Pablo
escribe:
1 Timoteo, 5:1 No reprendas al anciano, sino exhórtale como a padre; a los más jóvenes, como a hermanos; 5:2 a las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza.
1 Timoteo, 5:1 No reprendas al anciano, sino exhórtale como a padre; a los más jóvenes, como a hermanos; 5:2 a las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza.
Hay
dos palabras clave que Pablo utiliza en este pasaje: “reprender” y “exhortar”.
Antes
que nada, analicemos el significado de estas palabras:
Reprender:
significa reñir a una persona o expresar de forma autoritaria y severa
desaprobación a causa de su actuación o su comportamiento.
Exhortar:
significa hablar a alguien con la intención de convencerle de algo, hacer
alguna propuesta o animarle. Normalmente quien exhorta es un
individuo que tiene una cierta autoridad sobre los demás.
Para
Pablo, “reprender” y “exhortar” son “antónimos” (opuestos). Un “antónimo” es
una palabra que tiene un significado opuesto o inverso al de otra palabra. Y
Pablo utiliza las palabras “reprender” y “exhortar”, precisamente, como “antónimos”.
Primero
le dice a Timoteo lo que no debe hacer (que es “reprender”) y luego le dice lo
que debe hacer “en lugar de” (“reprender”), que es “exhortar”. La clave está en
la palabra “sino”: es una cosa o la otra. Si reprende no estará exhortando y,
si exhorta, no estará reprendiendo.
Podemos
ya empezar a vislumbrar cuales son las diferencias entre “reprender” y
“exhortar”. De las definiciones dadas más arriba surge lo siguiente:
[+]
en ambos casos, alguien le indica a otra persona que su comportamiento es
inadecuado;
Pero:
[+]
mientras que en la “reprensión” la intención es “reñir”, en la “exhortación” la
intención es “convencer y animar”;
[+]
mientras quien reprende a otro no necesita tener autoridad (legal y/o moral)
sobre él, quien “exhorta” si;
Autoridad
legal: viene dada por una norma que dice que una persona está
subordinada a (está bajo las ordenes de) otra persona.
Autoridad
moral: está íntimamente relacionada con condición moral, con el “testimonio”.
Des
esto se desprende lo siguiente:
[1]
mientras cualquiera puede “reprender” a otro, pocos (muy pocos) son los que
pueden “exhortar”; y
[2]
se puede “exhortar” sin tener “autoridad legal”, pero jamás sin tener
“autoridad moral”;
Puede
suceder que, a una determinada iglesia local, acuda (invitado por sus líderes o
enviado por Dios), un ministro (apóstol, profeta, evangelista, pastor o maestro)
y hable una palabra de exhortación a la congregación (a todos o a alguien en
particular), en cuyo caso no se requiere que ese ministro tenga “autoridad
legal” sobre la congregación (de hecho no la tiene porque Dios no lo ha puesto
como líder de la misma), pero si se requiere que ese ministro tenga “autoridad
moral”, es decir, “testimonio” de ser siervo de Dios.
En
el único caso donde confluyen los dos tipos de autoridad (legal y moral) es en
el caso de un pastor (o un apóstol, que
tiene los cinco ministerios, entre ellos el de pastor). Un evangelista (al
igual que un profeta o maestro), por más que pertenezca a la congregación, no
tiene “autoridad legal” sobre la misma, porque el mismo está sujeto al
ministerio principal que es el del pastor (o apóstol, según el caso).
[+]
mientras que en la “reprensión” hay ausencia de amor, la “exhortación” debe
estar basada en él;
Para
ilustrar a Timoteo acerca de lo que es “exhortar”, Pablo utiliza figuras de
lazos familiares muy cercanos: exhortar al anciano “como a un padre”, a los más
jóvenes “como a hermanos”, a las ancianas “como a una madre” y a las jovencitas
“como a hermanas”.
Edificar y consolar
Aunque
por lo general asociamos la profecía con el futuro, profetizar, en esencia,
implica hablar Palabra de Dios y la misma puede estar referida al pasado, al
presente o al futuro. Profetizar no siempre implica visualizar el futuro,
aunque los profetas de la Biblia (AT y NT) vieron el futuro y lo escribieron.
Profetizar, ante todo, significa hablar palabra de Dios.
Cuando
se predica un mensaje basado en la Escritura y bajo la dirección del Espíritu
Santo, se está profetizando, porque no se está hablando la propia palabra
humana, sino la palabra de Dios. Profetizar significa, ante todo, proclamar la
Palabra de Dios.
Y
el que profetiza (el que predica o proclama la Palabra de Dios), lo hace para:
1
Corintios, 14:3 Pero el que profetiza habla a los hombres para edificación,
exhortación y consolación.
Quien
habla Palabra de Dios a los hombres, entonces, lo hace para:
[a]
edificar;
[b]
exhortar; y
[c]
consolar;
Ya
hablamos acerca de la “exhortación”. Hablaremos, ahora, de “edificar” y
“consolar”.
Bíblicamente
hablando, “edificar” se refiere a enseñar la Palabra de Dios al “cuerpo de Cristo”
(la iglesia), de modo que sus miembros sean capacitados para la obra del
ministerio:
2
Timoteo, 3:16 Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar,
para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, 3:17 a fin de
que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena
obra.
La
palabra “consolar” significa aliviar (aunque no quitar) la pena de una persona.
Sabemos
que nuestro Dios es un único Dios, cuyo nombre en Jehová y que se manifiesta en
tres personas que conforman la Trinidad Divina: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Es claro que, en la Trinidad, cada persona tiene los mismos atributos que las
otras (por ser un único Dios), pero tiene, al mismo tiempo, funciones
(ministerios) diferentes a las otras personas.
No
obstante, las tres personas de la Trinidad comparten una única función o
ministerio y esto llama poderosamente la atención:
Pablo
llama al Padre “Dios de toda consolación”:
2
Corintios, 1:3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
Padre de misericordias y Dios de toda consolación,
El
Hijo fue el primer Consolador:
Lucas,
2:25 Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre,
justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel;
El
Espíritu Santo es el segundo Consolador:
Juan,
16:7 Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no
me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; más si me fuere, os lo
enviaré.
¿Te
preguntaste, alguna vez, por que las tres personas de la Trinidad comparten el
ministerio de consolación?.
Porque
es imposible que, en este mundo, no haya tropiezos:
Lucas,
17:1 Dijo Jesús a sus discípulos: Imposible es que no vengan tropiezos;
mas ¡ay de aquel por quien vienen!
Jamás
se nos dijo que, en el mundo, no tendríamos aflicción sino todo lo contrario:
Juan,
16:33 Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo
tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.
Algunos
en la iglesia tienen este “ministerio de consolación”. Ellos no van a hacer que
tu pena desaparezca. Es más, ellos mismos pueden estar sufriendo una pena tan o
incluso más profunda que la tuya. Pero ellos han estado (o aún están) allí
mismo, donde tu estas. Por eso pueden comprender tu dolor.
Porque,
como dijo alguna vez alguien, en el servicio del amor y de la consolación, solo
los soldados heridos pueden servir.
Si
nunca has enterrado a nadie cercano (padre, madre, hermanos, hijos, cónyuge) y
te toca ir a un funeral, solo dirás “te acompaño en el sentimiento o te doy mi más
sentido pésame” y te iras. Pero cuando has atravesado ese mismo valle de
sombras y dolor, recién ahí puedes ponerte en los zapatos del otro y comprender
exactamente lo que le está sucediendo.
A
veces te preguntas ¿por qué Dios permite este dolor en mi vida?. Pero ¿qué
sucede si ese dolor (ese proceso) forma parte de tu ministerio, es decir, forma parte de tu
capacitación para servir?. Recuerda que en el servicio del amor y de la
consolación, solo los soldados heridos pueden servir. Los “turistas del dolor”
no pueden hacerlo, sino solo los soldados heridos. Los que han estado ahí, en
el mismo lugar donde tu estas ahora.
Si
nunca estuviste desempleado ¿cómo entenderás a alguien que no tiene empleo?. Si
nunca fuiste menospreciado ¿cómo entenderás al que sufre menosprecio?. Si nunca
fuiste abandonado ¿cómo entenderás al que ha sufrido abandono?.
Dante
Gebel, en una de sus predicas, hizo referencia a una antigua fabula china que narra
lo siguiente:
Había
una mujer viuda, que tenía un niño pequeño. Un día vino una peste y el niño
murió. La mujer, presa del dolor y el desconsuelo, visita a un sabio y le pide algo
que alivie su dolor. El sabio le dice que puede hacerlo, pero le pide que
consiga un arroz especial, en su misma aldea, para preparar una pócima o
brebaje que, una vez bebido por la mujer, haría que el dolor desaparezca. Pero
había una condición: ese arroz podría conseguirse solo en una casa donde nunca
hubiera habido una tristeza.
La
mujer, entonces, comenzó a recorrer su aldea, casa por casa, preguntando a sus
ocupantes si alguna vez habían sufrido una tristeza y que, de no haber sufrido
ninguna, le dieran su arroz. Recorrió casa por casa y se dio cuenta de que no
existía una sola casa, en toda la aldea, donde no hubiera habido, alguna vez,
una tristeza. Ese arroz, por tanto, no existía. Sin embargo, la mujer se dio
cuenta de que, al escuchar las historias tristes de sus vecinos y al contar
ella su propia tristeza, ella había recibido y dado consolación porque, entre
otras tragedias, había vecinos que también habían perdido a sus hijos.
El
recorrer la aldea y escuchar a sus prójimos había cambiado la perspectiva de la
mujer, quien se dio cuenta de que el sabio la había engañado: era imposible
preparar ese brebaje, porque era imposible dar con ese arroz. El sabio, en
realidad, la había enviado a escuchar las historias tristes de sus vecinos (sus
prójimos).
Por
eso Pedro escribe:
1
Pedro, 5:8 Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león
rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; 5:9 al cual resistid
firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en
vuestros hermanos en todo el mundo.
La
Biblia se refiere a nuestro Señor Jesucristo así:
Isaías,
53:3 Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado
en quebranto;
La exhortación sin la gracia
Vimos
que Pablo establece una clara diferencia entre “reprender” y “exhortar” y que,
básicamente, está dada por el amor: mientras que en la reprensión hay ausencia
de amor, la exhortación está (o debiera estar) dominada por él. La exhortación
sin amor es mera reprensión.
Pero
hay un tipo de reprensión, que se disfraza de exhortación, en la cual la
ausencia de amor es más sutil y es cuando la aparente exhortación (por más
amable que sea) no va acompañada de edificación (enseñanza) para prevenir, ni
de consuelo (aliviar la pena del otro) para contener y restaurar.
No
estamos diciendo que no haya que exhortar (marcar los errores e invitar a corregirlos)
pero, si además de exhortar, vemos que jamás se edifica (enseña) para prevenir, ni se consuela (alivia la pena
del otro) para contener y restaurar, entonces la exhortación no es más que una
serie de humanas advertencias basadas en la Palabra de Dios (cosa no demasiado
difícil de hacer), pero que no transforma ni cambia vidas.
La
iglesia necesita corrección pero el modelo de exhortación debe ser el de
Jesucristo (corregir con amor, para restaurar) y no el de satanás (acusar, para
destruir). Cuando Cristo exhortó a las iglesias en Asia (Apocalipsis, 2 y 3),
unió sus regaños con el elogio y la promesa. Fue después de animarlos que los exhorto.
Después de que Cristo amonesto a la iglesia, sus últimas palabras no fueron de
condenación sino de promesas.
Aun
en la más seria corrección, la Voz de Jesucristo es siempre la encarnación de
la gracia y la verdad:
Juan,
1:14 Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria,
gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.
Si
la palabra de corrección no ofrece GRACIA para restauración, entonces no es la
Voz de Jesucristo.
Comprender
y aceptar las debilidades y fallas de nuestros hermanos, es comprender y
aceptar nuestras propias fallas y debilidades. Todos tenemos debilidades. Todos
fallamos en algo. Afortunadamente hay algo que nos cubre a todos y se llama
GRACIA.
La
GRACIA DE DIOS nos convierte de mendigos a reyes. Cuando solo vemos las
debilidades y fallas de nuestros hermanos olvidándonos de nuestras propias
fallas y debilidades, nos alejamos solitos de la GRACIA y volvemos al estado de
indigencia y miseria espiritual del cual el Señor nos había sacado y es cuando,
cual burdas marionetas, más “se nos notan los piolines”.
Actualmente
algunos, al igual que Saulo antes de su conversión, creen que están prestando
servicio a Dios pero, al exhortar sin la gracia desde los púlpitos de las iglesias, no
hacen otra cosa que perseguir a la Iglesia de Jesucristo.
La exhortación sin testimonio
Pero
peor que exhortar sin la gracia (lo que ya es mucho) es exhortar sin testimonio
(sin autoridad moral). Exhortar sin autoridad moral es corroborar el dicho
popular que reza “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”. Y las personas,
en general, están mucho más atentas a lo que hacemos que a lo que decimos.
Ellos quieren ver (con todo derecho) si lo que sale de nuestra boca encuentra
algún correlato material en nuestra vida real.
Para
graficar esto, voy a permitirme narrar una historia real que, en una de sus
predicas, relató Dante Gebel:
Hubo
un hombre que, siendo médico, un día conoció a Dios. A partir de aquí, comenzó
a congregarse y a leer la Biblia con especial entusiasmo. Tenía un ministerio
claramente evangelístico. Este hombre, con el tiempo, se destacó y fue conocido
en la Asamblea que nucleaba a su congregación.
Cuando
surgió la posibilidad de enviar a un misionero para evangelizar a una tribu en
la isla de Papúa Nueva Guinea, ubicada al norte de Australia, formando parte
del continente de Oceanía, inmediatamente la Asamblea pensó en este médico.
Cuando la Asamblea se lo propuso, el médico acepto de inmediato. Hacía tiempo
ya que había dejado de ejercer la medicina en forma intensiva y esta era la
oportunidad que estaba esperando para dedicarse de lleno a su llamado.
Es
así que este médico viaja en avión hacia el continente y, desde allí, toma un
avión menor (una especie de aeroplano) que lo deposita en la isla. Allí lo
reciben el jefe del destacamento policial de la isla, junto con el líder
espiritual de la tribu.
Cuando
le preguntan a qué se debe su visita, el medico responde que había sido enviado
por la Asamblea que nuclea a su congregación para evangelizar la isla.
El
líder espiritual de la tribu le contesta que no había problema si quería
quedarse en la isla, pero le aclara que no le sería permitido evangelizar
porque en la isla ya había una religión establecida, con sus dioses y rituales.
Es más, el anciano le aclara que profesar una religión distinta a la de la isla
estaba penado con la muerte por decapitación. Por su parte, el jefe del
destacamento policial de la isla le dijo al médico que él no podía garantizarle
la seguridad si transgredía esta norma.
El
jefe de policía y el anciano le preguntaron al médico si tenía algo más que
agregar, a lo que el medico responde que sí, declarando ser precisamente
médico. El medico pensó: siempre hace falta un médico en un lugar así, por lo
que, si declaro mi profesión, tal vez me gane la confianza del anciano y de la
tribu y, con el tiempo, me permitan predicar. Al jefe de policía y al anciano
les pareció estupendo e incluso le prometieron montarle una clínica, para
atender a los lugareños de la tribu.
El
medico se comunicó con la Asamblea para ponerlos al tanto de la situación.
Desde la Asamblea le recomendaron que haga lo que el mismo había pensado: que
se quedara, que ejerciera su profesión de médico y que, tarde o temprano, una
vez ganada la confianza de los lugareños, seguramente se le abrirían las
puertas para predicar el evangelio.
Como
le fue prometido, al médico le montaron una clínica e incluso recibió
inicialmente instrumental y periódicamente medicinas desde el continente. Así
comenzó el medico a ocuparse de la salud de los lugareños de la tribu de la
isla: hacia nacer a los niños, atendía a los ancianos, curaba a los enfermos.
Al llegar la noche, cada día, cenaba y se quedaba leyendo la Biblia hasta altas
horas, pensando que, con el tiempo, le permitirían predicar el evangelio. Pero
la prohibición jamás se levantó.
Así
pasaron los años, mientras el medico atendía con denuedo la salud de los
lugareños. Desde su llegada, había descendido drásticamente la muerte infantil
y había mejorado la salud de toda la tribu, aumentando considerablemente el
promedio de vida del lugar. La tribu lo amaba y era profundamente respetado por
el anciano de la tribu y por el jefe de policía. Pero el medico sufría y cada
noche le preguntaba a Dios por qué lo había enviado a un lugar donde no podía
predicar el evangelio. Para el médico, su vida no tenía sentido alguno. Por si
esto fuera poco, la Asamblea que lo había enviado se había olvidado de él y su
gestión en la isla fue vista como un fracaso.
Un
buen día, el medico murió de muerte natural y fue enterrado con honores y con
gran llanto por los lugareños de la tribu. Enterados de su muerte, la Asamblea
decidió enviar otro misionero.
Al
igual que el médico en su momento, el nuevo misionero viaja en avión hacia el
continente y, desde allí, toma un avión menor (una especie de aeroplano) que lo
deposita en la isla. Allí lo reciben el (mismo, pero más viejo) jefe del
destacamento policial de la isla, junto con el (mismo, pero más viejo) líder
espiritual de la tribu.
Cuando
le preguntan a qué se debe su visita, el nuevo misionero responde que había
sido enviado por la Asamblea que nuclea a su congregación para evangelizar la
isla, cosa que no había podido hacer el médico.
El
líder espiritual de la tribu le contesta que no había problema si quería
quedarse en la isla y que tampoco habría problemas si quería evangelizar. Es
más, tanto el anciano como el jefe de policía le prometieron al nuevo misionero
edificarle una iglesia. El nuevo misionero, sorprendido, le preguntó al anciano
por qué a él se le permitiría predicar el evangelio siendo que al médico no se
le había permitido, a lo que el anciano respondió: el medico al que usted hace
referencia, vino hace muchos años a esta isla y decidió vivir entre nosotros.
El hizo nacer a nuestros niños, atendió a nuestros ancianos y curo a nuestros
enfermos con denuedo. Si ese hombre hizo lo que hizo por nosotros, entonces su
Dios tiene que ser más grande y mejor que él. Y esta es la razón por la cual a
usted le será permitido predicar el evangelio: por que ahora somos nosotros los
que queremos conocer al Dios de aquel hombre.
Cuando
fue construida la iglesia, el nuevo misionero organizo una campaña
evangelística en la cual se entregó a Cristo casi toda la tribu.
Cuando
llegaron estas noticias a la Asamblea, rápidamente la gestión del nuevo
misionero fue vista como un éxito, al tiempo que se confirmó el fracaso del
médico. Pero fue el médico, con su testimonio de vida, el que abrió las puertas
al evangelio en la isla.
¿Cuántos
de nosotros seremos realmente capaces de predicar a Dios sin abrir la boca?.
QUE
DIOS LOS BENDIGA A TODOS!!!
Marcelo
D. D’Amico
Maestro
de la Palabra – Ministerio REY DE GLORIA