domingo, 26 de mayo de 2019

LA EXHORTACIÓN SIN AMOR



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Reprender y exhortar

Pablo escribe:

1 Timoteo, 5:1 No reprendas al anciano, sino exhórtale como a padre; a los más jóvenes, como a hermanos; 5:2 a las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza.

Hay dos palabras clave que Pablo utiliza en este pasaje: “reprender” y “exhortar”.

Antes que nada, analicemos el significado de estas palabras:

Reprender: significa reñir a una persona o expresar de forma autoritaria y severa desaprobación a causa de su actuación o su comportamiento.

Exhortar: significa hablar a alguien con la intención de convencerle de algo, hacer alguna propuesta o animarle. Normalmente quien exhorta es un individuo que tiene una cierta autoridad sobre los demás.

Para Pablo, “reprender” y “exhortar” son “antónimos” (opuestos). Un “antónimo” es una palabra que tiene un significado opuesto o inverso al de otra palabra. Y Pablo utiliza las palabras “reprender” y “exhortar”, precisamente, como “antónimos”.

Primero le dice a Timoteo lo que no debe hacer (que es “reprender”) y luego le dice lo que debe hacer “en lugar de” (“reprender”), que es “exhortar”. La clave está en la palabra “sino”: es una cosa o la otra. Si reprende no estará exhortando y, si exhorta, no estará reprendiendo.

Podemos ya empezar a vislumbrar cuales son las diferencias entre “reprender” y “exhortar”. De las definiciones dadas más arriba surge lo siguiente:

[+] en ambos casos, alguien le indica a otra persona que su comportamiento es inadecuado;

Pero:

[+] mientras que en la “reprensión” la intención es “reñir”, en la “exhortación” la intención es “convencer y animar”;

[+] mientras quien reprende a otro no necesita tener autoridad (legal y/o moral) sobre él, quien “exhorta” si;

Autoridad legal: viene dada por una norma que dice que una persona está subordinada a (está bajo las ordenes de) otra persona.

Autoridad moral: está íntimamente relacionada con condición moral, con el “testimonio”.

Des esto se desprende lo siguiente:

[1] mientras cualquiera puede “reprender” a otro, pocos (muy pocos) son los que pueden “exhortar”; y

[2] se puede “exhortar” sin tener “autoridad legal”, pero jamás sin tener “autoridad moral”;

Puede suceder que, a una determinada iglesia local, acuda (invitado por sus líderes o enviado por Dios), un ministro (apóstol, profeta, evangelista, pastor o maestro) y hable una palabra de exhortación a la congregación (a todos o a alguien en particular), en cuyo caso no se requiere que ese ministro tenga “autoridad legal” sobre la congregación (de hecho no la tiene porque Dios no lo ha puesto como líder de la misma), pero si se requiere que ese ministro tenga “autoridad moral”, es decir, “testimonio” de ser siervo de Dios.

En el único caso donde confluyen los dos tipos de autoridad (legal y moral) es en el caso de un pastor (o un  apóstol, que tiene los cinco ministerios, entre ellos el de pastor). Un evangelista (al igual que un profeta o maestro), por más que pertenezca a la congregación, no tiene “autoridad legal” sobre la misma, porque el mismo está sujeto al ministerio principal que es el del pastor (o apóstol, según el caso).

[+] mientras que en la “reprensión” hay ausencia de amor, la “exhortación” debe estar basada en él;

Para ilustrar a Timoteo acerca de lo que es “exhortar”, Pablo utiliza figuras de lazos familiares muy cercanos: exhortar al anciano “como a un padre”, a los más jóvenes “como a hermanos”, a las ancianas “como a una madre” y a las jovencitas “como a hermanas”.

Edificar y consolar

Aunque por lo general asociamos la profecía con el futuro, profetizar, en esencia, implica hablar Palabra de Dios y la misma puede estar referida al pasado, al presente o al futuro. Profetizar no siempre implica visualizar el futuro, aunque los profetas de la Biblia (AT y NT) vieron el futuro y lo escribieron. Profetizar, ante todo, significa hablar palabra de Dios.

Cuando se predica un mensaje basado en la Escritura y bajo la dirección del Espíritu Santo, se está profetizando, porque no se está hablando la propia palabra humana, sino la palabra de Dios. Profetizar significa, ante todo, proclamar la Palabra de Dios.

Y el que profetiza (el que predica o proclama la Palabra de Dios), lo hace para:

1 Corintios, 14:3 Pero el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación

Quien habla Palabra de Dios a los hombres, entonces, lo hace para:

[a] edificar;
[b] exhortar; y
[c] consolar;

Ya hablamos acerca de la “exhortación”. Hablaremos, ahora, de “edificar” y “consolar”.

Bíblicamente hablando, “edificar” se refiere a enseñar la Palabra de Dios al “cuerpo de Cristo” (la iglesia), de modo que sus miembros sean capacitados para la obra del ministerio:

2 Timoteo, 3:16 Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, 3:17 a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra

La palabra “consolar” significa aliviar (aunque no quitar) la pena de una persona.

Sabemos que nuestro Dios es un único Dios, cuyo nombre en Jehová y que se manifiesta en tres personas que conforman la Trinidad Divina: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es claro que, en la Trinidad, cada persona tiene los mismos atributos que las otras (por ser un único Dios), pero tiene, al mismo tiempo, funciones (ministerios) diferentes a las otras personas.

No obstante, las tres personas de la Trinidad comparten una única función o ministerio y esto llama poderosamente la atención:

Pablo llama al Padre “Dios de toda consolación”:

2 Corintios, 1:3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación

El Hijo fue el primer Consolador:

Lucas, 2:25 Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel;

El Espíritu Santo es el segundo Consolador:

Juan, 16:7 Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; más si me fuere, os lo enviaré.

¿Te preguntaste, alguna vez, por que las tres personas de la Trinidad comparten el ministerio de consolación?.

Porque es imposible que, en este mundo, no haya tropiezos:

Lucas, 17:1 Dijo Jesús a sus discípulos: Imposible es que no vengan tropiezos; mas ¡ay de aquel por quien vienen!

Jamás se nos dijo que, en el mundo, no tendríamos aflicción sino todo lo contrario:

Juan, 16:33 Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.

Algunos en la iglesia tienen este “ministerio de consolación”. Ellos no van a hacer que tu pena desaparezca. Es más, ellos mismos pueden estar sufriendo una pena tan o incluso más profunda que la tuya. Pero ellos han estado (o aún están) allí mismo, donde tu estas. Por eso pueden comprender tu dolor.

Porque, como dijo alguna vez alguien, en el servicio del amor y de la consolación, solo los soldados heridos pueden servir.

Si nunca has enterrado a nadie cercano (padre, madre, hermanos, hijos, cónyuge) y te toca ir a un funeral, solo dirás “te acompaño en el sentimiento o te doy mi más sentido pésame” y te iras. Pero cuando has atravesado ese mismo valle de sombras y dolor, recién ahí puedes ponerte en los zapatos del otro y comprender exactamente lo que le está sucediendo.

A veces te preguntas ¿por qué Dios permite este dolor en mi vida?. Pero ¿qué sucede si ese dolor (ese proceso) forma parte de tu  ministerio, es decir, forma parte de tu capacitación para servir?. Recuerda que en el servicio del amor y de la consolación, solo los soldados heridos pueden servir. Los “turistas del dolor” no pueden hacerlo, sino solo los soldados heridos. Los que han estado ahí, en el mismo lugar donde tu estas ahora.

Si nunca estuviste desempleado ¿cómo entenderás a alguien que no tiene empleo?. Si nunca fuiste menospreciado ¿cómo entenderás al que sufre menosprecio?. Si nunca fuiste abandonado ¿cómo entenderás al que ha sufrido abandono?.

Dante Gebel, en una de sus predicas, hizo referencia a una antigua fabula china que narra lo siguiente:

Había una mujer viuda, que tenía un niño pequeño. Un día vino una peste y el niño murió. La mujer, presa del dolor y el desconsuelo, visita a un sabio y le pide algo que alivie su dolor. El sabio le dice que puede hacerlo, pero le pide que consiga un arroz especial, en su misma aldea, para preparar una pócima o brebaje que, una vez bebido por la mujer, haría que el dolor desaparezca. Pero había una condición: ese arroz podría conseguirse solo en una casa donde nunca hubiera habido una tristeza.

La mujer, entonces, comenzó a recorrer su aldea, casa por casa, preguntando a sus ocupantes si alguna vez habían sufrido una tristeza y que, de no haber sufrido ninguna, le dieran su arroz. Recorrió casa por casa y se dio cuenta de que no existía una sola casa, en toda la aldea, donde no hubiera habido, alguna vez, una tristeza. Ese arroz, por tanto, no existía. Sin embargo, la mujer se dio cuenta de que, al escuchar las historias tristes de sus vecinos y al contar ella su propia tristeza, ella había recibido y dado consolación porque, entre otras tragedias, había vecinos que también habían perdido a sus hijos.

El recorrer la aldea y escuchar a sus prójimos había cambiado la perspectiva de la mujer, quien se dio cuenta de que el sabio la había engañado: era imposible preparar ese brebaje, porque era imposible dar con ese arroz. El sabio, en realidad, la había enviado a escuchar las historias tristes de sus vecinos (sus prójimos).

Por eso Pedro escribe:

1 Pedro, 5:8 Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; 5:9 al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo

La Biblia se refiere a nuestro Señor Jesucristo así:

Isaías, 53:3 Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto;

La exhortación sin la gracia

Vimos que Pablo establece una clara diferencia entre “reprender” y “exhortar” y que, básicamente, está dada por el amor: mientras que en la reprensión hay ausencia de amor, la exhortación está (o debiera estar) dominada por él. La exhortación sin amor es mera reprensión.

Pero hay un tipo de reprensión, que se disfraza de exhortación, en la cual la ausencia de amor es más sutil y es cuando la aparente exhortación (por más amable que sea) no va acompañada de edificación (enseñanza) para prevenir, ni de consuelo (aliviar la pena del otro) para contener y restaurar.

No estamos diciendo que no haya que exhortar (marcar los errores e invitar a corregirlos) pero, si además de exhortar, vemos que jamás se edifica (enseña)  para prevenir, ni se consuela (alivia la pena del otro) para contener y restaurar, entonces la exhortación no es más que una serie de humanas advertencias basadas en la Palabra de Dios (cosa no demasiado difícil de hacer), pero que no transforma ni cambia vidas.

La iglesia necesita corrección pero el modelo de exhortación debe ser el de Jesucristo (corregir con amor, para restaurar) y no el de satanás (acusar, para destruir). Cuando Cristo exhortó a las iglesias en Asia (Apocalipsis, 2 y 3), unió sus regaños con el elogio y la promesa. Fue después de animarlos que los exhorto. Después de que Cristo amonesto a la iglesia, sus últimas palabras no fueron de condenación sino de promesas.

Aun en la más seria corrección, la Voz de Jesucristo es siempre la encarnación de la gracia y la verdad:

Juan, 1:14 Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. 

Si la palabra de corrección no ofrece GRACIA para restauración, entonces no es la Voz de Jesucristo.

Comprender y aceptar las debilidades y fallas de nuestros hermanos, es comprender y aceptar nuestras propias fallas y debilidades. Todos tenemos debilidades. Todos fallamos en algo. Afortunadamente hay algo que nos cubre a todos y se llama GRACIA.

La GRACIA DE DIOS nos convierte de mendigos a reyes. Cuando solo vemos las debilidades y fallas de nuestros hermanos olvidándonos de nuestras propias fallas y debilidades, nos alejamos solitos de la GRACIA y volvemos al estado de indigencia y miseria espiritual del cual el Señor nos había sacado y es cuando, cual burdas marionetas, más “se nos notan los piolines”.

Actualmente algunos, al igual que Saulo antes de su conversión, creen que están prestando servicio a Dios pero, al exhortar sin la gracia desde los púlpitos de las iglesias, no hacen otra cosa que perseguir a la Iglesia de Jesucristo.

La exhortación sin testimonio

Pero peor que exhortar sin la gracia (lo que ya es mucho) es exhortar sin testimonio (sin autoridad moral). Exhortar sin autoridad moral es corroborar el dicho popular que reza “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”. Y las personas, en general, están mucho más atentas a lo que hacemos que a lo que decimos. Ellos quieren ver (con todo derecho) si lo que sale de nuestra boca encuentra algún correlato material en nuestra vida real.

Para graficar esto, voy a permitirme narrar una historia real que, en una de sus predicas, relató Dante Gebel:

Hubo un hombre que, siendo médico, un día conoció a Dios. A partir de aquí, comenzó a congregarse y a leer la Biblia con especial entusiasmo. Tenía un ministerio claramente evangelístico. Este hombre, con el tiempo, se destacó y fue conocido en la Asamblea que nucleaba a su congregación.

Cuando surgió la posibilidad de enviar a un misionero para evangelizar a una tribu en la isla de Papúa Nueva Guinea, ubicada al norte de Australia, formando parte del continente de Oceanía, inmediatamente la Asamblea pensó en este médico. Cuando la Asamblea se lo propuso, el médico acepto de inmediato. Hacía tiempo ya que había dejado de ejercer la medicina en forma intensiva y esta era la oportunidad que estaba esperando para dedicarse de lleno a su llamado.

Es así que este médico viaja en avión hacia el continente y, desde allí, toma un avión menor (una especie de aeroplano) que lo deposita en la isla. Allí lo reciben el jefe del destacamento policial de la isla, junto con el líder espiritual de la tribu.

Cuando le preguntan a qué se debe su visita, el medico responde que había sido enviado por la Asamblea que nuclea a su congregación para evangelizar la isla.

El líder espiritual de la tribu le contesta que no había problema si quería quedarse en la isla, pero le aclara que no le sería permitido evangelizar porque en la isla ya había una religión establecida, con sus dioses y rituales. Es más, el anciano le aclara que profesar una religión distinta a la de la isla estaba penado con la muerte por decapitación. Por su parte, el jefe del destacamento policial de la isla le dijo al médico que él no podía garantizarle la seguridad si transgredía esta norma.

El jefe de policía y el anciano le preguntaron al médico si tenía algo más que agregar, a lo que el medico responde que sí, declarando ser precisamente médico. El medico pensó: siempre hace falta un médico en un lugar así, por lo que, si declaro mi profesión, tal vez me gane la confianza del anciano y de la tribu y, con el tiempo, me permitan predicar. Al jefe de policía y al anciano les pareció estupendo e incluso le prometieron montarle una clínica, para atender a los lugareños de la tribu.

El medico se comunicó con la Asamblea para ponerlos al tanto de la situación. Desde la Asamblea le recomendaron que haga lo que el mismo había pensado: que se quedara, que ejerciera su profesión de médico y que, tarde o temprano, una vez ganada la confianza de los lugareños, seguramente se le abrirían las puertas para predicar el evangelio.

Como le fue prometido, al médico le montaron una clínica e incluso recibió inicialmente instrumental y periódicamente medicinas desde el continente. Así comenzó el medico a ocuparse de la salud de los lugareños de la tribu de la isla: hacia nacer a los niños, atendía a los ancianos, curaba a los enfermos. Al llegar la noche, cada día, cenaba y se quedaba leyendo la Biblia hasta altas horas, pensando que, con el tiempo, le permitirían predicar el evangelio. Pero la prohibición jamás se levantó.

Así pasaron los años, mientras el medico atendía con denuedo la salud de los lugareños. Desde su llegada, había descendido drásticamente la muerte infantil y había mejorado la salud de toda la tribu, aumentando considerablemente el promedio de vida del lugar. La tribu lo amaba y era profundamente respetado por el anciano de la tribu y por el jefe de policía. Pero el medico sufría y cada noche le preguntaba a Dios por qué lo había enviado a un lugar donde no podía predicar el evangelio. Para el médico, su vida no tenía sentido alguno. Por si esto fuera poco, la Asamblea que lo había enviado se había olvidado de él y su gestión en la isla fue vista como un fracaso.

Un buen día, el medico murió de muerte natural y fue enterrado con honores y con gran llanto por los lugareños de la tribu. Enterados de su muerte, la Asamblea decidió enviar otro misionero.

Al igual que el médico en su momento, el nuevo misionero viaja en avión hacia el continente y, desde allí, toma un avión menor (una especie de aeroplano) que lo deposita en la isla. Allí lo reciben el (mismo, pero más viejo) jefe del destacamento policial de la isla, junto con el (mismo, pero más viejo) líder espiritual de la tribu.

Cuando le preguntan a qué se debe su visita, el nuevo misionero responde que había sido enviado por la Asamblea que nuclea a su congregación para evangelizar la isla, cosa que no había podido hacer el médico.

El líder espiritual de la tribu le contesta que no había problema si quería quedarse en la isla y que tampoco habría problemas si quería evangelizar. Es más, tanto el anciano como el jefe de policía le prometieron al nuevo misionero edificarle una iglesia. El nuevo misionero, sorprendido, le preguntó al anciano por qué a él se le permitiría predicar el evangelio siendo que al médico no se le había permitido, a lo que el anciano respondió: el medico al que usted hace referencia, vino hace muchos años a esta isla y decidió vivir entre nosotros. El hizo nacer a nuestros niños, atendió a nuestros ancianos y curo a nuestros enfermos con denuedo. Si ese hombre hizo lo que hizo por nosotros, entonces su Dios tiene que ser más grande y mejor que él. Y esta es la razón por la cual a usted le será permitido predicar el evangelio: por que ahora somos nosotros los que queremos conocer al Dios de aquel hombre.

Cuando fue construida la iglesia, el nuevo misionero organizo una campaña evangelística en la cual se entregó a Cristo casi toda la tribu.

Cuando llegaron estas noticias a la Asamblea, rápidamente la gestión del nuevo misionero fue vista como un éxito, al tiempo que se confirmó el fracaso del médico. Pero fue el médico, con su testimonio de vida, el que abrió las puertas al evangelio en la isla.

¿Cuántos de nosotros seremos realmente capaces de predicar a Dios sin abrir la boca?.


QUE DIOS LOS BENDIGA A TODOS!!!

Marcelo D. D’Amico
Maestro de la Palabra – Ministerio REY DE GLORIA