Puedes bajar este post como archivo de Word pinchando Aqui Según Paul Washer, el reconocido predicador
norteamericano: La gran pregunta de toda la Escritura, que se resume
según Pablo en Romanos, 3 es esta: ¿cómo puede Dios ser realmente justo y, al
mismo tiempo, justificar al impío?. ¿Cómo puede ser hecho esto?.
En el AT tenemos una revelación de Dios a Moisés
Éxodo, 34:5 Y Jehová descendió en la nube, y estuvo
allí con él, proclamando el nombre de Jehová. 34:6 Y pasando Jehová por delante
de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para
la ira, y grande en misericordia y verdad; 34:7 que guarda misericordia a
millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún
modo tendrá por inocente al malvado;
¿Puedes ver dentro de este texto el problema?. Cuando
dice que “que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado” es una forma
hebrea de apilar un término sobre otro, para decir que Dios perdona todo tipo y
clase de pecado. Sin embargo, la afirmación siguiente nos lleva a una gran
confusión, cuando dice “que de ningún modo tendrá por inocente al malvado”. ¿Cómo
puede ser esto verdad?. ¿Cómo puedes tener ambas cosas en el mismo pasaje, en
relación al mismo Dios?.
Salmos, 32:1 Bienaventurado aquel cuya
transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado.
32:2 Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, Y en
cuyo espíritu no hay engaño.
¿Acaso Dios cubre el pecado?. Alguien podría pensar
que esa es la estrategia (cubrir el pecado) de los jueces corruptos de la
tierra, pero no de Dios. Pero ¿Cómo puede un Dios Santo y Justo y, al mismo
tiempo, “cubrir el pecado”?.
El dilema ético, moral, teológico y filosófico es
este: Adán debía morir, Noé debía morir, Abraham debía morir, David debía
morir, todos ellos debían morir, si Dios es un Dios Justo. ¿Cómo puede,
entonces, cubrir el pecado y ser justo?.
Proverbios, 17:15 El que justifica al impío, y el
que condena al justo, Ambos son igualmente abominación a Jehová.
Ahora entramos al NT, especialmente a Romanos, 3 y 4 y
¿qué oímos?. Oímos oraciones de hombre, apóstoles y ángeles. ¿Acerca de qué?.
De que Dios justifica al impío y de eso escribimos coros y de eso predicamos.
Exaltamos el perdón de Dios por el impío. Pero aquí está el gran problema. Lo
dice en la Biblia (y la Escritura no puede ser quebrantada), que cualquiera que
justifique al impío es una abominación para el Señor. Así que ¿cómo el Señor
justifica al impío?. Esta es la gran pregunta del Evangelio. Sin embargo es
descuidada hoy, la gente no lo entiende hoy. Ninguno de los atributos de Dios
es enseñado suficientemente hoy en la iglesia.
Vamos al libro de Miqueas. Aquí se nos revela parte de
la respuesta a este dilema.
Miqueas, 7:18 ¿Qué Dios como tú, que perdona la
maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre
su enojo, porque se deleita en misericordia. 7:19 El volverá a tener
misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo
profundo del mar todos nuestros pecados.
Nosotros escribimos canciones sobre esto. Dios ha
tomado nuestro pecado y lo ha arrojado al suelo y lo ha puesto bajo los pies.
Nuestro Dios ha tomado nuestro pecado, ha hecho una bola de papel y lo ha
arrojado al mar, para que nunca más sea visto y nos regocijamos. Pero esto no
tiene absolutamente ningún sentido si no lo interpretamos cristológicamente. La
respuesta a este dilema está en esto: Dios tomo tu pecado y lo puso sobre el
perfecto Cristo y a Él lo ha pisoteado bajo sus pies, bajo la ira de Dios. Dios
tomo el pecado de sus elegidos, Dios quito el pecado de su iglesia, envolvió
todo el pecado y lo echo sobre Cristo y después arrojo a Cristo al mar de su
ira. La única forma que Dios, de acuerdo a Pablo, en que puede ser justo y
justificar al impío es porque hay un rescate, porque hay una propiciación, hay
un sacrificio!, tan puro, tan poderoso, tan agradable a Dios que satisfizo las
demandas de la justicia de Dios. Satisface y apaga su ira.
Ahora, a la luz de esto, miremos el siguiente texto:
2 Corintios, 5:21 Al que no conoció pecado, por
nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en
él.
Leemos esto y lo primero que pensamos es que Cristo
“guardo la ley”. Nació y vivió bajo la ley, El guardo la ley. Esto es cierto,
pero es mucho más poderoso que eso. ¿Cuál crees que es el pecado más grande?.
¿Crees que podría ser romper el mayor mandamiento: amaras al Señor tu Dios, con
todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con toda tu fuerza?.
Déjame decirte algo: no ha habido jamás un hombre en este planeta, de todos los
miles de años de la humanidad, de los miles de millones de personas que han
caminado sobre la tierra, nunca ha habido, de toda esa multitud, una sola
persona, que por una sola fracción de segundo, haya amado al Señor su Dios con
todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente y con toda su fuerza. Sin
embargo, Jesucristo no tuvo ni un solo segundo que no amara al Señor su Dios
con todo su corazón, alma, mente y fuerza.
Jesús hizo lo que ninguno de nosotros podía hacer.
Lo anterior es una desgrabación del siguiente video de Paul
Washer:
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Te dejo el video donde predico acerca de este tema (el contenido del video es el mismo que el expuesto mas abajo):
Introducción
Existen tres niveles de fe a los que podemos acceder
los cristianos, a saber: [1] la fe inicial para salvación (Efesios, 2:8-9,
Romanos, 5:2);
[2] la fe como uno de los nueve frutos del Espíritu
Santo (Gálatas, 5:22-23); y
[3] la fe como uno de los nueve dones del Espíritu
Santo (1 Corintios, 12:8-10);
El primer nivel de fe se refiere a la fe inicial
que nos permite acceder a la salvación (Efesios, 2:8-9, Romanos, 5:2). El segundo nivel de fe se refiere a la fe que
aparece y se desarrolla como un fruto (Gálatas, 5:22-23) producto de ser salvo,
es decir, de tener al Espíritu Santo morando (Juan, 14:17, 1 Corintios, 3:16,
6:19) y sellado (Efesios, 1:13-14, Efesios, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22) en
nosotros. El tercer nivel de fe se refiere al don que nos es dado cuando
recibimos el “bautismo en el Espíritu Santo” (Hechos, 1:8, 2:4), bautismo que se
recibe no para salvación sino para ser equipado con alguno o algunos de los nueve
dones del Espíritu Santo (1 Corintios, 12:8-10).
Veremos que mientras los dos primeros niveles de fe
son para todos los cristianos, el tercer nivel de fe solo es para los que
reciban ese don cuando sean “bautizados en el Espíritu Santo”.
La Biblia, desde ya, define lo que es la fe:
Hebreos, 11:1 Es, pues, la fe la certeza de lo que se
espera, la convicción de lo que no se ve.
Esta definición general de la Biblia aplica a los tres
niveles de fe mencionados: fe es estar convencidos de aquello que no podemos
ver.
[1] La
fe inicial para salvación
Respecto de esta fe inicial, el apóstol Pablo escribe:
Efesios, 2:8 Porque por gracia sois salvos por medio
de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 2:9 no por obras,
para que nadie se gloríe.
Pablo dice que somos salvos por gracia (la causa), por
medio se la fe (el medio). Para Pablo, la fe es el “boleto de entrada” a la
gracia, que es la causa de la salvación:
Romanos, 5:1 Justificados, pues, por la fe, tenemos
paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; 5:2 por quien
también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos
firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.
La gracia puede ser definida como el favor inmerecido
de Dios por medio del cual podemos ser salvos, obedecer los mandamientos de
Dios (aunque no de manera perfecta) y ser santos. La gracia es la actividad
unilateral de Dios a través de la cual el Señor esta todo el tiempo atrayendo
las almas hacia sí mismo.
La única manera de acceder a esta gracia (la causa de
la salvación), es por medio de la fe (Hebreos, 11:1). Pero ¿fe en que?. En lo
que hizo Cristo en la cruz, es decir, en el Evangelio:
1 Corintios, 15:3 Porque primeramente os he enseñado
lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las
Escrituras; 15:4 y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a
las Escrituras;
Pablo dice, además, que “esto no de vosotros, pues es
don de Dios”. La palabra “don” significa aquí “regalo”. Ahora bien ¿qué es lo
que no es nuestro sino un regalo de Dios?. La salvación, que es por gracia, por
medio de la fe. Esto significa que ni la salvación, ni ninguno de los elementos
necesarios para alcanzarla (que son la gracia y la fe) son nuestros.
Ya sabemos que la gracia no es nuestra sino que proviene
de Dios pero ¿qué pasa con la fe?. Para Pablo, la fe por medio de la cual
accedemos a la gracia (que es la causa de la salvación), tampoco es nuestra.
Pablo afirma que la salvación “no es por obras, para
que nadie se gloríe”, es decir, para que nadie pueda jactarse delante de Dios
de haberse salvado por sus propios méritos. No nos podemos jactar ni siquiera
de nuestra fe, es decir, de haber creído en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4).
Pablo reafirma esta idea cuando escribe:
Romanos, 3:27 ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda
excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la
fe. 3:28 Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las
obras de la ley.
Toda jactancia en cuanto a la salvación queda excluida,
dice Pablo, por la “ley de la fe” (ya veremos cómo opera esa ley). No hay nada,
en cuanto a su salvación, de lo que el hombre pueda jactarse.
Sin embargo algunos creen que la fe es una “respuesta
humana” a la predicación del Evangelio, en el sentido de que hay un predicador
predicando el Evangelio y hay un auditorio donde mientras algunos (que
“aceptan” el Evangelio) se salvan, otros (que lo “rechazan”) se condenan. Para
ellos, la fe es un “acto humano unilateral”, rechazando toda intervención
divina o, en el mejor de los casos, la fe es un mix entre ambas cosas: parte de
la fe la pone Dios y parte la ponemos nosotros. Pero, como acabamos de
demostrar, esta idea no tiene sustento en las Escrituras.
Analicemos la cuestión con algo de lógica. Si la
salvación es por fe y no por obras, como lo afirma Efesios, 2:8-9, entonces la
fe no puede ser una obra humana, de otro modo el pasaje escrito por Pablo encerraría
una contradicción. Si la fe califica como obra humana, entonces, por
definición, no puede salvarnos. Por lo tanto, la fe que nos salva tiene que
provenir 100% de Dios. ¿Se
entiende el punto?.
Cuando el Evangelio se predica fuera de la Iglesia o
se lee la Palabra de Dios en privado, no todos, en ese momento, son convencidos
de pecado (Juan, 16:8) y de su necesidad de Cristo.
Es por eso que hay dos llamamientos:
[1] un “llamamiento externo”; y
[2] un “llamamiento interno”;
El “llamamiento externo” puede ser descripto como
“palabras del predicador” pero, para que la salvación opere, ese “llamamiento
externo” debe ser acompañado (complementado) por el “llamamiento interno” del
Espíritu Santo de Dios.
Una ilustración de esta enseñanza es la siguiente
situación descripta en el Libro de los Hechos de los Apóstoles:
Hechos, 16:13 Y un día de reposo salimos fuera de la
puerta, junto al río, donde solía hacerse la oración; y sentándonos, hablamos a
las mujeres que se habían reunido. 16:14 Entonces una mujer llamada Lidia,
vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba
oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que
Pablo decía.
Pablo estaba predicando en la ciudad de Filipos, a la
vera de un rio y, entre su auditorio, había una mujer llamada Lidia, vendedora
de purpura, que estaba escuchando lo que Pablo decía. Pablo (el predicador)
habló al oído de Lidia y este es el “llamamiento externo”, pero el Señor habló
al corazón de Lidia y este es el “llamamiento interno”. Los hombres (varones y
mujeres), por su misma naturaleza, resisten el Evangelio de Dios y por eso es
necesario el llamado de Dios.
Jesucristo dice:
Juan, 6:44 Ninguno puede venir a mí, si el Padre
que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero.
Aquí el Señor está diciendo que es imposible que los
hombres vengan a Él por ellos mismos, sino que el Padre los debe traer. Nadie
puede creer en Jesucristo por sus propios medios.
Y continúa diciendo:
Juan, 6:45 Escrito está en los profetas: Y serán
todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de
él, viene a mí.
El hombre puede oír el “llamamiento externo”, pero son
los que han “aprendido del Padre” (oído el “llamamiento interno”), los que
responderán y vendrán a Cristo.
[2] La
fe como uno de los nueve frutos del Espíritu Santo
El Espíritu Santo se recibe junto con la salvación por
el oír con fe el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4):
Gálatas, 3:2 Esto solo quiero saber de vosotros:
¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?
Recibido el Espíritu Santo, el mismo no solo se queda
morando (Juan, 14:17, 1 Corintios, 3:16, 6:19) sino que, además, es sellado en
nosotros (Efesios, 1:13-14, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22). A partir de aquí, el
Espíritu Santo comienza su obra en nosotros, que consiste en convencernos de
pecado, de justicia y de juicio (Juan, 16:8) y es cuando comienzan a resultar
visibles sus frutos:
Gálatas, 5:22 Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo,
paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, 5:23 mansedumbre, templanza;
contra tales cosas no hay ley.
Los frutos del Espíritu Santo son nueve:
[1] amor;
[2] gozo;
[3] paz;
[4] paciencia;
[5] benignidad;
[6] bondad;
[7] fe;
[8] mansedumbre; y
[9] templanza;
Aunque algunos aparecen antes que otros, finalmente
deberían aparecer y resultar visibles todos los frutos (los nueve) en la vida
de un cristiano. Desde nuestra conversión, estos frutos van apareciendo y
madurando de a poco, como ocurre con el fruto de cualquier árbol. Aparecen por
el solo hecho de tener al Espíritu Santo morando (Juan, 14:17, 1 Corintios,
3:16, 6:19) y sellado (Efesios, 1:13-14, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22) en
nosotros.
Podemos empezar a darnos cuenta de cómo es la
secuencia. En el primer nivel, la fe inicial nos fue dada (literalmente) por
Dios para poder creer en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4), ser salvos y
recibir el Espíritu Santo (Gálatas, 3:2). En este segundo nivel, la fe se desarrolla y madura
como un fruto producto de tener al Espíritu Santo morando, sellado y ejecutando
su obra (Juan, 16:8) en nosotros.
En este nivel, la fe de uno y otro cristiano no es la
misma, pero no porque a cada uno le haya sido dada una “medida distinta de fe”,
sino porque, en este nivel, la fe es un
fruto que, en uno y otro cristiano, tiene un distinto grado de maduración y es
independiente de la “antigüedad” (los años de convertido) que tenga, uno y otro
cristiano, dentro de la iglesia.
La Palabra de Dios, por su parte, contribuye
enormemente al desarrollo y maduración del fruto de la fe:
Romanos, 10:17 Así que la fe es por el oír, y el oír,
por la palabra de Dios.
El “oír” en este pasaje no se refiere solo a
“escuchar” (o leer) la Palabra de Dios sino, también, a obedecerla. Es decir,
escuchar (o leer) la Palabra de Dios y ponerla por obra (obedecerla), produce
fe.
Algunos podrían pensar que, habiéndonos sido dada, por
providencia divina, la fe inicial para alcanzar la salvación (la fe del primer
nivel), ahora somos nosotros los que tenemos la responsabilidad de crecer en el
Señor, entre otras cosas, leyendo la Palabra de Dios, para que nuestra fe
madure. Pero no debemos olvidar lo siguiente:
[a] es el Espíritu Santo el que nos guía hacia toda
verdad (Juan, 16:13) y, por ende, el que nos impulsa a leer y estudiar las
Escrituras;
[b] es el Espíritu Santo el que comenzó la obra (Juan,
16:8) en nosotros y el que la va a perfeccionar (la va a hacer cada vez mejor)
hasta el “día de Jesucristo”, es decir, hasta rapto de la iglesia (Filipenses,
1:6); y
[c] es el Espíritu Santo el que produce en nosotros
tanto el querer (desarrollarnos) como el hacer (el que podamos lograrlo), por
su buena voluntad (Filipenses, 2:13);
Al igual que en el primer nivel de fe, no hay nada en
este segundo nivel de lo que el hombre pueda jactarse. Es más, en este segundo
nivel nuestra dependencia de Dios es igual o aun mayor que en ese primer nivel
donde nos fue dada, por providencia divina, la fe inicial para salvarnos.
En este nivel, cuando el fruto se desarrolla y madura,
la “medida de fe” es absolutamente la misma para todos los cristianos (sin
excepción). Es por eso que es inútil orar para que nuestra fe “sea aumentada”
sobrenaturalmente. La fe es un fruto que aparece y, a su tiempo, terminara de
madurar y alcanzar una “única medida” común a todos los cristianos.
Las siguientes reflexiones corresponden a Dante Gebel:
En el libro de Lucas podemos leer:
Lucas, 17:3 Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano
pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. 17:4 Y si
siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti,
diciendo: Me arrepiento; perdónale. 17:5 Dijeron los apóstoles al Señor:
Auméntanos la fe.
Jesús resucito muertos, sano enfermos, pero no fue hasta
que hablo acerca de la ofensa y del perdón, que los apóstoles “pidieron más
fe”. La oración “auméntanos la fe” se transformó en una oración que se ha hecho
popular y está, supuestamente, avalada por este pasaje bíblico. Sin embargo no nos detenemos en la respuesta de Jesús:
Lucas, 17:6 Entonces el Señor dijo: Si tuvierais
fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: Desarráigate, y
plántate en el mar; y os obedecería.
En principio, parece que Jesús no contesta la
pregunta. Pero lo que les está diciendo es que “ustedes ya tienen fe, lo que
sucede es que no la están usando”.
Jesús continúa hablando y no cambia de tema:
Lucas, 17:7 ¿Quién de vosotros, teniendo un
siervo que ara o apacienta ganado, al volver él del campo, luego le dice: Pasa,
siéntate a la mesa? 17:8 ¿No le dice más bien: Prepárame la cena,
cíñete, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto, come y
bebe tú? 17:9 ¿Acaso da gracias al siervo porque hizo lo que se le
había mandado? Pienso que no. 17:10 Así también vosotros, cuando hayáis
hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo
que debíamos hacer, hicimos.
¿Por qué nos parece, otra vez, que Jesús está
cambiando de tema cuando lo único que hicieron los apóstoles fue pedirle
“auméntanos la fe”?.
Lo que está diciendo Jesús es lo siguiente: si
tuvieras un siervo ¿lo pondrías a trabajar?. Por supuesto. La servidumbre y la
esclavitud eran parte de la vida diaria en los tiempos de Jesús. Aunque hoy nos
resulte chocante, en los tiempos de Jesús los sirvientes o esclavos eran “usados”.
Por eso Jesús utiliza la figura de la servidumbre o esclavitud para explicar
cómo opera la fe. Lo que el Señor está queriendo decir es lo siguiente: tienes
que poner a trabajar tu fe de la misma forma que un señor lo hace con su siervo
o esclavo.
Una única “medida” de fe:
Romanos, 12:3 Digo, pues, por la gracia que me es
dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí
que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la
medida de fe que Dios repartió a cada uno.
Pablo no está diciendo que UNA medida de fe,
particular y única, es decir, distinta, fue repartida a cada uno, sino que está
hablando de LA medida de la fe, también única pero universal, es
decir, para todo el mundo igual. No es UNA medida de fe sino LA medida de fe.
No es que Dios da a algunos un cucharon de fe y a
otros un gotero de fe. Dios no hace acepción de personas (Romanos, 2:11), en
términos de los que nos regaló en la cruz. No podemos decir “a mí se me murió
un ser querido porque me toco poquita fe”.
¿Y cuál es esa medida de fe, que es LA medida de la
fe?. La SUFICIENTE. Crees y el milagro ocurre. No crees y el milagro no
ocurrirá.
Hay algo que provoca confusión y es la historia del
centurión de Mateo, 8. Para los que no conocen la historia, llega un centurión
romano a Jesús y le dice: Rabid, tengo un criado mío muy enfermo, pero ni
vengas a mi casa, solo di la palabra y mi criado sanara, a lo que Jesús
contesta “ni aun en Israel he hallado tanta fe”. De acá que muchos dicen “hay
tanta fe” o “hay poca fe”, porque “hasta Jesús lo dijo”.
Pero esta historia con el centurión ocurre antes de
que se perfeccionara el Nuevo Pacto. La obra redentora de Jesús aún no estaba
completa. Jesús todavía no había muerto ni, por ende, había resucitado ni le
había entregado autoridad alguna a la iglesia. Hasta que Jesús murió en la
cruz, el mismo vivió bajo la dispensación de la ley. Cuando este milagro ocurre
y cuando ocurrieron otros milagros en el Antiguo Pacto, los santos del AT no
tenían acceso a la fe sobrenatural sino que tenían que poner su fe natural o
humana (y vaya que la tenían) en las promesas de Dios.
Pero nosotros, luego de que Cristo muere y resucita
(después de esta historia con el centurión romano), Él envía el Espíritu Santo
sobre nosotros y es cuando aparecen los nueve frutos del Espíritu (Gálatas,
5:22-23). La fe, entonces, o es un fruto o es algo que Dios tiene que aumentar,
pero no puede ser las dos cosas a la vez.
La fe, claro está, es un fruto que esta por el solo
hecho de haber aceptado a Cristo y de que, a consecuencia de ello, tengamos al
Espíritu Santo morando con nosotros.
Como opera la fe:
La mayoría de las veces nuestro problema no es la
falta de fe sino de conocimiento acerca de cómo opera la fe. No sabemos lo que
tenemos y entonces no lo hemos podido usar. Si no encendemos el interruptor de
la luz en nuestras casas, nos quedamos a oscuras y esto nada tiene que ver con
la planta generadora de energía eléctrica. El apóstol Pedro sanó un cojo en la
entrada del templo, resucitó a Dorcas de la muerte y sanó enfermos con su
sombra.
Pedro nos dice "la misma fe sobrenatural que opera en
mi opera también en ti":
2 Pedro, 1:1 Simón Pedro, siervo y apóstol de
Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y
Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra:
¿Cuándo obtuvimos esa fe?. Esa medida de fe nos fue
dada cuando Jesús dijo en la cruz “consumado es”. En ese momento (y cuando nos
convertimos, es decir, cuando nacimos de nuevo) nos fue dada LA medida de fe
que se necesita para cualquier milagro. La usemos o no, la tenemos (es
indistinto). Tiene que ver con que si conocemos o no lo que tenemos.
La fe opera como una ley:
Romanos, 3:27 ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda
excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de
la fe.
La ley de la fe, por ser precisamente una ley, opera
equitativamente en todos aquellos que tienen a Cristo en el corazón. Algo no
puede ser categorizado como una ley si no aplicara de la misma manera para
todos.
Si alguien se tira al vacío, desde el octavo o noveno
piso de un edificio, se va a matar porque está operando la “ley de la
gravedad”. Dios no va a cambiar la ley de gravedad para salvar su vida. Esta
persona salto y está violando una ley. Y Dios no puede violar sus propias
leyes.
Y la Biblia dice que la fe también es una ley. La ley
de la fe es una ley que incluso Dios respeta. Es como una restricción que se
autoimpuso Dios a sí mismo. Muchas veces no recibimos respuesta a nuestras
oraciones no porque lo que pedimos no esté en la voluntad de Dios sino porque
no estamos cumpliendo la ley de la fe o la estamos violando.
Entonces tenemos que aprender cómo opera esa ley. Dios
dice: yo hice toda la obra en la cruz, todos los regalos te los di allí, que lo
entiendas o no, es tu problema, pero tienes la medida de fe que tuvo y
tiene todo el mundo: la de Cristo y los apóstoles. Si lo crees, entonces ya no
me hables más de la montaña sino háblale a la montaña de mí, dice el Señor.
Hace 4.000 años atrás la ley de la electricidad ya
existía. Sin embargo, hombres santos como Abraham o como Moisés no pudieron
disfrutar de la electricidad. ¿Por qué?. ¿Les falto fe?. No. La ley de la
electricidad estaba allí, antes que el hombre la descubriera, ya Dios la había
puesto en la tierra. Los hombres santos del AT eran ignorantes de esa ley (no
la conocían).
La incredulidad contamina y
drena la fe:
La incredulidad contrarresta la fe, provocando un
cortocircuito. La incredulidad drena y contamina la fe. La mayoría de las
personas en la iglesia guardan las oraciones no contestadas en una “carpeta” con
el nombre de “Dios es soberano”.
Muchos ministros, por ejemplo, cuando oran por un
enfermo, lo hacen así: “Señor, si es tu voluntad, sánalo y, si no, tu eres
soberano”. Es verdad que Dios es soberano, pero no podemos orar con falta de
fe. Si no ocurre el milagro, decimos, es porque Dios no quiso. Esto no es lo
que el Señor nos dejó en las Escrituras. Él dice: tú tienes que contrarrestar
la incredulidad con fe.
Jesús va al monte, junto con tres discípulos, a
transfigurarse, donde se encuentra con Elías y Moisés. Mientras tanto, el resto
de los discípulos lidiaban con un endemoniado. Cuando Jesús vuelve, se acerca
el padre del endemoniado y le dice “tengo un hijo lunático, endemoniado y tus
discípulos no lo pudieron liberar”.
Jesús no dijo “solo yo puedo reprender demonios” sino
que dijo “generación incrédula, hasta cuando voy a estar con ustedes” y no se
lo dijo al padre del muchacho sino a sus discípulos:
Mateo, 17:14 Cuando llegaron al gentío, vino a él un
hombre que se arrodilló delante de él, diciendo: 17:15 Señor, ten misericordia
de mi hijo, que es lunático, y padece muchísimo; porque muchas veces cae en el
fuego, y muchas en el agua. 17:16 Y lo he traído a tus discípulos, pero no le
han podido sanar. 17:17 Respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula
y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de
soportar? Traédmelo acá.
Jesús ya los había entrenado y les había dado
autoridad pero, aun así, los discípulos no habían podido con este caso.
Mateo, 10:1 Entonces llamando a sus doce
discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para
que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.
El mismo enojo que tuvo Jesús con sus discípulos, lo
tiene también hoy con nosotros.
Mateo, 17:18 Y reprendió Jesús al demonio, el cual
salió del muchacho, y éste quedó sano desde aquella hora. 17:19 Viniendo
entonces los discípulos a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos
echarlo fuera? 17:20 Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto
os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte:
Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible. 17:21 Pero
este género no sale sino con oración y ayuno.
Jesús resuelve el caso y luego sus discípulos le
preguntan por qué ellos no habían podido hacerlo. Ellos pensaban que Jesús les
diría “porque ustedes no son como yo”. Pero Jesús les dice “por vuestra poca
fe”, es decir, por vuestra incredulidad. Y les dice más: “este género, sale con
ayuno y oración”.
Este pasaje de Mateo, 17:21 es, junto con otros, uno
de los pasajes más malinterpretados de toda la Biblia. Jesús no puede estar
hablando aquí del género de demonio que afectaba al muchacho porque si no, lo
de Mateo, 10:1 no sería cierto.
Lo recordamos:
Mateo, 10:1 Entonces llamando a sus doce
discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para
que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.
Allí Jesús les había dado autoridad sobre los espíritus
inmundos para sanar TODA enfermedad y TODA dolencia. Por lo tanto, no
podría el Señor ahora establecer una excepción y decirles que, para echar fuera
a algunos demonios, en realidad, se necesitaba “algo más” sobre lo cual Él no
les había informado o que la autoridad que les había dado no era sobre todo
espíritu, porque hay algunos “más complicados que otros”.
El género al que se refiere el Señor, que se va con
oración y ayuno, es el de la INCREDULIDAD que estaba afectando a los discípulos
y que les había impedido expulsar al demonio que atormentaba al hijo de aquel
hombre. El género de la INCREDULIDAD de los discípulos es el que se va con
oración y ayuno y no el demonio que atormentaba al muchacho.
Por eso no debes pedir más fe sino llevar tu
incredulidad a cero, que fe ya hay la suficiente, desde la cruz del calvario.
[3] La
fe como uno de los nueve dones del Espíritu Santo
El Espíritu Santo viene, como mínimo, dos veces sobre
una persona:
[1] al ser salvos, es decir, al oír el evangelio de la
salvación con fe (Gálatas, 3:2); y
[2] al ser bautizados en el Espíritu Santo (Mateo,
3:11): este “bautismo en el Espíritu Santo”, prometido por Jesús en Hechos, 1:8
y cumplido en Hechos, 2:1-4, no es para salvación sino para recibir poder y ser
equipado con algunos de los nueve dones del Espíritu Santo (1 Corintios,
12:8-10), siendo una señal distintiva de haber recibido este bautismo especial
el "hablar nuevas lenguas";
Respecto de los dones del Espíritu, Pablo escribe:
1 Corintios, 12:8 Porque a éste es dada por el
Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo
Espíritu; 12:9 a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades
por el mismo Espíritu. 12:10 A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a
otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro,
interpretación de lenguas.
Los dones del Espíritu Santo, como los frutos, también
son nueve:
[1] palabra de sabiduría;
[2] palabra de ciencia;
[3] fe;
[4] dones de sanidades;
[5] hacer milagros;
[6] profecía;
[7] discernimiento de espíritus;
[8] diversos géneros de lenguas; e
[9] interpretación de lenguas;
La fe como “don espiritual” es la fe que “mueve
montañas” y, por lo tanto, no es para todos los cristianos. En primer lugar, el
don de fe de 1 Corintios, 12:9 es para los cristianos que hayan recibido el
“bautismo en el Espíritu Santo” y, en segundo lugar, es para los que, habiendo
recibido el “bautismo en el Espíritu Santo”, hayan recibido puntualmente ese
don, ya que recibir el “bautismo en el Espíritu Santo” no implica ser equipado precisamente
con el “don de fe”.
Ejemplo bíblico:
Hechos, 13:6 Y habiendo atravesado toda la isla hasta
Pafos, hallaron a cierto mago, falso profeta, judío, llamado
Barjesús, 13:7 que estaba con el procónsul Sergio Paulo, varón prudente.
Este, llamando a Bernabé y a Saulo, deseaba oír la palabra de Dios. 13:8
Pero les resistía Elimas, el mago (pues así se traduce su nombre), procurando
apartar de la fe al procónsul. 13:9 Entonces Saulo, que también es Pablo,
lleno del Espíritu Santo, fijando en él los ojos, 13:10 dijo: ¡Oh, lleno
de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No
cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor? 13:11 Ahora, pues, he
aquí la mano del Señor está contra ti, y serás ciego, y no verás el sol por
algún tiempo. E inmediatamente cayeron sobre él oscuridad y tinieblas; y
andando alrededor, buscaba quien le condujese de la mano. 13:12 Entonces
el procónsul, viendo lo que había sucedido, creyó, maravillado de la doctrina
del Señor.
La autoridad apostólica de Pablo hizo que, por su voz,
cayera un juicio sobre alguien que estaba obstaculizando el avance del Evangelio.
Conclusión
Como quedo demostrado, la fe jamás viene sobre nosotros
por “voluntad humana”.
Ni la fe inicial para salvación recibida como regalo
de Dios, ni la fe que luego aparece y se desarrolla como un fruto por obra y
gracia del Espíritu Santo morando en nosotros, ni el don de fe con el que somos
equipados cuando recibimos el bautismo en el Espíritu Santo, vienen sobre
nosotros por nuestras acciones sino solo por la voluntad de Dios.
La fe no es una respuesta humana sino, simplemente, un
MILAGRO DE DIOS recibido por GRACIA.
Por último, si la fe no es nuestra sino que es un
regalo de Dios y, a su vez, la fe es el único medio para obtener la salvación,
entonces podríamos preguntarnos si todos reciben ese regalo de parte de Dios. Pablo
parece contestar esta pregunta en:
2 Tesalonicenses, 3:2 y para que seamos librados de
hombres perversos y malos; porque no es de todos la fe.
Al respeto, en una pestaña en la parte superior de mi
blog, denominada “Predicas del autor de blog”, puedes ver una predica titulada
“Predestinación” (pincha Aqui).
Puedes bajar este post como archivo de Word pinchando Aqui o como archivo de Powerpoint pinchando Aqui Te dejo el video donde predico acerca de este tema (el contenido del video es el mismo que el expuesto mas abajo):
Introducción
Mientras
no se prediquen herejías, todas las formas de predicar merecen respeto (aunque nos
guste más una forma que otra). Algunos predicadores predican mas sobre la
desobediencia y la ira de Dios, mientras otros predican más sobre el amor y la
gracia. De esta diversidad surge un mensaje completo y eficaz. Está bien que se
predique sobre ambas cosas, mientras no se ponga un énfasis extremo en una cosa
en desmedro de la otra (lo cual, desde ya, es una herejía). Resulta igualmente
herético presentar a Dios como un Padre amoroso y perdonador de todo cuanto
hagamos, porque su gracia todo lo permite (herejía llamada “antinomianismo”) tanto
como presentarlo como un juez implacable, premiador de nuestros aciertos y
castigador de nuestros errores (herejía llamada “legalismo”). El
pecado debe ser puesto en evidencia y combatido dentro de la iglesia, pero si
lo único que hacemos es esto, entonces vamos a vivir “limpiando telarañas” y
jamás vamos a “cazar a la araña”. Sucede con los países que, al no apostar
nunca a la educación y a la redistribución del ingreso, viven construyendo
cárceles. Y, al igual que la delincuencia, el pecado es un problema pero no es
causa sino consecuencia de una tragedia mayor (ya veremos cuál).
Como
muchos se habrán dado cuenta, yo suelo hablar más acerca de la gracia que de la
ira de Dios. Aunque en mi blog se van a encontrar con varios estudios donde
hablo acerca de las consecuencias de desobedecer las leyes de Dios, he decidido
dar un paso más e invertir más horas en estudios y predicas donde intento
explicarle a la gente como puede ser verdaderamente salva ya que, según
entiendo, la iglesia está repleta de gente que cree que es salva pero que, en
realidad, no lo es.
El
pecado que se ve en la iglesia es la consecuencia de muchísimas vidas que, a
pesar de haber confesado a Cristo, jamás han sido transformadas. El pecado es
solo la "punta del iceberg", es decir, solo es la consecuencia de una
tragedia mayor y es la gran cantidad de gente que está metida en la iglesia y
que, en realidad, no es salva.
La verdadera tragedia
En
un estudio que hicimos hace un tiempo llamado “Dentro de la iglesia, pero no
salvos” (pincha Aqui),
identificamos cuatro categorías de “falsos cristianos”, que están metidos
dentro de la iglesia, respecto de los cuales la propia Biblia dice que no son
salvos:
[1]
los tibios (Apocalipsis, 3:15-16);
[2]
los antinomianistas (Mateo, 7:22-23);
[3]
la cizaña (Mateo, 13:24-30); y
[4]
los anticristos (1 Juan, 2:18-19);
No
vamos a hablar nuevamente sobre cada categoría. Solo diremos que, mientras los
falsos cristianos del apartado [3] y [4] directamente son siervos de satanás (“obreros
fraudulentos” según 2 Corintios, 11:13-14), los del apartado [2] creen que
pueden vivir su vida como quieren porque “Dios igualmente los usa”.
Concentrémonos, entonces, en los “cristianos nominales” (solo de nombre) del
apartado [1]: los tibios.
En
el libro de Apocalipsis podemos leer:
Apocalipsis,
3:15 Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses
frío o caliente! 3:16 Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente,
te vomitaré de mi boca.
Este
pasaje habla de las “tres temperaturas espirituales”:
[1]
frio;
[2]
caliente; y
[3]
tibio;
Los
incrédulos son los “fríos”, mientras que los creyentes llenos del Espíritu
Santo son los “calientes”. Centrémonos, entonces, en los “tibios”.
Estos
“cristianos tibios”, como hemos dicho, son “cristianos nominales”, es decir, “solo
de nombre”. Algunos de ellos saben que no son salvos, pero hay otros que
“creen” que son salvos, pero están engañados. La pregunta es ¿cómo estos falsos
cristianos, que no son salvos, están metidos dentro de la iglesia?. Para
contestar esta pregunta, es necesario que veamos cómo se logra la salvación
según la Biblia.
Somos
salvos por gracia, por medio de la fe en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4) y
no por obras (Efesios, 2:8-9, Tito, 3:5).
La
gracia es el favor inmerecido de Dios por medio del cual podemos ser salvos,
podemos obedecer (aunque no de manera perfecta) los mandamientos de Dios y
podemos llevar una vida con la santidad que Dios exige. La gracia es la
actividad unilateral llevada a cabo por Dios por medio de la cual Él está
atrayendo todo el tiempo las almas hacia sí mismo.
Siendo
la gracia la causa de la salvación, accedemos a ella por medio de la fe
(Romanos, 5:2) en el Evangelio (1 Corintios, 15:1-4). Cuando oímos el Evangelio
con fe (cuando lo creemos), junto con la salvación recibimos al Espíritu Santo
(Gálatas, 3:2), el cual no solo viene a morar (1 Corintios, 3:16, 6:19) sino
que, además, es sellado en nosotros (Efesios, 1:13-14, 4:30, 2 Corintios,
1:21-22). Una vez en nosotros, el Espíritu Santo comienza su obra, siendo una
de ellas la convicción de pecado (Juan, 16:8), lo cual significa que, cada vez
que pecamos (aun siendo salvos), el Espíritu Santo nos convencerá de que hemos
pecado y nos guiara primero al arrepentimiento y luego a la confesión (1 Juan,
1:9). Pablo dice que, aquel (el Espíritu Santo) que comenzó en nosotros la
buena obra, la perfeccionara (la hará cada vez mejor), hasta el día de
Jesucristo, es decir, hasta el día del rapto de la iglesia (Filipenses, 1:6).
Es Dios morando en nosotros el que produce dentro nuestro tanto el querer
(dejar de pecar) como el hacer (el que podamos lograrlo) por su buena voluntad
(Filipenses, 2:13).
Aquellos
cristianos que, habiendo confesado alguna vez a Cristo, continúan en un estado
de “tibieza espiritual”, el cual se manifiesta en una forma de vivir ambigua
(un pie en la iglesia y un pie en el mundo), no tienen al Espíritu Santo
morando consigo, es decir, no son salvos. El Espíritu Santo jamás comenzó en
ellos obra alguna motivo por el cual mucho menos podrá perfeccionarla
(Filipenses, 1:6). Pero, si estos cristianos confesaron a Cristo ¿qué falló?.
El
Espíritu Santo se recibe por el oír el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4) con fe:
Gálatas,
3:2 Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de
la ley, o por el oír con fe?
Es
decir, sin fe, el Espíritu Santo no puede recibirse (Juan, 14:17). Esto sucede
con una innumerable cantidad de personas que han confesado a Cristo pero lo han
hecho sin fe (sin creer) en el Evangelio (1 Corintios, 15:1-4).
Por
más gracia que haya (y vaya si la hay) sin fe LA SALVACIÓN NO SE PERFECCIONA
porque:
[1]
la fe es el “boleto de entrada” a la gracia (Romanos, 5:2), que es la causa de
la salvación (Efesios, 2:8); y
[2]
sin fe es imposible agradar a Dios (Hebreos, 11:6);
Por
más que confesemos a Cristo, si lo hacemos sin fe, LA SALVACIÓN NO ACONTECE. Un
supuesto cristiano que ha confesado a Cristo sin fe, continuará llevando un
“estilo de vida” igual de pecaminoso que un incrédulo.
¿Actos aislados o un estilo de
vida?
Pablo
escribe:
2
Corintios, 13:5 Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a
vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en
vosotros, a menos que estéis reprobados?
Para
tener la certeza y la seguridad de nuestra salvación, debemos examinarnos a la
luz de las Escrituras.
El
apóstol Juan escribe:
1
Juan, 5:13 Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre
del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en
el nombre del Hijo de Dios.
La
frase “estas cosas” se refiere a todo el libro de 1 Juan. Y si estudiamos
detenidamente esta epístola, encontraremos que la misma consiste en una serie
de pruebas, a la luz de las cuales cada creyente debe examinarse a sí mismo.
Juan nos da algunas de las características más importantes de una persona que
de verdad es cristiana. Y debemos comparar nuestra vida con lo que Juan ha
escrito acá. Puedes ver en mi blog una predica denominada “Evidencias de una
verdadera conversión” (pincha Aqui). No
obstante, si comparamos nuestra vida con las Escrituras seguramente vamos a
encontrar contradicciones porque, aun los verdaderos cristianos, continúan
pecando después de ser salvos (1 Juan, 1:8).
El
apóstol Juan escribe:
1
Juan, 1:6 Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas,
mentimos, y no practicamos la verdad;
La
palabra “andamos” (en tinieblas) utilizada por Juan en este pasaje, proviene de
la palabra griega “peripateo”, donde “pateo” significa “caminar” y “peri”
significa “por todo lugar”. El verbo también se encuentra en el tiempo
presente, lo cual implica continuación, con lo cual Juan se está refiriendo a
una “forma de andar continua”. Lo que Juan está enseñando es lo siguiente: si
decimos que somos creyentes pero vivimos con un “estilo de vida” que contradice
lo que Dios nos ha revelado en su ley, mentimos cuando decimos que somos
creyentes.
Un
cristiano verdadero, como hemos dicho, continúa pecando aun después de ser
salvo:
1
Juan, 1:8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y
la verdad no está en nosotros. 1:9 Si confesamos nuestros pecados, él es
fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda
maldad. 1:10 Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y
su palabra no está en nosotros;
Si
no reconocemos que tenemos pecado, no somos creyentes dice Juan. El creyente
verdadero va a vivir un “estilo de vida” (1 Juan, 1:6) que, poco a poco, se
conforma más y más a lo que Dios nos ha revelado acerca de sí mismo y acerca de
su voluntad. Pero el creyente verdadero va a reconocer el pecado en su vida (1
Juan, 1:8). Él va a vivir una vida de arrepentimiento y él va a practicar la
“confesión” (1 Juan, 1:9).
Un
creyente es una persona quebrantada, que siempre está reconociendo sus fallas,
arrepintiéndose de sus fallas y confesando sus fallas a Dios y aun a los hermanos.
Es una persona que puede discernir cuando peca.
Un
cristiano no es perfecto. Un cristiano va a luchar con el pecado toda su vida.
Un cristiano puede caer en el pecado. Pero un cristiano no puede vivir
constantemente, años tras año, practicando el pecado, con un “estilo de vida”
similar al de un mundano, sin disciplina o sin quebrantamiento. El cristiano
verdadero, cuando peca, Dios (su Padre) le va a hablar.
Muchas
personas creen que la confesión es simplemente decir “Dios, perdóname, porque he
pecado”. Eso no es confesión.
La
palabra “confesión” proviene de la palabra griega “homologeo”, compuesta por
dos raíces: “homo” (que significa “lo mismo”) y “logeo” (que significa
“hablar”). O sea que la palabra “confesión” significa “hablar lo mismo”. ¿Hablar
lo mismo que quien?. Hablar lo mismo que Dios. Solo cuando somos capaces de
“hablar lo mismo” que Dios hablaría sobre nosotros, estamos confesando, lo cual
implica la difícil tarea de vernos como Dios nos ve (para bien y para mal).
La
confesión solo tiene lugar cuando oramos de la siguiente forma: Señor, perdona
porque la semana pasada he murmurado contra tal persona, porque este mes no he
diezmado lo que corresponde o porque ayer por la noche mire pornografía en
internet (evitando toda otra oración vaga y general).
El cristiano verdadero y su
pecado
La
diferencia entre un cristiano verdadero y uno falso (asimilable a un incrédulo)
no es el pecado en el sentido de que, mientras un cristiano falso peca, uno verdadero
ha dejado de hacerlo, por lo menos desde su conversión.
Por
eso Pablo escribe en:
Romanos,
3:22 Porque no hay diferencia, 3:23 por cuanto todos
pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.
La
diferencia entre un cristiano verdadero y uno falso (asimilable a un incrédulo)
radica en lo siguiente:
[+]
mientras un cristiano falso peca y “continúa su vida como si nada” porque, al
no tener al Espíritu Santo morando consigo (Juan, 14:17), no tiene convicción
de pecado (Juan, 16:8);
[+]
un cristiano verdadero peca pero, en lugar de “continuar su vida como si nada”,
al tener al Espíritu Santo morando consigo (Juan, 14:17, 1 Corintios, 3:16,
6:19) y tener, por ende, convicción de pecado (Juan, 16:8), confiesa (1 Juan,
1:9) y restaura, de esta manera, la comunión perdida con Dios a causa del
pecado.
Ahora
bien, un cristiano verdadero que peca ¿responde por su pecado?. Si no lo
confiesa, desde ya que si y esto lo confirma Pablo en:
Gálatas,
6:7 No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre
sembrare, eso también segará.
El
mundo conoce esta ley espiritual (que, en realidad, es bíblica) como la “ley
del karma” (todo vuelve). Un cristiano verdadero, aunque sea salvo, cosechara
(segara) lo que siembre, porque, como dice Pablo “Dios no puede ser burlado” (ni
siquiera por uno de sus hijos).
Satanás
es nuestro acusador delante de Dios (Apocalipsis, 12:10). Cada vez que pecamos,
él se presenta delante de Dios exigiendo nuestro castigo. Y acá pueden pasar
una de dos cosas:
[1]
o confesamos nuestros pecados, en cuyo caso la acusación de satanás se
desmorona; o
[2]
decidimos escondernos de Dios e intentar compensar nuestras fallas haciendo
cosas (obras) para El, en cuyo caso la acusación de satanás queda firme y Dios
debe disciplinarnos para enderezar lo torcido (el pecado) en nuestras vidas;
El
problema con los cristianos verdaderos es que nuestro primer impulso luego de
pecar no es confesar a Dios nuestros pecados (1 Juan, 1:9) sino escondernos de El
e intentar compensar nuestras fallas “haciendo cosas (obras) para Dios”. No
debe extrañarnos, sin embargo, que nuestro primer impulso sea este, ya que esto
fue lo que hicieron precisamente nuestros primeros padres luego de sucumbir al
engaño del enemigo:
Génesis,
3:7 Entonces fueron abiertos los ojos de ambos [Adán y Eva], y conocieron que
estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron
delantales. 3:8 Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el
huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia
de Jehová Dios entre los árboles del huerto. 3:9 Mas Jehová Dios llamó al
hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? 3:10 Y él respondió: Oí tu voz en el
huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.
Los
delantales, cosidos con hojas de higuera, que se hicieron Adán y Eva representan
“nuestras obras luego de pecar”. Pecamos y, al sentirnos desnudos, nos
escondemos de Dios (en lugar de ir a su encuentro y confesar) e intentamos
tapar nuestra desnudez haciendo cosas (obras) para El, en un intento por
compensar nuestras fallas.
Pero
la única manera de “compensar nuestras fallas” no es escondiéndonos de Dios y
hacer cosas (obras) para El sino activando, por medio de la confesión (1 Juan,
1:9), el poder redentor (eterno) de la sangre de Cristo (Hebreos, 9:24-26, 10:10-14),
derramada en la cruz una sola vez por nuestros pecados.
Por
eso debemos confesar nuestros pecados, lo cual no solo demuestra que somos
capaces de auto examinarnos (2 Corintios, 13:5) sino, también, de juzgar
nuestros propios pecados. Si no lo hacemos, Dios tendrá que hacerlo por
nosotros y disciplinarnos, para que (como escribe Pablo) “no seamos condenados
junto con el mundo”:
1
Corintios, 11:31 Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos
juzgados; 11:32 mas siendo juzgados [por no habernos examinado], somos
castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo.
Como
está escrito:
Hebreos,
12:6 Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe
por hijo. 12:7 Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque
¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? 12:8 Pero si se os deja
sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois
bastardos, y no hijos.
Absolutamente
todos los cristianos verdaderos (aun los más devotos) hemos sido (y seguimos
siendo) disciplinados por Dios en algún momento (Hebreos, 12:8).
Conclusión
Muchos
piensan que es imposible saber si, dentro de la iglesia, alguien es salvo o no ya
que, para hacer eso, es necesario “conocer el corazón” y solo Dios puede
hacerlo. He escuchado esto, incluso, de boca de algunos sinceros ministros de
Dios. Esto contrasta con lo que la Biblia dice y es que no es necesario
“conocer el corazón” de nadie para saber si alguien es salvo o no, porque basta
y sobra con observar su comportamiento, es decir, su “estilo de vida”.
Jesús
dijo que conoceríamos a los demás (si serian salvos) por sus acciones (por sus
frutos):
Mateo,
7:16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos,
o higos de los abrojos? 7:17 Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero
el árbol malo da frutos malos. 7:18 No puede el buen árbol dar malos
frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. 7:19 Todo árbol que no da buen
fruto, es cortado y echado en el fuego. 7:20 Así que, por sus frutos los
conoceréis.
Y
no por lo que dicen (ser cristianos):
Mateos,
7:21 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los
cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
Como
hemos visto, Juan nos dijo “estas cosas les escribo para que sepan que tienen
vida eterna, es decir, para que sepan que son salvos” (1 Juan, 5:13). O sea, es
totalmente posible saber si somos salvos o no y esta no es una cuestiónmenor, porque una cosa es “creer” que somos
salvos y otra, muy distinta, es “saber” que somos salvos.
Y,
por si esto no fuera suficiente, Pablo nos dice:
Romanos,
8:16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de
Dios.
Un testimonio es
una afirmación de algo. El término proviene del latín testimonium y está
vinculado a una demostración o evidencia de la veracidad de una cosa. Lo que
Pablo está diciendo es que el Espíritu Santo (Dios mismo) confirma a nuestro
espíritu de que somos salvos (hijos de Dios).
A
esto se le llama “convicción de salvación”. La salvación no es una cuestión
incierta, que solo será develada cuando nos toque partir de este mundo (sea por
la muerte o por el rapto). Es más, si el rapto de la iglesia llega antes que la
muerte, muchos se darán cuenta de que, en realidad, no eran salvos por haberse
quedado en la tierra (y entonces será tarde).
Por
tu parte, debes preocuparte si, desde que aceptaste a Cristo, no solo tu estilo
de vida no ha cambiado en absoluto sino si, además, jamás recibiste de parte de
Dios (sea por el medio que fuere) una confirmación acerca de tu salvación.
Por
su parte, los ministros, además de confrontar el pecado, deben capacitar al
pueblo acerca de cómo lograr la salvación e indagar si cada integrante de la
congregación ha recibido la confirmación antedicha.
La
Biblia explica claramente qué es lo que debe ocurrir para que seamos salvos y
nos dice, además, como podemos saberlo.