viernes, 31 de julio de 2020

LA SANGRE DE CRISTO


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Te dejo el video donde predico acerca de este tema (el contenido del video es el mismo que el expuesto mas abajo):


Introducción

Existen no pocos predicadores (algunos de ellos de cierto renombre) que sostienen que invocar la sangre de Cristo no es bíblico.

Quienes nos congregamos en iglesias pentecostales, solemos invocar la sangre del Señor en oraciones de cobertura por nosotros mismos o por terceras personas o, incluso, cuando hacemos oraciones para liberar a alguien que está siendo oprimido por demonios. Quienes participamos en liberación sabemos del terror que sienten los demonios cuando el ministro que lleva adelante la liberación invoca la sangre del Señor.

Argumentos en contra

Quienes se oponen a esta práctica (invocar la sangre de Cristo), argumentan que no hay una sola situación en la Biblia en que pueda verse a alguien invocando la sangre del Señor, bajo ninguna circunstancia. Por lo tanto, toman esta práctica como exclusivamente pentecostal y sin la menor base bíblica.

Por supuesto que la Biblia habla de la sangre del Señor. Pablo dice que fuimos comprados por precio (1 Corintios, 6:20) y Pedro dice que el precio pagado fue la sangre de Cristo (1 Pedro, 1:18-19). Pero la Biblia nada dice (es cierto) sobre invocar la sangre del Señor como cobertura, para echar fuera demonios o para lograr otro cometido.

Argumentos a favor

Sin embargo, no basta con que algo no este específicamente mencionado en las Escrituras para afirmar que no es bíblico o que no surge de la Biblia. Debemos aprender a diferenciar la “letra fría” del “espíritu de las Escrituras”.

Esta discusión, por ejemplo, es muy popular en el Derecho. Lo que se pretende, al interpretar la ley, es no solo ver lo que está escrito en ella (la “letra fría de la ley”), sino el “valor supremo” que los legisladores pretendieron proteger al sancionar esa norma (el “espíritu de la ley”) y en esto es en lo que debe hacer especial hincapié un magistrado a la hora de aplicar la ley.

Por ejemplo, mientras la borrachera esta mencionada en la Biblia como un pecado (1 Corintios, 6:10), el fumar no lo está. ¿Significa esto que el emborracharse es un pecado y el fumar no lo es?. En lugar de quedarnos “dando vueltas” en la “letra fría de las Escrituras” (discutiendo si la Biblia dice o no dice), debemos escudriñarlas para ver cuáles son los “principios rectores” que subyacen en ellas y analizar toda situación a la luz de estos últimos. Esto significa aplicar “el espíritu de las Escrituras”.

Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo:

1 Corintios, 3:16 ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? 3:17 Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.

1 Corintios, 6:19 ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?

Si destruimos nuestro cuerpo (sea de la manera que fuere), destruimos el “templo de Dios” y por eso, dice Pablo, seremos destruidos (1 Corintios, 3:17). Este es el “principio rector” que hay que aplicar, en lugar de hurgar en las Escrituras para ver si estas mencionan el beber, el fumar, el drogarse u otra cosa. Aunque, a diferencia de la borrachera, la Biblia no hace mención respecto del fumar o el drogarse, se trata de actos que, en definitiva, destruyen nuestro cuerpo (el “templo de Dios”), por lo que, en ausencia de toda norma específica al respecto, corresponde aplicar el “principio rector” consagrado en 1 Corintios, 3:17. El “valor supremo” que pretenden proteger las Escrituras, en este caso, es el “templo de Dios” (nuestro cuerpo). Por ende, todo lo que destruya el “templo de Dios”, aunque no esté mencionado en las Escrituras, entra en colisión directa con ellas, no por una norma específica sino por aplicación del “principio rector” de 1 Corintios, 3:17 (el “espíritu de las Escrituras”).

Por lo explicado hasta aquí y aunque sea cierto que no hay nadie en la Biblia cubriéndose con la sangre de Cristo o invocando la misma para echar fuera un demonio, la sangre del Señor no debiera ser descartada tan rápidamente como herramienta de protección.

La sangre de Cristo sigue activa

Otro argumento en contra de invocar la sangre de Cristo es que la misma ya fue derramada hace casi 2000 años y ya “hizo su trabajo”, que fue limpiarnos de nuestros pecados. Para quienes así piensan, la sangre de Cristo es como una foto vieja, descolorida, que ya no tiene ningún efecto en nuestras vidas. Pero se equivocan, porque la sangre de Cristo sigue activa.

Todas las generaciones de cristianos posteriores a la cruz, aun después de convertidos, continuaron y continúan pecando:

1 Juan, 1:8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.

El apóstol Juan dice “si decimos”, es decir, se incluye, motivo por el cual está hablando de la iglesia (nadie representa mejor a la iglesia que el apóstol Juan). Para Juan, quien, autoproclamándose cristiano, no reconoce que, aun después de convertido, hay pecado en su vida, no es un cristiano verdadero (la verdad no está en el).

1 Juan, 1:9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.

Pero, gracias a Dios, en el versículo siguiente, Juan nos da la solución: la confesión. Cada vez que nos equivocamos y confesamos nuestros pecados, el Señor nos perdona y nos vuelve a limpiar. Estas son “acciones continuas”, porque continuamente estamos equivocándonos y confesando. Pero ¿qué es lo que nos vuelve a limpiar?. La sangre de Cristo, claro.

La sangre de Cristo fue derramada una sola vez (Hebreos, 10:10, 12), de otro modo el Señor hubiera tenido que bajar a morir una y otra vez en la cruz, cada vez que nos equivocamos (Hebreos, 9:26). El poder redentor de la sangre de Cristo es eterno (Hebreos, 10:14) y es la confesión (1 Juan, 1:9) la que hace que esa sangre, derramada una sola vez, nos vuelva a limpiar cada vez que pecamos y confesamos. La sangre de Cristo puede hacer esto porque sigue activa desde que fue derramada.

Este es el “principio rector” por el que muchos cristianos invocamos la sangre de Cristo.

Quienes dicen que no es bíblico invocar o apelar a la sangre de Cristo, no entienden 1 Juan, 1:9. Quienes se jactan de no invocar nunca la sangre de Cristo, no se dan cuenta de que eso es exactamente lo que hacen cada vez que confiesan sus pecados (1 Juan, 1:9), a menos, claro está, que jamás confiesen sus pecados al Señor.

Confesar nuestros pecados (1 Juan, 1:9) es invocar la sangre de Cristo para que nos vuelva a limpiar de toda maldad.

Conclusión

Para Pablo, la salvación es por gracia, por medio de la fe (Efesios, 2:8-9) en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4). ¿Y qué dice el Evangelio?:

1 Corintios, 15:3 Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 15:4 y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;

El Evangelio habla de la muerte de Jesús por nuestros pecados (también habla de su sepultura y de su resurrección) y, si habla de su muerte, también habla del derramamiento de su sangre. La sangre de Cristo es el corazón de la “teología de la salvación”.

Aunque su nombre es sobre todo nombre (Filipenses, 2:9) y no hay otro nombre en el que podamos ser salvos (Hechos, 4:12), el nombre de Jesús está indisolublemente ligado a su obra en la cruz. Si Cristo no hubiese derramado su sangre en la cruz, su nombre seria apenas un nombre y no alcanzaría para salvarnos.

No fue el nombre de Jesús, ni fue su vida ejemplar, no fueron sus sermones, ni su bondad, no fueron sus milagros, ni su sabiduría, fue su sangre la que nos salvó del infierno que merecíamos.

El único interesado en que no clamemos a la sangre de Jesucristo es aquel que fue derrotado por ella y ya sabemos de quien se trata:

Colosenses, 2:15 y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.


DIOS LOS BENDIGA!

Marcelo D. D’Amico

Maestro de la Palabra – Ministerio Rey de Gloria