueba de que Cristo dijo la verdad y que el Padre lo levantó y lo recibió de vuelta en el cielo.

[3] y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado (Juan, 16:11);

Cristo está hablando aquí de juzgar a satanás y al mundo:

Juan, 12:31 Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. 12:32 Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. 12:33 Y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir.

Colosenses, 2:15 y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.

La presencia del Espíritu Santo en el mundo es evidencia de que satanás ha sido juzgado y derrotado (de otra manera, satanás controlaría al mundo).

El Espíritu Santo usa a los cristianos que testifican (la iglesia) y a la Palabra para convencer al inconverso:

[1] de su pecado de incredulidad;
[2] de su necesidad de justicia; y
[3] de su juicio eterno en el infierno, puesto que pertenece a satanás (Efesios, 2:1-3);

Efesios, 2:1 Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, 2:2 en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, 2:3 entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.

Conclusión

Un día estábamos en el mundo (perdidos), hasta que escuchamos con fe (dada por Dios) el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4), fuimos salvos y recibimos al Espíritu Santo (Gálatas, 3:2), quien no solo vino a morar (Juan, 14:17, 1 Corintios, 3:16, 6:19) sino que, además, fue sellado (Efesios, 1:13-14, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22) en nosotros. Aquí el Espíritu Santo ya ejecutó su obra en nosotros, convenciéndonos [1] de nuestro pecado de incredulidad (la fe – lo opuesto a la incredulidad – por la cual fuimos salvos y hemos recibido al Espíritu Santo es una prueba de que esa obra de “convicción de pecado” ha sido ejecutada en nosotros), [2] de justicia, es decir, de que Cristo dijo la verdad acerca de quien era por cuanto regreso al Padre y [3] del juicio eterno del infierno al que estuvimos expuestos mientras pertenecimos a satanás (Efesios, 2:1-3).

Cuando Jesús dijo que el Espíritu Santo, venido al mundo luego de su muerte, resurrección y ascensión (Juan, 16:7), “convencerá” al mundo [1] de pecado, [2] de justicia y [3] de juicio (Juan, 16:8), no quiso decir que “convencería a todo el mundo” de esas tres cosas y que, por ende, “todos serian salvos” sino que, en esencia, quiso decir lo siguiente:

[a] que el Espíritu Santo, venido al mundo luego de su muerte, resurrección y ascensión (Juan, 16:7), “dará testimonio contra mundo” [1] de su pecado de incredulidad, [2] de su necesidad de justicia y [3] del juicio ejecutado en la cruz en su contra, aunque el mundo no crea en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4); y

[b] que el Espíritu Santo, venido al mundo luego de su muerte, resurrección y ascensión (Juan, 16:7), “convencerá” [1] de su pecado de incredulidad, [2] de su necesidad de justicia y [3] del juicio ejecutado en la cruz en su contra, a aquellos que crean en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4);

La “convicción de pecado” es una obra que continúa ejecutándose en el creyente no ya por el pecado de incredulidad (porque ha creído) sino respecto de pecados individuales y no ya por el Espíritu Santo sino por su conciencia ahora influida por el Espíritu Santo, ya que todo cristiano, luego de ser salvo, continúa pecando (1 Juan, 1:8).

Para Paul Washer, el reconocido predicador norteamericano:

“El Evangelio no es salvación para todos, sino solo para los que creen; para los demás es una sentencia de muerte”.


DIOS TE BENDIGA!

Marcelo Daniel D’Amico
Maestro de la Palabra – Ministerio REY DE GLORIA