jueves, 30 de mayo de 2019

JUSTICIA, MISERICORDIA Y GRACIA


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Introducción

Hay tres palabras bastante usadas en la jerga cristiana a saber: justicia, misericordia y gracia.

Mientras que la justicia es un concepto totalmente emparentado con la raza humana, la gracia es un concepto totalmente emparentado con Dios. En el medio de estos extremos, aparece la misericordia, la cual puede verse como una “justicia atenuada” o como una “gracia restringida o limitada”.

Por lo general, a los hombres nos resulta difícil sino imposible comprender lo que es la gracia de Dios. Podemos entender un poco mejor el concepto de misericordia y, la mayoría de la veces, no solo entendemos mejor sino que preferimos la justicia.


La justicia se encuentra más cerca de nuestro humano entendimiento y, por lo general, es lo primero que reclamamos ante una transgresión. Un poco más allá esta la misericordia, a la cual podemos acceder no sin cierto esfuerzo. Pero más allá (mucho más allá) de nuestro humano entendimiento esta la gracia de Dios, la cual solo podemos comprender por revelación.

Justicia

Aquí hay no menos de dos sujetos y un código que contiene no solo una norma, cuya aplicación es obligatoria, sino también la pena por transgredir esa norma. Un sujeto transgrede una norma y, a raíz de ello, daña a otro y/o a sus bienes. La pena puede consistir en sufrir consecuencias personales (ir a la cárcel) y/o económicas (indemnizar, para volver las cosas a su estado anterior).

El principio que rige en la justicia es “cuanto mayor es la transgresión, mayor es la pena aplicada y peores son las consecuencias (personales y/o económicas) sufridas”, es decir, la pena tiene que ser acorde a la transgresión.

Dante Gebel, en una de sus predicas, pone el siguiente ejemplo:

Vivimos en un vecindario y, al lado de nuestra casa, vive una familia, donde hay un adolescente que siempre le saca el auto al padre, sin su permiso, y sale a andar por ahí. El adolescente no tiene ni siquiera licencia para conducir.

Un buen día, el adolescente, volviendo a su casa y manejando en estado de ebriedad, choca contra la cerca de nuestra casa, la cual queda bastante dañada.

Justicia, en este caso, es que vayamos a la casa del adolescente y le exijamos a sus padres que paguen el daño que ha provocado su hijo. Llegado el caso, ante la negativa de los padres, podemos iniciar una demanda ante un tribunal presidido por un juez, presentando un presupuesto por la reparación de la cerca y algún testigo (muchas veces, cuando no hay un acuerdo privado, así suelen dirimir los hombres sus conflictos). Esto es justicia: pagar por lo que se ha hecho, reparar lo que se ha dañado.

Misericordia

Siguiendo con el ejemplo de nuestro adolescente e irresponsable vecino, quien ha destruido la cerca de nuestra casa, supongamos que, por ser vecinos (el adolescente también concurre a la misma escuela que nuestros hijos), sabemos que su padre acaba de perder el empleo. Decidimos, a raíz de esto, no reclamarles a los padres del adolescente el dinero que demande la reparación de nuestra cerca. No obstante, acordamos con los padres del adolescente lo siguiente: nosotros pagamos los materiales que demande la reparación de la cerca y el adolescente y su padre ponen la mano de obra. Esto es misericordia: menos justicia de la que correspondería.

Gracia

Pero hay un concepto totalmente diferente y muy superador de todo lo anterior. Siguiendo con el mismo ejemplo, hablamos con los padres del adolescente y le pedimos que, esa misma noche, permitan que su hijo cene con nosotros, en nuestra casa. Luego de la cena, durante la sobremesa, convidamos a nuestro vecino adolescente con un postre y hablamos acerca de lo que ha sucedido.

Le decimos que sabemos que no tiene con qué pagar, debido a que su padre ha perdido el empleo, por lo que le comunicamos que nosotros nos haremos cargo de todos los gastos que demande la reparación de la cerca, con una condición: que nos prometa que nunca más robara el auto a su padre y que no lo manejara más hasta que no obtenga su licencia de conducir. Al mismo tiempo le hacemos saber que, después de todo, es bienvenido en nuestra casa y que puede venir a cenar con nosotros todas las veces que lo desee.

En la gracia, el justo paga por el injusto, el inocente responde por el culpable y esto es lo que ha hecho nuestro Dios (Jesucristo) por nosotros. Sabiendo que no teníamos con que pagar por nuestros pecados, Él se ha hecho cargo (en la cruz) del daño que hemos ocasionado y nos ha invitado a cenar con El todas las veces que queramos.

Palabras finales

Si, en lugar de gracia, el Señor nos hubiese aplicado justicia, nos iríamos todos al infierno, sin más. El precio justo a pagar, por haber ofendido a Dios de la manera en que todos nosotros lo hemos ofendido, es una eternidad en el infierno.

La Biblia misma dice que, aquel que pide la justicia de Dios, no sabe lo que pide:

Amos, 5:18 ¡Ay de los que desean el día de Jehová! ¿Para qué queréis este día de Jehová? Será de tinieblas, y no de luz; 5:19 como el que huye de delante del león, y se encuentra con el oso; o como si entrare en casa y apoyare su mano en la pared, y le muerde una culebra. 5:20 ¿No será el día de Jehová tinieblas, y no luz; oscuridad, que no tiene resplandor? 

Cuando nos dañan, cuando nos lastiman, cuando nos ofenden, lo primero que nos sale es exigir la justicia a Dios. Pero, esa misma justicia ¿no es la que debería haber caído también sobre nosotros?.

Por eso Jesús nos manda perdonar:

Mateo, 6:14 Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; 6:15 más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.

El problema que tenemos para comprender cabalmente lo que es la gracia de Dios es que, a nuestros ojos, “la gracia es injusta”.

Pablo escribe:

Efesios, 2:8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 2:9 no por obras, para que nadie se gloríe. 

Para Pablo, la salvación es un regalo de Dios, respecto del cual no hemos hecho absolutamente nada para merecerlo, aunque muchos de nosotros preferiríamos que la salvación fuera por nuestros merecimientos personales. Pero la salvación no es por obras, “para que nadie se gloríe” (para que nadie se jacte de haberse salvado por sus propios méritos).

Además de Efesios, 2:8-9, podemos citar una buena cantidad de pasajes bíblicos que hablan de la gracia y que sustentan, precisamente, la “doctrina de la gracia”:

Gálatas, 2:21 No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo.

Tito, 3:5 nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, 3:6 el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, 3:7 para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna. 

Romanos, 3:24 siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, 3:25 a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados,

Pero el evangelio de la gracia (que le fue revelado a Pablo) no se comprende por la mera lectura de los pasajes que lo aluden, sino solo por REVELACION.

La única manera en que podemos comprender el evangelio de la gracia es cuando Dios nos muestra (nos revela), por medio de nuestras debilidades, que nosotros también necesitamos de su gracia, como los demás (en la misma medida). Solemos pensar que la gracia siempre es para los demás y nunca para nosotros. Pero debemos tolerar, como también somos tolerados.

Comprender y aceptar las debilidades y fallas de nuestros hermanos, es comprender y aceptar nuestras propias fallas y debilidades. Todos tenemos debilidades. Todos fallamos en algo. Afortunadamente hay algo que nos cubre a todos y se llama GRACIA.

La GRACIA DE DIOS nos convierte de mendigos a reyes. Cuando solo vemos las debilidades y fallas de nuestros hermanos olvidándonos de nuestras propias fallas y debilidades, nos alejamos solitos de la GRACIA y volvemos al estado de indigencia y miseria espiritual del cual el Señor nos había sacado y es cuando, cual burdas marionetas, más “se nos notan los piolines”.

La gracia de Dios, a nuestros ojos, es injusta como lo muestra esta parábola:

Mateo, 20:1 Porque el reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a contratar obreros para su viña. 20:2 Y habiendo convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. 20:3 Saliendo cerca de la hora tercera del día, vio a otros que estaban en la plaza desocupados; 20:4 y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo. Y ellos fueron. 20:5 Salió otra vez cerca de las horas sexta y novena, e hizo lo mismo. 20:6 Y saliendo cerca de la hora undécima, halló a otros que estaban desocupados; y les dijo: ¿Por qué estáis aquí todo el día desocupados? 20:7 Le dijeron: Porque nadie nos ha contratado. El les dijo: Id también vosotros a la viña, y recibiréis lo que sea justo. 20:8 Cuando llegó la noche, el señor de la viña dijo a su mayordomo: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando desde los postreros hasta los primeros. 20:9 Y al venir los que habían ido cerca de la hora undécima, recibieron cada uno un denario. 20:10 Al venir también los primeros, pensaron que habían de recibir más; pero también ellos recibieron cada uno un denario. 20:11 Y al recibirlo, murmuraban contra el padre de familia, 20:12 diciendo: Estos postreros han trabajado una sola hora, y los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado la carga y el calor del día. 20:13 El, respondiendo, dijo a uno de ellos: Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario? 20:14 Toma lo que es tuyo, y vete; pero quiero dar a este postrero, como a ti. 20:15 ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?

Así es la gracia de Dios: injusta para nosotros, pero justa para El.


QUE DIOS LOS BENDIGA A TODOS!!!

Marcelo D. D’Amico
Maestro de la Palabra – MINISTERIO REY DE GLORIA