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Te dejo el video donde predico acerca de este tema (el contenido del video es el mismo que el expuesto mas abajo):
Introducción
Existen
no pocos predicadores (algunos de ellos de cierto renombre) que sostienen que
invocar la sangre de Cristo no es bíblico.
Quienes
nos congregamos en iglesias pentecostales, solemos invocar la sangre del Señor
en oraciones de cobertura por nosotros mismos o por terceras personas o,
incluso, cuando hacemos oraciones para liberar a alguien que está siendo
oprimido por demonios. Quienes participamos en liberación sabemos del terror
que sienten los demonios cuando el ministro que lleva adelante la liberación
invoca la sangre del Señor.
Argumentos en contra
Quienes
se oponen a esta práctica (invocar la sangre de Cristo), argumentan que no hay
una sola situación en la Biblia en que pueda verse a alguien invocando la
sangre del Señor, bajo ninguna circunstancia. Por lo tanto, toman esta práctica
como exclusivamente pentecostal y sin la menor base bíblica.
Por
supuesto que la Biblia habla de la sangre del Señor. Pablo dice que fuimos
comprados por precio (1 Corintios, 6:20) y Pedro dice que el precio pagado fue
la sangre de Cristo (1 Pedro, 1:18-19). Pero la Biblia nada dice (es cierto)
sobre invocar la sangre del Señor como cobertura, para echar fuera demonios o
para lograr otro cometido.
Argumentos a favor
Sin
embargo, no basta con que algo no este específicamente mencionado en las
Escrituras para afirmar que no es bíblico o que no surge de la Biblia. Debemos
aprender a diferenciar la “letra fría” del “espíritu de las Escrituras”.
Esta
discusión, por ejemplo, es muy popular en el Derecho. Lo que se pretende, al
interpretar la ley, es no solo ver lo que está escrito en ella (la “letra fría
de la ley”), sino el “valor supremo” que los legisladores pretendieron proteger
al sancionar esa norma (el “espíritu de la ley”) y en esto es en lo que debe
hacer especial hincapié un magistrado a la hora de aplicar la ley.
Por
ejemplo, mientras la borrachera esta mencionada en la Biblia como un pecado (1
Corintios, 6:10), el fumar no lo está. ¿Significa esto que el emborracharse
es un pecado y el fumar no lo es?. En lugar de quedarnos “dando vueltas” en la
“letra fría de las Escrituras” (discutiendo si la Biblia dice o no dice), debemos
escudriñarlas para ver cuáles son los “principios rectores” que subyacen en ellas
y analizar toda situación a la luz de estos últimos. Esto significa aplicar “el
espíritu de las Escrituras”.
Nuestro
cuerpo es templo del Espíritu Santo:
1
Corintios, 3:16 ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios
mora en vosotros? 3:17 Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le
destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.
1
Corintios, 6:19 ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el
cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
Si
destruimos nuestro cuerpo (sea de la manera que fuere), destruimos el “templo
de Dios” y por eso, dice Pablo, seremos destruidos (1 Corintios, 3:17). Este es
el “principio rector” que hay que aplicar, en lugar de hurgar en las Escrituras
para ver si estas mencionan el beber, el fumar, el drogarse u otra cosa. Aunque,
a diferencia de la borrachera, la Biblia no hace mención respecto del fumar o el
drogarse, se trata de actos que, en definitiva, destruyen nuestro cuerpo (el “templo
de Dios”), por lo que, en ausencia de toda norma específica al respecto,
corresponde aplicar el “principio rector” consagrado en 1 Corintios, 3:17. El
“valor supremo” que pretenden proteger las Escrituras, en este caso, es el “templo
de Dios” (nuestro cuerpo). Por ende, todo lo que destruya el “templo de Dios”,
aunque no esté mencionado en las Escrituras, entra en colisión directa con ellas,
no por una norma específica sino por aplicación del “principio rector” de 1
Corintios, 3:17 (el “espíritu de las Escrituras”).
Por
lo explicado hasta aquí y aunque sea cierto que no hay nadie en la Biblia
cubriéndose con la sangre de Cristo o invocando la misma para echar fuera un
demonio, la sangre del Señor no debiera ser descartada tan rápidamente como
herramienta de protección.
La sangre de Cristo sigue
activa
Otro
argumento en contra de invocar la sangre de Cristo es que la misma ya fue
derramada hace casi 2000 años y ya “hizo su trabajo”, que fue limpiarnos de
nuestros pecados. Para quienes así piensan, la sangre de Cristo es como una
foto vieja, descolorida, que ya no tiene ningún efecto en nuestras vidas. Pero
se equivocan, porque la sangre de Cristo sigue activa.
Todas
las generaciones de cristianos posteriores a la cruz, aun después de
convertidos, continuaron y continúan pecando:
1
Juan, 1:8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y
la verdad no está en nosotros.
El
apóstol Juan dice “si decimos”, es decir, se incluye, motivo por el cual está
hablando de la iglesia (nadie representa mejor a la iglesia que el apóstol Juan).
Para Juan, quien, autoproclamándose cristiano, no reconoce que, aun después de
convertido, hay pecado en su vida, no es un cristiano verdadero (la verdad no
está en el).
1
Juan, 1:9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar
nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.
Pero,
gracias a Dios, en el versículo siguiente, Juan nos da la solución: la
confesión. Cada vez que nos equivocamos y confesamos nuestros pecados, el Señor
nos perdona y nos vuelve a limpiar. Estas son “acciones continuas”, porque
continuamente estamos equivocándonos y confesando. Pero ¿qué es lo que nos
vuelve a limpiar?. La sangre de Cristo, claro.
La
sangre de Cristo fue derramada una sola vez (Hebreos, 10:10, 12), de otro modo el
Señor hubiera tenido que bajar a morir una y otra vez en la cruz, cada vez que
nos equivocamos (Hebreos, 9:26). El poder redentor de la sangre de Cristo es
eterno (Hebreos, 10:14) y es la confesión (1 Juan, 1:9) la que hace que esa
sangre, derramada una sola vez, nos vuelva a limpiar cada vez que pecamos y
confesamos. La sangre de Cristo puede hacer esto porque sigue activa desde que
fue derramada.
Este
es el “principio rector” por el que muchos cristianos invocamos la sangre de
Cristo.
Quienes
dicen que no es bíblico invocar o apelar a la sangre de Cristo, no entienden 1
Juan, 1:9. Quienes se jactan de no invocar nunca la sangre de Cristo, no se dan
cuenta de que eso es exactamente lo que hacen cada vez que confiesan sus
pecados (1 Juan, 1:9), a menos, claro está, que jamás confiesen sus pecados al
Señor.
Confesar
nuestros pecados (1 Juan, 1:9) es invocar la sangre de Cristo para que nos
vuelva a limpiar de toda maldad.
Conclusión
Para
Pablo, la salvación es por gracia, por medio de la fe (Efesios, 2:8-9) en el
Evangelio (1 Corintios, 15:3-4). ¿Y qué dice el Evangelio?:
1
Corintios, 15:3 Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que
Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 15:4 y que fue
sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;
El
Evangelio habla de la muerte de Jesús por nuestros pecados (también habla de su
sepultura y de su resurrección) y, si habla de su muerte, también habla del
derramamiento de su sangre. La sangre de Cristo es el corazón de la “teología
de la salvación”.
Aunque
su nombre es sobre todo nombre (Filipenses, 2:9) y no hay otro nombre en el que
podamos ser salvos (Hechos, 4:12), el nombre de Jesús está indisolublemente
ligado a su obra en la cruz. Si Cristo no hubiese derramado su sangre en la
cruz, su nombre seria apenas un nombre y no alcanzaría para salvarnos.
No
fue el nombre de Jesús, ni fue su vida ejemplar, no fueron sus sermones, ni su
bondad, no fueron sus milagros, ni su sabiduría, fue su sangre la que nos salvó
del infierno que merecíamos.
El
único interesado en que no clamemos a la sangre de Jesucristo es aquel que fue
derrotado por ella y ya sabemos de quien se trata:
Colosenses,
2:15 y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió
públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.
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Te dejo el video donde predico acerca de este tema (el contenido del video es el mismo que el expuesto mas abajo):
¿Qué es el “libre albedrio”?
El
“libre albedrio” es la creencia según la cual las personas tienen el
poder de elegir y tomar sus propias decisiones. Es la potestad que el ser
humano tiene de obrar según considere y elija. Esto significa que las personas tienen
naturalmente libertad para tomar sus propias decisiones, sin estar sujetos a
presiones, necesidades, limitaciones, condicionamientos o a una
predeterminación divina.
Mientras
que la “libertad” de acción es la capacidad de actuar, el “libre
albedrío” es, primeramente, la capacidad de decidir o elegir que,
eventualmente, se traduce luego en la acción correspondiente. En suma: mientras
la “libertad” es la capacidad de actuar libremente y “libre albedrio” es la
capacidad de decidir o elegir como actuar.
Se
puede hablar del “libre albedrio” desde dos puntos de vista:
[1]
desde el punto de vista filosófico; o
[2]
desde el punto de vista religioso;
El punto de vista filosófico
Al
hablar del “libre albedrio” desde el punto de vista filosófico, debemos hablar
de diferentes corrientes de pensamiento como:
[+]
el “determinismo”, según el cual todos los eventos son el resultado inevitable
de una causa previa, es decir, todo lo que pasa tiene una razón de ser;
[+]
el “indeterminismo”, contrario al “determinismo” (y una forma del “libertarismo”)
según el cual el “libre albedrío” realmente existe y esa libertad hace que las
acciones sean un efecto sin una causa previa;
[+]
el “compatibilismo”, según el cual el “libre albedrio” aún existe en un
universo “determinista”, es decir, aunque todo tenga una razón de ser, hay
libertad de elección;
Nota:
la filosofía que acepta tanto el “determinismo” como el “compatibilismo” se
llama el “determinismo suave”.
[+]
el “incompatibilismo”, según el cual es imposible creer en la existencia del “libre
albedrio” en un universo “determinista”, es decir, todo tiene una razón de ser
por lo que no puede existir libertad de elección;
Nota:
la filosofía que acepta tanto el “determinismo” como el “incompatibilismo” se
llama el “determinismo radical o severo”.
[+]
“libertarismo”, según el cual los individuos tienen plena libertad de elección
y, por lo tanto, rechaza el “determinismo”;
Como
no es el objeto del presente estudio, nada más diremos sobre el “libre
albedrio” desde el punto de vista filosófico. No obstante, los anteriores
conceptos se dieron para ver como influyeron en el pensamiento religioso o, más
precisamente, en la teología cristiana de la salvación.
El punto de vista religioso
Sacando
otras religiones (el judaísmo, el islam, etc.), el cristianismo falso o
infiltrado (el catolicismo romano) y las sectas cristianas (testigos de Jehová,
mormones, etc.), dentro del cristianismo verdadero (protestante), existen dos
corrientes bien diferenciadas: el calvinismo y el arminianismo. Al respecto
puedes ver, en mi blog, un estudio denominado “Calvinismo” (pincha Aqui).
Influenciados
por “calvinistas” y “arminianos”, dentro del espectro protestante (evangélico),
a su vez, hoy tenemos a “bautistas” y “pentecostales”, estos últimos llamados,
un poco peyorativamente, “carismáticos” por los “bautistas”.
Desde
el punto de vista del cristianismo, el “libre albedrio” significa que las personas, en cuanto a su salvación o
condenación, tienen plena libertad para tomar sus propias decisiones, sin estar
sujetas a una predeterminación (¿predestinación?) divina.
En
relación al “libre albedrio” y en cuanto a la salvación o a la condenación de
nuestras almas, en general podemos decir que, mientras los “bautistas”
(influenciados por el “calvinismo”) suelen adoptar alguna forma de
“determinismo”, los “pentecostales” (influenciados por el “arminianismo”) suelen
ser “indeterministas” pudiendo, incluso, existir, entre ambos, una tercera
posición al aceptar la existencia del “libre albedrio” aun en un contexto “determinista”
(“compatibilismo”).
Traduzcamos:
[1]
doctrina sustentada por los “bautistas” (“calvinistas”): no existe el
“libre albedrio” porque la salvación, más allá de nuestras acciones
(elecciones) personales, es el resultado inevitable de la predeterminación (¿predestinación?)
divina (“determinismo”); o
[2]
doctrina sustentada por los “pentecostales” (“arminianos”): existe el “libre
albedrío” porque la salvación es el resultado de nuestras acciones (elecciones)
personales, sin ningún tipo de intervención o predeterminación divina; o
[3]
doctrina sustentada por unos y por otros: existe el “libre albedrio”
solo desde nuestra perspectiva, pero en un contexto en el que la salvación, más
allá de nuestras acciones (elecciones) personales, es el resultado inevitable
de la predeterminación (¿predestinación?) divina (“compatibilismo”);
Nota
1: Nosotros adherimos a la doctrina del apartado [3].
Nota
2: Hemos puesto entre signos de interrogación la palabra “predestinación”, que
es sinónimo de “predeterminación”, ya que la “doctrina de la predestinación
divina” (sustentada por el “calvinismo” y que, desde ya, analizaremos) es
fundamental para comprender el verdadero alcance del “libre albedrio”.
Razones que debilitan la idea
del “libre albedrio pleno”
Hay
algunas razones por las que conviene desconfiar de la existencia del “libre
albedrio pleno”, a saber:
[+]
los hombres no pueden acercarse (ni elegir) a Cristo por si mismos;
Jesucristo
dijo:
Juan,
6:44 Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere;
y yo le resucitaré en el día postrero. 6:45 Escrito está en los
profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al
Padre, y aprendió de él, viene a mí.
Juan,
15:16 No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros,
y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca;
para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé.
No
obstante, alguien podría afirmar que, si bien es cierto que Cristo “eligió” a
sus apóstoles (Juan, 15:16), esto no significa que nos elegiría también a
nosotros. Para los que pretenden limitar la “elección” de Cristo solo a sus
apóstoles va el siguiente versículo:
Juan,
17:20 Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de
creer en mí por la palabra de ellos, 17:21 para que todos sean
uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en
nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.
Cristo
oro por nosotros (las generaciones venideras) al igual que oro por sus
apóstoles.
Si
no podemos acercarnos a Cristo por nuestros propios medios (el Padre nos lleva)
y no lo elegimos nosotros a El sino El a nosotros, la idea del “libre albedrio”
pleno comienza a perder un poco de fuerza desde el vamos.
[+]
la fe inicial para alcanzar la salvación no es nuestra;
Pablo
escribe:
Efesios,
2:8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros,
pues es don de Dios; 2:9 no por obras, para que nadie se gloríe.
Para
Pablo, la causa de la salvación es la gracia. ¿Qué es la gracia?. La gracia es
el favor inmerecido de Dios, por medio del cual podemos ser salvos, obedecer
los mandamientos de Dios (aunque no de manera perfecta) y ser santos. La gracia
es la actividad unilateral de Dios, por medio de la cual El está todo el tiempo
atrayendo las almas hacia sí mismo. La gracia es una de las principales actividades
de Dios (Juan, 5:17).
Y
el medio para acceder a esta gracia (la causa de la salvación) es la fe en el
Evangelio (1 Corintios, 15:3-4). La fe es el “boleto de entrada” a la gracia
(Romanos, 5:2).
Pablo
dice, además, que “esto no de vosotros, pues es don de Dios”. La palabra “don”
significa aquí “regalo”. Ahora bien ¿qué es lo que no es nuestro sino un regalo
de Dios?.
La
salvación, que es por gracia, por medio de la fe. Esto significa que ni la
salvación, ni ninguno de los elementos necesarios para alcanzarla (que son la
gracia y la fe) son nuestros. Ya sabemos que la gracia no es nuestra sino que es
una actividad divina (Juan, 5:17), pero ¿qué pasa con la fe?. Para Pablo, la fe
por medio de la cual accedemos a la gracia (Romanos, 5:2), tampoco es nuestra.
Pablo
afirma que la salvación “no es por obras, para que nadie se gloríe”, es decir,
para que nadie pueda jactarse delante de Dios de haberse salvado por sus
propios méritos. No nos podemos jactar ni siquiera de nuestra fe, es decir, de
haber creído en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4).
Pablo
reafirma esta idea cuando escribe:
Romanos,
3:27 ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de
las obras? No, sino por la ley de la fe. 3:28 Concluimos, pues, que el
hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.
Toda
jactancia en cuanto a la salvación queda excluida, dice Pablo, por la “ley de
la fe”. No hay nada, en cuanto a su salvación, de lo que el hombre pueda
jactarse.
Sin
embargo algunos creen que la fe es una “respuesta humana” a la predicación del
Evangelio, en el sentido de que hay un predicador predicando el Evangelio y hay
un auditorio donde mientras algunos (que “aceptan” el Evangelio) se salvan,
otros (que lo “rechazan”) se condenan. Para ellos, la fe es un “acto humano
unilateral”, rechazando toda intervención divina. Pero, como acabamos de
demostrar, esta idea no tiene sustento en las Escrituras.
Analicemos
la cuestión con algo de lógica. Si la salvación es por fe y no por obras, como
lo afirma Efesios, 2:8-9, entonces la fe no puede ser una obra humana, de otro
modo el pasaje escrito por Pablo encerraría una contradicción. Si la fe
califica como obra humana, entonces, por definición, no puede salvarnos. Por lo
tanto, la fe que nos salva tiene que provenir 100% de Dios. ¿Se entiende el
punto?.
Al
oír con fe el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4), no solamente somos salvos sino
que, además recibimos al Espíritu Santo (Gálatas, 3:2), el cual no solo viene a
morar (Juan, 14:17, 1 Corintios, 3:16, 6:19) sino que, además, es sellado
(Efesios, 1:13-14, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22) en nosotros. Aquí, el Espíritu
Santo ya ejecuto su obra en nosotros, consistente en convencernos [1] de
pecado, [2] de justicia y [3] de juicio (Juan, 16:8) y es cuando van a empezar
a aparecer los nueve frutos del Espíritu, siendo la fe uno de ellos (Gálatas,
5:22-23). O sea, el fruto de la fe va aparecer por el solo hecho de que el
Espíritu Santo está morando y sellado en nosotros.
Para
colmo, Pablo escribe estas inquietantes palabras:
2
Tesalonicenses, 3:2 y para que seamos librados de hombres perversos y malos; porque
no es de todos la fe.
Ni
la fe inicial para salvación (Efesios, 2:8-9), ni la fe como fruto del Espíritu
(Gálatas, 5:22-23), son nuestras, con lo cual la idea del “libre albedrio” pleno
continúa perdiendo fuerza.
[+]
es Dios el que abre el corazón (y no el hombre), para que impacte el Evangelio;
Cuando
el Evangelio se predica fuera de la Iglesia o se lee la Palabra de Dios en
privado, no todos, en ese momento, son convencidos de pecado (Juan, 16:8) y de
su necesidad de Cristo.
Es
por eso que hay dos llamamientos:
[1]
un “llamamiento externo”; y
[2]
un “llamamiento interno”;
El
“llamamiento externo” puede ser descripto como “palabras del predicador” pero,
para que la salvación opere, ese “llamamiento externo” debe ser acompañado
(complementado) por el “llamamiento interno” del Espíritu Santo de Dios.
Una
ilustración de esta enseñanza es la siguiente situación descripta en el Libro
de los Hechos de los Apóstoles:
Hechos,
16:13 Y un día de reposo salimos fuera de la puerta, junto al río, donde solía
hacerse la oración; y sentándonos, hablamos a las mujeres que se habían
reunido. 16:14 Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de
la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el
corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía.
Pablo
estaba predicando en la ciudad de Filipos, a la vera de un rio y, entre su
auditorio, había una mujer llamada Lidia, vendedora de purpura, que estaba
escuchando lo que Pablo decía. Pablo (el predicador) habló al oído de Lidia y
este es el “llamamiento externo”, pero el Señor habló al corazón de Lidia y
este es el “llamamiento interno”. Los hombres (varones y mujeres), por su misma
naturaleza, resisten el Evangelio de Dios y por eso es necesario el llamado de
Dios.
Esto
explica porque, ante una misma predicación, algunos son impactados por el
Evangelio (1 Corintios, 15:3-4), mientras que, para otros, el Evangelio
permanece todavía oculto (2 Corintios, 4:3).
¿Cuántas
veces nosotros mismos hemos escuchado el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4), sin
mayores consecuencias, hasta que ¡zas!, el velo nos fue corrido y fuimos
impactados?.
Tampoco
somos nosotros los que abrimos nuestro corazón para que el Evangelio (1
Corintios, 15:3-4) nos impacte sino que es Dios, con lo cual la idea del “libre
albedrio” pleno termina de perder fuerza del todo.
La “doctrina de la
predestinación divina”
Al
respecto, puedes ver un estudio que hicimos hace algún tiempo, denominado
“Doctrina de la predestinación divina” (pincha Aqui).
Como
ya dijimos en ese estudio, sabemos que Dios predestina (Romanos, 9:21-24,
Efesios, 1:4-5, 1 Pedro, 2:8, Judas, 1:4), incluso sabemos que lo hace en forma
individual (Jeremías, 1:5, Gálatas, 1:15-16), motivo por el cual la pregunta no
es si Dios predestina (podemos ver que si lo hace), sino que la pregunta sería
en base a qué criterios predestina. Como se trata de un Dios santo, justo y
misericordioso, es claro que no lo puede hacer en función de unos criterios
caprichosos o arbitrarios (Dios no puede violar sus atributos). Podríamos
decir, entonces, que Dios predestina en función del “conocimiento anticipado”
que Él tiene del futuro.
El
conocido atributo de Dios denominado “omnisciencia”, que quiere decir que Dios todo
lo sabe, incluye (además del pasado y del presente), el conocimiento de lo
porvenir:
Isaías,
46:9 Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy
Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, 46:10 que anuncio lo
por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho;
que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero;
Este
“conocimiento del futuro” esta aludido en la Biblia como “presciencia” (1
Pedro, 1:2) y también como “conocimiento anticipado” (Hechos, 2:22-23). La “presciencia”
es un atributo de Dios por el que los “acontecimientos futuros” son conocidos
por El de antemano y sin mediar ningún indicio objetivo de que están por
ocurrir.
Cuando
la Biblia habla de “predestinación” hay que entenderla a la luz de este
concepto de “presciencia” o “conocimiento anticipado”. La “predestinación” por
parte de Dios no es, entonces, caprichosa ni arbitraria sino que Dios
predestina en función de lo que ya vio que va a ocurrir en el futuro.
Dios no tiene nuestras
limitaciones físicas
Nuestra
existencia física tiene lugar en cuatro dimensiones: en el espacio
tridimensional (largo, ancho y alto) y a lo largo del tiempo.
Pero
Dios no está limitado a estas dimensiones en las que el hombre existe. Dios es
un ser espiritual (Juan, 4:24) y también es luz (1 Juan, 1:5), por lo que, en
esencia, Dios un ser de otra dimensión, que no tiene ninguna de nuestras
limitaciones. Por eso no debe extrañarnos (aunque no podamos comprenderlo) que
Dios pueda ver anticipadamente el futuro en las dimensiones en las que nos
movemos nosotros.
La predestinación como
doctrina
Los
que niegan la doctrina de la predestinación sostienen que la predestinación de
la que habla Romanos, 8:29-30 (versículos que veremos a continuación), se
refiere a la iglesia considerada como un cuerpo colectivo y no a personas
individuales. Pero la predestinación a nivel individual está presente en la
Biblia, en el AT, respecto de Jeremías (Jeremías, 1:5) y, en el NT, respecto de
Pablo (Gálatas, 1:15-16).
Los
pasajes que pueden considerarse el sustento bíblico por excelencia de la “doctrina
de la predestinación” los escribió el apóstol Pablo:
Romanos,
8:29 Porque a los que antes conoció, también los predestinó para
que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el
primogénito entre muchos hermanos. 8:30 Y a los que predestinó,
a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos
también justificó; y a los que justificó, a éstos
también glorificó.
Jack
Kelley (reconocido ensayista bíblico norteamericano, lamentablemente fallecido
en el otoño americano de 2015), lo explica maravillosamente bien:
Si
usted es salvo, Dios lo sabía desde antes que creara la Tierra. Previo a darle
a Adán su primer aliento, Él miró sobre toda la vasta extensión del tiempo y
vio el momento en que usted tomaría esa decisión voluntaria e independiente
(“libre albedrio”) para servirlo a Él (Él lo sabía de antemano).
Es
en ese momento cuando Dios hace una reservación para usted en el Reino, jurando
que nunca borrará su nombre del libro (Él predestinó). Cuando llegó el momento
correcto Él le habló a su corazón, sabiendo que usted respondería (Él llamó). Y
cuando usted lo hizo Él le purificó de todos sus pecados, considerándolo a
usted, desde ese momento en adelante, como si nunca hubiera pecado (Él
justificó). Y un día, pronto, Él le dará a usted un cuerpo nuevo eterno y un
lugar cerca de Él en Su Reino (Él glorificó) [Romanos 8:29-30].
En
el contexto del tiempo usted tomó su propia y libre decisión (“libre albedrio”)
para aceptar el perdón que Jesús adquirió para usted. Pero habiendo visto el
fin desde el principio, Él siempre supo que usted lo haría. Durante toda su
vida Él le ha estado observando, preparándole para el día en que usted tomaría
esa decisión. Y desde entonces, Él le ha protegido, porque Él ha prometido que
nunca perderá a nadie que se le haya dado (Juan, 6:39-40). Él sabe que es el
trabajo del pastor guardar a las ovejas. Y Él es el Buen Pastor.
El
vocablo griego traducido “conoció de antemano” significa tener un conocimiento
previo, o conocer con anterioridad, y la palabra traducida “predestinó”
significa asignar. La palabra traducida “llamar” proviene de la raíz que
significa mandar, ordenar, o alentar. La palabra “justificar” significa rendir
a una persona como justa, y “glorificar” significa alabar, elogiar, aumentar o
celebrar, hacerlo glorioso.
En
términos simples Pablo estaba diciendo que Dios tenía un conocimiento previo de
todas las personas que lo escogerían a Él y nos asignó un lugar en Su reino en
ese momento. Usted podría decir que Dios hizo una reservación para nosotros por
adelantado. En el momento apropiado en nuestra vida Él nos anima a tomar la
decisión que Él ya sabía que tomaríamos y, cuando lo hicimos, Él aplicó el pago
que ya había hecho por nuestros pecados, borrando la pizarra y justificándonos
así como Él es justo. En el Rapto/Resurrección Él nos glorificará para siempre.
Ahora
miremos a lo que Pablo no dijo en Romanos, 8:29-30. Él no mencionó ninguna
pérdida entre cualquiera de los cinco pasos. Los que Dios conoció de antemano
son los que Él predestinó. Los que Él predestinó son los que Él llamó. Los que
Él llamó son los que Él justificó, y los que Él justificó son los que Él
glorificó.
Ninguna
persona se cae en las rajaduras y ninguna entra en el proceso a la mitad del
mismo. Él conocía a todas las personas antes que Él empezara y Él no pierde a
ninguna de ellas en el proceso.
La
respuesta se encuentra en nuestro entendimiento del tiempo. Como seres físicos
estamos gobernados por las leyes del tiempo. Estas leyes nos restringen de dos
maneras importantes. Solamente podemos mirar hacia atrás (podemos ver el
pasado, pero no podemos volver allí para cambiarlo) y nos estamos adentrando
constantemente en el futuro (pero no sabemos lo que este nos deparará). Pero
Dios no tiene esas limitaciones. Él puede ver el fin desde el principio, y
conocía todo lo que sucedería en Su creación antes de que sucediera:
Isaías,
46:9 Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy
Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, 46:10 que anuncio lo
por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho;
que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero;
Sin
embargo, el conocer todo desde el principio no es lo mismo que controlar todo
lo que sucede. Dentro del contexto del tiempo, nosotros tomamos nuestras
propias decisiones y somos responsables de nuestras propias acciones (“libre
albedrio”). Podemos demostrar esto de una manera simple cuando miramos un video
de un evento deportivo que ya ha sucedido. Cuando se tomó el video los
jugadores y entrenadores hacían el mejor esfuerzo para ganar, empleando ciertas
estrategias durante el juego las cuales ellos creían que les ayudarían a ganar,
y cambiando esas estrategias cuando la situación lo ameritaba.
Cuando
estamos mirando ese video no estamos controlando el comportamiento de los
jugadores puesto que ya sabemos el resultado que producirá su comportamiento. Y
así que mientras están haciendo lo mejor que pueden creyendo que van a ganar,
ya nosotros sabemos el resultado antes de empezar a mirar ese video. La vida es
infinitamente más compleja pero el principio es el mismo. Igual que los
jugadores en el juego, nosotros tomamos nuestras propias decisiones acerca de cómo
vivir nuestra vida (“libre albedrio”), pero Dios conoce cuál va a ser el
resultado de esas decisiones, y Él sabía eso desde antes que nuestra vida
empezara.
Aquí
es donde está la gran diferencia entre Dios y nosotros. Mientras que miramos
ese video, estamos limitados a ser observadores pasivos. Nada podemos hacer
para influenciar el comportamiento de los jugadores. Pero Dios no se contenta
de ser un observador pasivo. Él quiere que todos sean salvos, y de manera
continua obra para influenciar nuestro comportamiento.
Conclusión
Hay
un mostrador y, por lo tanto, hay dos lados.
De
un lado del mostrador estamos nosotros, tomando nuestras propias decisiones.
Del
otro lado del mostrador está Dios, conociendo el futuro en detalle, sabiendo
exactamente lo que pasará e influyendo en nosotros (dándonos la fe inicial para
salvarnos, abriendo nuestro corazón para ser impactados por el Evangelio, animándonos
a tomar la decisión que Él siempre supo que tomaríamos, etc.), para que las
cosas terminen exactamente como El vio anticipadamente que terminarían.
Podemos
decir, entonces, que, desde nuestra perspectiva existe “libre albedrio”, pero dentro
de un contexto “determinado” por el conocimiento anticipado que Dios tiene del
futuro y, por ende, “condicionado” por la influencia divina.
Para
Dios no habrá “sorpresas” (de ningún tipo) y de esto da cuenta el siguiente
versículo:
Apocalipsis,
13:8 Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban
escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio
del mundo.
Los
nombres de los que adorarán al anticristo durante el Apocalipsis, no fueron
borrados del “libro de la vida del Cordero” sino que “nunca estuvieron escritos
allí”, porque Dios siempre supo quienes adorarían al anticristo.
Existe
el “libre albedrio” solo desde nuestra perspectiva, pero en un contexto en el
que la salvación, más allá de nuestras acciones (elecciones) personales, es el
resultado inevitable de la “predestinación divina” (“compatibilismo”).
Puedes bajar este post como archivo de Word pinchando Aqui o como archivo de PowerPoint pinchando Aqui Te dejo el video donde predico acerca de este tema (el contenido del video es el mismo que el expuesto mas abajo):
La recepción del Espíritu
Santo
El
Espíritu Santo viene, como mínimo, dos veces sobre nosotros: [1]
al ser salvos, es decir, al oír el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4) con fe (Gálatas,
3:2); y
[2]
al ser bautizados en el Espíritu Santo (Mateo, 3:11, Hechos, 1:8, 2:4);
Este
“bautismo en el Espíritu Santo”, prometido por Jesús en Hechos, 1:8 y cumplido
en Hechos, 2:4, no es para salvación sino para recibir poder y ser equipado con
alguno o algunos de los nueve dones del Espíritu Santo (1 Corintios, 12:8-10),
siendo una señal distintiva de haber recibido este bautismo especial el “hablar
nuevas lenguas” (Hechos, 2:4);
[1] La recepción del Espíritu
Santo al ser salvos
Somos
salvos por gracia, por medio de la fe en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4) y
no por obras (Efesios, 2:8-9, Tito, 3:5).
La
gracia es el favor inmerecido de Dios, por medio del cual podemos ser salvos,
obedecer los mandamientos de Dios (aunque no de manera perfecta) y ser santos.
La gracia es la actividad unilateral de Dios por medio de la cual Él está todo
el tiempo atrayendo las almas hacia sí mismo. Esta es una de las principales
actividades del Padre y también del Hijo (Juan, 5:17).
Siendo
la gracia la causa de la salvación (Efesios, 2:8), accedemos a ella por medio
de la fe (Romanos, 5:2). Y, por el oír el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4) con
fe, no solo recibimos la salvación sino, también, al Espíritu Santo (Gálatas,
3:2), el cual no solo se queda morando (Juan, 14:17, 1 Corintios, 3:16, 6:19)
sino que, además, es sellado (Efesios, 1:13-14, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22) en
nosotros.
Estas
fases que hemos explicado de manera secuencial (solo para que se entienda), en
realidad, ocurren todas al mismo tiempo:
[1]
escuchamos con fe el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4);
[2]
por la fe accedemos a la gracia (Romanos, 5:2) y somos salvos (Efesios, 2:8-9);
[3]
recibimos el Espíritu Santo (Gálatas, 3:2);
[4]
el cual se queda morando (Juan, 14:17, 1 Corintios, 3:16, 6:19) con nosotros; y
[5]
es sellado (Efesios, 1:13-14, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22) en nosotros;
A
partir de aquí, el Espíritu Santo ya ha ejecutado su obra en nosotros
consistente en convencernos [1] de pecado, [2] de justicia y [3] de juicio
(Juan, 16:8) y puede comenzar a usarnos para, a través nuestro, ejecutar esta
obra en los incrédulos.
Nótese
que todo comienza con la fe del apartado [1]. Sin esa fe inicial (dada por
Dios), es imposible que la obra del Espíritu Santo sea ejecutada en un
inconverso, porque el mundo no puede recibir ni conocer al Espíritu Santo
debido a su incredulidad (Juan, 14:17).
En
Efesios, 2:8 Pablo escribe:
Efesios,
2:8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros,
pues es don de Dios;
¿Qué
significa “esto no de vosotros, pues es don de Dios”?. La palabra “don”
significa “regalo”. Pero ¿qué es lo que no es nuestro sino un regalo de Dios?.
La salvación, que es por gracia, por medio de la fe. Esto significa que ni la
salvación, ni ninguno de los elementos necesarios para alcanzarla (que son la
gracia y la fe) son nuestros. Ya sabemos que la gracia no es nuestra sino que
proviene de Dios pero ¿qué pasa con la fe?. Para Pablo, la fe por medio de la
cual accedemos a la gracia (que es la causa de la salvación), tampoco es nuestra.
En nuestra salvación, todo proviene de Dios, es decir, no nos podemos jactar ni
si quiera de haber creído.
Sin
embargo algunos creen que la fe es una “respuesta humana” a la predicación del
Evangelio, en el sentido de que hay un predicador predicando el Evangelio y hay
un auditorio donde mientras algunos (que “aceptan” el Evangelio) se salvan,
otros (que lo “rechazan”) se condenan. Para ellos, la fe es un “acto humano
unilateral”, rechazando toda intervención divina.
Analicemos
la cuestión con algo de lógica. Si la salvación es por fe y no por obras, como
lo afirma Efesios, 2:8-9, entonces la fe no puede ser una obra humana, de otro
modo el pasaje escrito por Pablo encerraría una contradicción. Si la fe
califica como obra humana, entonces, por definición, no puede salvarnos. Por lo
tanto, la fe que nos salva tiene que provenir 100% de Dios. ¿Se entiende el
punto?.
[2] La recepción del Espíritu
Santo en el “bautismo en el Espíritu”
Más
que recepción, aquí hay que hablar de la manifestación del Espíritu Santo en
nuestra vida por medio de alguno o algunos de los dones espirituales (1
Corintios, 12:8-10). La señal distintiva de esta recepción o manifestación del
Espíritu Santo es el “hablar nuevas lenguas” (Hechos, 2:4) y no se recibe o
experimenta para salvación (la cual ya ha acontecido), sino para ser equipado
con alguno o algunos de los nueve dones espirituales (1 Corintios, 12:8-10):
[1]
palabra de sabiduría;
[2]
palabra de ciencia;
[3]
fe;
[4]
dones de sanidades;
[5]
hacer milagros;
[6]
profecía;
[7]
discernimiento de espíritus;
[8]
diversos géneros de lenguas; e
[9]
interpretación de lenguas;
En
el “bautismo en el Espíritu Santo” se recibe poder para dar testimonio acerca
de Cristo (Hechos, 1:8, 2:4). Pablo “aprovecho” ese poder para predicar el
Evangelio:
Romanos,
15:18 Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí
para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, 15:19 con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; de
manera que desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he
llenado del evangelio de Cristo.
Porque:
1
Corintios, 4:20 Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder.
La obra del Espíritu Santo en el
mundo
Cristo
les advirtió a los apóstoles acerca de la persecución venidera para que, cuando
suceda, no tropiecen y caigan:
Juan,
16:1 Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo.
Luego
les dijo:
Juan,
16:2 Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera
que os mate, pensará que rinde servicio a Dios.
El
apóstol Pablo, en su estado inconverso, es un buen ejemplo de aquellos que,
pensando que prestan servicio a Dios, persiguen a la iglesia. Cristo no les
dijo a sus discípulos esto antes porque Él estaba con ellos para protegerlos,
pero se los está diciendo ahora porque iba a dejarlos. Claro que Cristo ya les
había hablado acerca de la persecución (Mateo, 5:10-12), pero no les había
explicado su fuente (los religiosos) ni la razón (la ignorancia y el odio del
mundo).
Y
les advirtió:
Juan.
16:7 Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no
me fuera, el Consolador [el Espíritu Santo] no vendría a vosotros; más si me
fuere, os lo enviaré.
Los
discípulos no pudieron comprender por qué Jesucristo tenía que dejarlos, de
modo que tuvo que animarlos con que su regreso al Padre haría posible mayores
bendiciones debido a la venida del Espíritu Santo (el Consolador).
En
cuanto al Espíritu Santo, nuestro Señor dijo cuál sería su obra:
Juan,
16:8 Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de
juicio. 16:9 De pecado, por cuanto no creen en mí; 16:10 de
justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; 16:11 y de
juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.
El
solo hecho de que el Espíritu Santo este en el mundo es una acusación contra el
mundo. En realidad, Cristo debería estar en el mundo, reinando como Rey, pero
el mundo lo crucificó. Como hemos dicho, el Espíritu Santo no viene a las
personas del mundo perdido sino al pueblo de Dios (Juan, 14:17). El Espíritu
Santo está aquí, recordándole al mundo su terrible pecado.
Por
eso el Espíritu Santo le da al mundo una triple convicción:
[1]
de pecado, por cuanto no creen en mí (Juan, 16:9);
Esto
se refiere al pecado de la incredulidad. El Espíritu Santo no convence al mundo
de pecados individuales (esto lo hace la conciencia). La presencia del Espíritu
Santo en el mundo es prueba de que el mundo no cree en Cristo (de otra manera,
Cristo estaría aquí en el mundo).
El
pecado que condena al alma al infierno es la incredulidad, es decir, el rechazo
de Cristo:
Juan,
3:18 El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido
condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de
Dios. 3:19 Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los
hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.
[2]
de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más (Juan, 16:10);
Esto
se refiere a que la presencia del Espíritu Santo en el mundo es prueba de la
rectitud y justicia de Cristo, quien ha regresado al Padre. Mientras estuvo en
la tierra, a Cristo lo acusaron de quebrantar la ley y de ser tanto un pecador
como un impostor. Pero el hecho de que el Espíritu Santo este en la tierra es
prueba de que Cristo dijo la verdad y que el Padre lo levantó y lo recibió de
vuelta en el cielo.
[3]
y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado (Juan,
16:11);
Cristo
está hablando aquí de juzgar a satanás y al mundo:
Juan,
12:31 Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo
será echado fuera. 12:32 Y yo, si fuere levantado de la tierra, a
todos atraeré a mí mismo. 12:33 Y decía esto dando a entender de qué
muerte iba a morir.
Colosenses,
2:15 y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió
públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.
La
presencia del Espíritu Santo en el mundo es evidencia de que satanás ha sido
juzgado y derrotado (de otra manera, satanás controlaría al mundo).
El
Espíritu Santo usa a los cristianos que testifican (la iglesia) y a la Palabra
para convencer al inconverso:
[1]
de su pecado de incredulidad;
[2]
de su necesidad de justicia; y
[3]
de su juicio eterno en el infierno, puesto que pertenece a satanás (Efesios,
2:1-3);
Efesios,
2:1 Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y
pecados, 2:2 en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la
corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el
espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, 2:3 entre los
cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra
carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por
naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.
Conclusión
Un
día estábamos en el mundo (perdidos), hasta que escuchamos con fe (dada por
Dios) el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4), fuimos salvos y recibimos al Espíritu
Santo (Gálatas, 3:2), quien no solo vino a morar (Juan, 14:17, 1 Corintios,
3:16, 6:19) sino que, además, fue sellado (Efesios, 1:13-14, 4:30, 2 Corintios,
1:21-22) en nosotros. Aquí el Espíritu Santo ya ejecutó su obra en nosotros,
convenciéndonos [1] de nuestro pecado de incredulidad (la fe – lo opuesto a la
incredulidad – por la cual fuimos salvos y hemos recibido al Espíritu Santo es
una prueba de que esa obra de “convicción de pecado” ha sido ejecutada en
nosotros), [2] de justicia, es decir, de que Cristo dijo la verdad acerca de
quien era por cuanto regreso al Padre y [3] del juicio eterno del infierno al
que estuvimos expuestos mientras pertenecimos a satanás (Efesios, 2:1-3).
Cuando
Jesús dijo que el Espíritu Santo, venido al mundo luego de su muerte,
resurrección y ascensión (Juan, 16:7), “convencerá” al mundo [1] de pecado, [2]
de justicia y [3] de juicio (Juan, 16:8), no quiso decir que “convencería a
todo el mundo” de esas tres cosas y que, por ende, “todos serian salvos” sino
que, en esencia, quiso decir lo siguiente:
[a]
que el Espíritu Santo, venido al mundo luego de su muerte, resurrección y
ascensión (Juan, 16:7), “dará testimonio contra mundo” [1] de su pecado
de incredulidad, [2] de su necesidad de justicia y [3] del juicio ejecutado en
la cruz en su contra, aunque el mundo no crea en el Evangelio (1 Corintios,
15:3-4); y
[b]
que el Espíritu Santo, venido al mundo luego de su muerte, resurrección y
ascensión (Juan, 16:7), “convencerá” [1] de su pecado de incredulidad,
[2] de su necesidad de justicia y [3] del juicio ejecutado en la cruz en su
contra, a aquellos que crean en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4);
La
“convicción de pecado” es una obra que continúa ejecutándose en el creyente no
ya por el pecado de incredulidad (porque ha creído) sino respecto de pecados
individuales y no ya por el Espíritu Santo sino por su conciencia ahora
influida por el Espíritu Santo, ya que todo cristiano, luego de ser salvo,
continúa pecando (1 Juan, 1:8).
Para
Paul Washer, el reconocido predicador norteamericano:
“El
Evangelio no es salvación para todos, sino solo para los que creen; para los
demás es una sentencia de muerte”.