domingo, 28 de febrero de 2016

LA SALVACION



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Te dejo el video donde predico acerca de este tema (el contenido del video es el mismo que el expuesto mas abajo):


¿Por qué somos salvos?

Efesios, 2:8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 2:9 no por obras, para que nadie se gloríe.

La causa (el por qué) de la salvación es la gracia y la fe es el medio (no la causa de la salvación). Que algo sea “por gracia” significa que es un regalo respecto del cual no hemos hecho nada para merecerlo. La palabra “don” utilizada por Pablo en estos pasajes, significa “regalo”. Esto significa que la salvación, para Pablo, es un regalo de Dios. Pablo agrega, además, que la salvación no es por obras, “para que nadie se gloríe”, es decir, para que nadie se jacte de haberse salvado por sí mismo.

Ya que la mencionamos, definamos lo que es la gracia. En la teología cristiana, la Gracia Divina es el favor o don (regalo) gratuito, concedido por Dios, para ayudar al hombre a cumplir los mandamientos, salvarse y ser santo. Es el acto de amor unilateral e inmerecido por el que Dios llama continuamente las almas hacia sí mismo. Esta es la causa de la salvación.

Y la fe es el "boleto de entrada" a la gracia:

Romanos, 5:1 Justificados [salvos o salvados], pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; 5:2 por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. 

La gracia, que empezó con la cruz de Jesucristo y terminara con el rapto (es decir, la gracia durara lo que dure la "era de la iglesia") está disponible para todos, pero esto no significa que "todos" sean salvos. Para aprovechar esta gracia, para poder "entrar" en ella y ser salvos, es necesaria la fe.

Para Pablo, entonces, la salvación no es por obras: 

Tito, 3:5 nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, 

Y la justificación (la salvación) es solo por la fe: 

Romanos, 3:22 la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, 3:23 por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, 3:24 siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús 

Romanos, 3:28 Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. 

Al respecto, Robert Charles Sproul (el reconocido teólogo norteamericano), dice: 

¿Qué sucede si negamos la doctrina de la justificación solo por la fe?. Estamos negando que somos salvos por Cristo y solo por Cristo y esa negación podría ser suficiente para condenarnos. Solo Jesucristo merece la salvación frente a un Dios justo y santo, porque Él es el único que no tiene pecado. Toda la doctrina de la justificación por la fe, toda la doctrina de la justificación por la gracia, se basa en el principio de que la ley de Dios se ha cumplido en Cristo. Cuando ponemos nuestra confianza en El, El me imputa o pone a mi cuenta su justicia y, sobre la base de esa justicia imputada, Dios nos declara justos ahora mismo. Entonces, si morimos ahora mismo, iremos al cielo ahora mismo, porque tenemos toda la justicia necesaria para llegar allí, es decir, la justicia de Cristo. 

La condición necesaria y la condición suficiente 

Para terminar de entender cómo operan los engranajes de la gracia y la fe en el mecanismo de la salvación, podemos hacer el siguiente ejercicio. Tenemos un "evento esperado" (la salvación), el cual depende, a su vez, de dos condiciones: la condición "necesaria" (la gracia) y la condición "suficiente" (la fe). La condición "necesaria" es aquella condición "sine qua non" (sin la cual) el evento esperado es de ocurrencia imposible. La condición "suficiente", por su parte, actúa como complemento de la condición "necesaria" en el sentido de que, habiéndose cumplido la condición "necesaria", el evento esperado ocurrirá solo si se cumple la condición "suficiente". 

El "evento esperado", como dijimos, es la salvación. La condición "necesaria" es la gracia y la condición “suficiente” es la fe. Comprobemos lo que hemos dicho. Sin la condición "necesaria", es de decir, sin la gracia, la salvación sería imposible, por más fe que tuviéramos (es decir, aun cumpliéndose la condición "suficiente"). Nos salvamos solo porque Dios lo desea (no por otra cosa). Sin la condición "necesaria" no hay nada, desde "el vamos". Si se cumple la condición "necesaria", es decir, si hay gracia (y la hay), el evento esperado (la salvación) solo ocurrirá si se cumple la condición "suficiente", que es la fe. Es lo que ocurre hoy. Estamos bajo la gracia (que empezó en la cruz de Cristo y terminara con el rapto). Pero solo hay salvación para los que tienen fe (solo si se cumple la condición "suficiente"). 

¿Qué es la fe? 

Ya que la mencionamos, necesitamos definirla y, como no podía ser de otra manera, la propia Biblia define lo que es la fe: 

Hebreos, 11:1 Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. 

La fe es, entonces, la certeza y la convicción de lo que esperamos y que no podemos ver. El que tiene fe cree en las realidades espirituales que no pueden ver los ojos carnales. 

La Palabra de Dios produce fe: 

Romanos, 10:17 Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. 

¿Fe en qué? 

La FE tiene que estar 100% enfocada en el Evangelio de la salvación: 

1 Corintios, 15:3 Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 15:4 y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; 

O sea, la FE tiene que estar 100 % enfocada en lo que Cristo hizo en la cruz. La FE (total o parcial) en otra cosa (por ejemplo, en nuestras obras) no nos permitirá acceder a la gracia (Romanos, 5:2), que es la causa de la salvación (Efesios, 2:8). Por eso Pablo dice que la salvación no es por obras (Efesios, 2:9, Tito, 3:5). 

El Espíritu Santo se recibe por la fe 

Para Pablo, claramente el Espíritu Santo se recibe por haber oído el evangelio con fe. Por eso les pregunta a los gálatas, con ironía, lo siguiente: 

Gálatas, 3:2 Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu [Santo] por las obras de la ley, o por el oír con fe? 

El Espíritu Santo no viene sobre nosotros porque somos buenos sino que viene sobre nosotros por haber oído con fe el evangelio. Y una vez que el Espíritu Santo viene sobre nosotros, por fe, se queda morando en nosotros: 

1 Corintios, 3:16 ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? 

1 Corintios, 6:19 ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? 

Y no solo mora sino que también es sellado en nosotros: 

Efesios, 1:13 En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, 1:14 que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria. 

2 Corintios, 1:21 Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, 1:22 el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones.  

Esto significa que el Espíritu Santo no puede morar en un incrédulo, por más buena persona que sea, es decir, por más buenas obras que tenga, si no tiene fe, el Espíritu Santo no puede morar en él. 

Esto está confirmado por el propio Jesucristo cuando dice: 

Juan, 14:17 el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. 

El mundo no puede recibir el Espíritu Santo por su incredulidad, es decir, por su falta de fe, “pero vosotros le conocéis” dice Jesús, refiriéndose a los que han tenido fe. 

¿Salvos por fe o por obras? 

Los creyentes, entonces, son salvos solo por gracia, mediante la fe (no por obras). Pero Santiago declara que “la fe sin obras es muerta” (Santiago, 2:14-17, 26). 

Santiago, 2:14 Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? 2:15 Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, 2:16 y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? 2:17 Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. 

Santiago, 2:26 Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta. 

¿Cómo conciliamos estos pasajes de Santiago, 2:14-17, 26 con lo que dice Pablo en Efesios, 2:8-9?. 

Lo recordamos:

Efesios, 2:8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 2:9 no por obras, para que nadie se gloríe. 

La justificación ¿es por la fe o por las obras o por ambas cosas?. 

Estos pasajes de Santiago han sido y todavía son, en muchos casos, malinterpretados. Pareciera que Santiago  nos estaría diciendo: está bien, la que salva es la fe, pero la fe sin obras está muerta, por lo tanto se necesitan obras para “mantener viva a la fe”. 

Muchos piensan que son nuestras “buenas obras” las que atraen al Espíritu Santo hacia nosotros y que por eso somos salvos y que para, que el Espíritu Santo no se vaya, nos tenemos que comportar de “determinada manera”.  Pero la realidad, aunque nos duela, es que el Espíritu Santo no viene sobre nosotros porque somos buenos o porque somos mejores que los incrédulos, sino que el Espíritu Santo (y la salvación) se reciben por fe en el Evangelio y recién ahí el Espíritu Santo nos transforma, haciendo que nuestra conducta se acerque a la fe que decimos tener. 

No es que los cristianos somos mejores personas que los inconversos o incrédulos y que, por eso, “tenemos a Dios” (Dios no quiere que pensemos así).  

Los cristianos, a diferencia de los inconversos, solo hemos aceptado la solución de Dios al problema de la maldad humana, porque, como bien lo expresa la Palabra de Dios: 

Romanos, 3:22 la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, 3:23 por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, 3:24 siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús,  

Jack Kelley (el reconocido ensayista bíblico norteamericano), al respecto nos dice: 

A algunas personas les encanta señalar el aparente conflicto entre estos pasajes de Santiago, 2:14-17, 26 y los de Pablo en Efesios, 2:8-9, pero los contextos son totalmente diferentes. Pablo estaba hablando acerca de la raíz de nuestra salvación y Santiago estaba hablando acerca de su fruto. Ambas posiciones son correctas. 

Cuando Pablo dijo que por gracia somos salvos, por medio de la fe y no por obras (Efesios, 2:8-9), él estaba hablando acerca de la raíz de nuestra salvación, la cual es la fe solamente. Santiago estaba hablando sobre lo que sucede después que somos salvos, que es el fruto de nuestra salvación, el cual es nuestra fe que se manifiesta a sí misma en la manera cómo vivimos nuestra vida. 

Santiago no estaba hablando de lo que se necesita para ser salvos ni de combinar la obediencia a la Ley con nuestra fe para completar nuestra salvación (si alguien piensa de esta manera, por favor lea el discurso de Santiago en el Concilio de Jerusalén – Hechos, 15 – acerca de lo que se necesita para ser salvos). Él estaba hablando acerca de cómo podemos saber si somos salvos. Si nuestra fe se manifiesta a sí misma en buenas obras hacia los demás, entonces podemos estar seguros que la misma es genuina. Si no es así, entonces es meramente teórica o especulativa, una posición intelectual que hemos tomado. Las personas creyentes no tienen que hacer por ellas mismas esas obras buenas. De hecho tienen que proponerse no hacerlas. El Espíritu Santo es quien va a impulsar a cada persona creyente a hacer actos de caridad y amor según las circunstancias. 

Pablo estaba hablando sobre lograr la salvación y Santiago estaba hablando sobre demostrar nuestra salvación por nuestras acciones. 

Efesios, 2:10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. 

Las buenas obras, dice Pablo, fueron preparadas de "antemano", por Dios (el Espíritu Santo) para que anduviésemos en ellas (para que las hagamos).

Las buenas obras en las que se manifestara nuestra fe genuina serán inspiradas por el Espíritu Santo. 

Hasta aquí, el comentario de Jack Kelley. 

La salvación puede verse como un árbol, cuya raíz es la causa de la salvación (por gracia, mediante la fe: Efesios, 2:8-9) y su fruto es nuestras buenas obras, posteriores a la salvación, inspiradas por el Espíritu Santo (Santiago, 2:14-17, 26, Efesios, 2:10). 

Filipenses, 2:13 porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad. 

Es Dios, el Espíritu Santo, el que, a través de su obra de regeneración (Juan, 3:3) y de su gracia, hace (produce en nosotros) no solo nuestro deseo de alejarnos del pecado (el querer) sino, además, que podamos lograrlo (el hacer). 

No estamos diciendo que un cristiano no tenga que tener obras. Las obras, en definitiva, son la manifestación externa (el fruto) de la fe que decimos tener. Lo que intentamos decir es que, esas obras, no nos salvan por la sencilla razón de que no son nuestras sino de Dios. 

Nuestras buenas obras son consecuencia de nuestra salvación y no su causa. 

Por último, si serian nuestras obras las que nos salvan ¿para que murió Cristo de la peor muerte?. ¿No hubiese sido más fácil (y menos doloroso) que Dios nos hubiese dado igualmente su Evangelio y, el que creía, tenía vida eterna y, el que no, condenación eterna?. Fijate lo que dice Pablo en: 

Gálatas, 2:21 No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley [las obras] fuese la justicia [la salvación], entonces por demás murió Cristo. 

No deseches la gracia de Dios, es decir, nunca dejes de creer que la salvación es un regalo inmerecido que hemos recibido de Dios, porque si la justicia (la salvación) fuese por la ley (por nuestras obras), entonces Cristo murió en vano. 

Este es un mensaje dirigido a aquellos que, aun creyendo en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4), es decir, aceptando la obra de Cristo en la cruz, creen que luego, para “mantener” nuestra salvación, tenemos que hacer una serie de cosas (obras).

Raro ¿no?. Para acceder a la salvación, dependimos 100% de la cruz de Cristo, pero ahora, para “mantenerla”, ya no dependemos tanto de Cristo sino también de nosotros mismos.

Ellos dicen que sin obediencia no hay salvación pero, como venimos diciendo, las buenas obras (y la obediencia es una obra) no son la causa de la salvación sino su consecuencia. 

Podemos obedecer porque somos salvos, es decir, porque tenemos al Espíritu Santo y no al revés. Somos capaces de obedecer a Dios a causa de la presencia del Espíritu Santo que hay en nosotros, al cual recibimos por la fe (Gálatas, 3:2) y no por nuestras obras. 

¿Puede abandonar el Espíritu Santo a un cristiano? 

Muchos no pueden comprender las diferencias que hay entre la ley de Moisés y la gracia (entre el Antiguo y el Nuevo Pacto). De tal suerte, suelen afirmar, entre otras cosas, que, de la misma forma que el Espíritu Santo abandono a Sansón, también puede abandonar, hoy en día, a un creyente de la iglesia neo testamentaria. Los que así piensan, están mezclando las cosas más que en una ensalada. 

Quienes esto afirman, se basan en el siguiente pasaje del libro de Jueces: 

Jueces, 16:20 Y le dijo: ¡Sansón, los filisteos sobre ti! Y luego que despertó él de su sueño, se dijo: Esta vez saldré como las otras y me escaparé. Pero él no sabía que Jehová ya se había apartado de él 

En el libro de los Jueces podemos ver: 

Jueces, 14:6 Y el Espíritu de Jehová vino sobre Sansón, quien despedazó al león como quien despedaza un cabrito, sin tener nada en su mano; y no declaró ni a su padre ni a su madre lo que había hecho. 

Jueces, 14:19 Y el Espíritu de Jehová vino sobre él, y descendió a Ascalón y mató a treinta hombres de ellos; y tomando sus despojos, dio las mudas de vestidos a los que habían explicado el enigma; y encendido en enojo se volvió a la casa de su padre.  

Los pasajes anteriores dicen claramente que el Espíritu Santo “venia” sobre Sansón y, cada vez que lo hacía, ahí se manifestaba su fuerza sobrenatural. Pero el Espíritu Santo no moraba en Sansón, que es un personaje bíblico del AT y que, por lo tanto, estaba bajo la ley y no bajo la gracia. 

En la época de Sansón “nadie” tenía al Espíritu Santo “morando consigo”, porque todavía no había venido Cristo, ni había muerto y resucitado, ni había venido el segundo Consolador que es el Espíritu Santo. 

Juan, 16:7 Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; más si me fuere, os lo enviaré.  

Por lo tanto, el Espíritu Santo nunca se fue de Sansón sencillamente porque jamás moro en él. Solo venia sobre Sansón, circunstancialmente, hasta que no vino más, que fue lo que realmente sucedió. Una cosa es que alguien que moraba en tu casa te abandone y otra, muy distinta, es que alguien que solía visitarte, deje de hacerlo. 

En la era de la iglesia, a diferencia del AT, el Espíritu Santo viene a morar con el creyente y es “sellado” en él, como lo dice Pablo: 

1 Corintios, 3:16 ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? 

1 Corintios, 6:19 ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?  

Efesios, 1:13 En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, 1:14 que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria. 

El Espíritu Santo es sellado en nosotros, dice Pablo. ¿Hasta cuándo?. ¿Hasta que pecamos la primera vez?. No, hasta la redención de la posesión adquirida, es decir, hasta el rapto de la iglesia, que es cuando se va a completar nuestra redención. 

Nadie en el AT tuvo jamás los privilegios que tiene la iglesia. Nadie en el AT tuvo jamás al Espíritu Santo morando consigo de la forma en que mora en un creyente de la iglesia del NT. 

La apostasía 

Algunos admiten que, en efecto, la salvación es un regalo de Dios, que Él nunca nos quitaría pero que nosotros, en cambio, podemos “devolver” mediante la “apostasía”, la cual puede ser definida como el abandono de la fe y, consecuentemente, el rechazo de la salvación. Dios nos regala la salvación pero nosotros rechazamos ese regalo. Para poder aceptar esta idea, la misma debe tener algún sustento en las Escrituras pero, cuando vamos a ellas, vemos que no lo tiene. 

Pablo dice que, cuando oímos el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4) con fe, junto con la salvación, recibimos al Espíritu Santo (Gálatas, 3:2), el cual no solo viene a morar (1 Corintios, 3:16, 6:19) sino que, además, es sellado en nosotros (Efesios, 1:13-14, 2 Corintios, 1:21-22).

Pero Pablo sube la apuesta y dice lo siguiente: 

1 Corintios, 6:19 ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? 6:20 Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.  

Pablo dice que ya “no somos nuestros dueños”, porque fuimos comprados por precio. ¿Cuál fue ese precio?. 

Escuchemos a Pedro: 

1 Pedro, 1:18 sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, 1:19 sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación,  

O sea que, para Pablo, ya no estamos en control de nuestro destino eterno, por lo que, una vez acontecida, ya no podemos tomar ninguna decisión en cuanto a nuestra salvación. Y esto es muy sencillo de comprobar a través del sentido común que, dicho sea de paso, es el menos común de los sentidos. 

Si yo te preguntara si puedes regalar el auto de tu vecino, tú me contestarías, casi sin pensar, que no. Si yo te preguntara por qué, tú seguramente me responderías que el auto de tu vecino no es tuyo sino de tu vecino, es decir, tu estarías reconociendo que no puedes ejecutar actos de disposición sobre algo que no es tuyo. Si la Biblia dice que tú ya no eres tu dueño porque, desde el momento que aceptaste a Cristo, fuiste comprado por precio, entonces ¿por qué pensarías que puedes tomar una decisión que afectaría el destino eterno de tu alma?. 

La apostasía es impracticable por una persona que, de verdad, es salva. 

 

DIOS LOS BENDIGA! 

MARCELO D. D’AMICO

Maestro de la Palabra – Ministerio Rey de Gloria