sábado, 20 de junio de 2020

TRES NIVELES DE FE


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Te dejo el video donde predico acerca de este tema (el contenido del video es el mismo que el expuesto mas abajo):




Introducción

Existen tres niveles de fe a los que podemos acceder los cristianos, a saber:

[1] la fe inicial para salvación (Efesios, 2:8-9, Romanos, 5:2);

[2] la fe como uno de los nueve frutos del Espíritu Santo (Gálatas, 5:22-23); y

[3] la fe como uno de los nueve dones del Espíritu Santo (1 Corintios, 12:8-10);

El primer nivel de fe se refiere a la fe inicial que nos permite acceder a la salvación (Efesios, 2:8-9, Romanos, 5:2). El segundo nivel de fe se refiere a la fe que aparece y se desarrolla como un fruto (Gálatas, 5:22-23) producto de ser salvo, es decir, de tener al Espíritu Santo morando (Juan, 14:17, 1 Corintios, 3:16, 6:19) y sellado (Efesios, 1:13-14, Efesios, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22) en nosotros. El tercer nivel de fe se refiere al don que nos es dado cuando recibimos el “bautismo en el Espíritu Santo” (Hechos, 1:8, 2:4), bautismo que se recibe no para salvación sino para ser equipado con alguno o algunos de los nueve dones del Espíritu Santo (1 Corintios, 12:8-10).

Veremos que mientras los dos primeros niveles de fe son para todos los cristianos, el tercer nivel de fe solo es para los que reciban ese don cuando sean “bautizados en el Espíritu Santo”.

La Biblia, desde ya, define lo que es la fe:

Hebreos, 11:1 Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.

Esta definición general de la Biblia aplica a los tres niveles de fe mencionados: fe es estar convencidos de aquello que no podemos ver.

[1] La fe inicial para salvación

Respecto de esta fe inicial, el apóstol Pablo escribe:

Efesios, 2:8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 2:9 no por obras, para que nadie se gloríe.

Pablo dice que somos salvos por gracia (la causa), por medio se la fe (el medio). Para Pablo, la fe es el “boleto de entrada” a la gracia, que es la causa de la salvación:

Romanos, 5:1 Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; 5:2 por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.

La gracia puede ser definida como el favor inmerecido de Dios por medio del cual podemos ser salvos, obedecer los mandamientos de Dios (aunque no de manera perfecta) y ser santos. La gracia es la actividad unilateral de Dios a través de la cual el Señor esta todo el tiempo atrayendo las almas hacia sí mismo.

La única manera de acceder a esta gracia (la causa de la salvación), es por medio de la fe (Hebreos, 11:1). Pero ¿fe en que?. En lo que hizo Cristo en la cruz, es decir, en el Evangelio:

1 Corintios, 15:3 Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 15:4 y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;

Pablo dice, además, que “esto no de vosotros, pues es don de Dios”. La palabra “don” significa aquí “regalo”. Ahora bien ¿qué es lo que no es nuestro sino un regalo de Dios?. La salvación, que es por gracia, por medio de la fe. Esto significa que ni la salvación, ni ninguno de los elementos necesarios para alcanzarla (que son la gracia y la fe) son nuestros.

Ya sabemos que la gracia no es nuestra sino que proviene de Dios pero ¿qué pasa con la fe?. Para Pablo, la fe por medio de la cual accedemos a la gracia (que es la causa de la salvación), tampoco es nuestra.

Pablo afirma que la salvación “no es por obras, para que nadie se gloríe”, es decir, para que nadie pueda jactarse delante de Dios de haberse salvado por sus propios méritos. No nos podemos jactar ni siquiera de nuestra fe, es decir, de haber creído en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4).

Pablo reafirma esta idea cuando escribe:

Romanos, 3:27 ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. 3:28 Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.

Toda jactancia en cuanto a la salvación queda excluida, dice Pablo, por la “ley de la fe” (ya veremos cómo opera esa ley). No hay nada, en cuanto a su salvación, de lo que el hombre pueda jactarse.

Sin embargo algunos creen que la fe es una “respuesta humana” a la predicación del Evangelio, en el sentido de que hay un predicador predicando el Evangelio y hay un auditorio donde mientras algunos (que “aceptan” el Evangelio) se salvan, otros (que lo “rechazan”) se condenan. Para ellos, la fe es un “acto humano unilateral”, rechazando toda intervención divina o, en el mejor de los casos, la fe es un mix entre ambas cosas: parte de la fe la pone Dios y parte la ponemos nosotros. Pero, como acabamos de demostrar, esta idea no tiene sustento en las Escrituras.

Analicemos la cuestión con algo de lógica. Si la salvación es por fe y no por obras, como lo afirma Efesios, 2:8-9, entonces la fe no puede ser una obra humana, de otro modo el pasaje escrito por Pablo encerraría una contradicción. Si la fe califica como obra humana, entonces, por definición, no puede salvarnos. Por lo tanto, la fe que nos salva tiene que provenir 100% de Dios. ¿Se entiende el punto?.

Cuando el Evangelio se predica fuera de la Iglesia o se lee la Palabra de Dios en privado, no todos, en ese momento, son convencidos de pecado (Juan, 16:8) y de su necesidad de Cristo.

Es por eso que hay dos llamamientos:

[1] un “llamamiento externo”; y

[2] un “llamamiento interno”;

El “llamamiento externo” puede ser descripto como “palabras del predicador” pero, para que la salvación opere, ese “llamamiento externo” debe ser acompañado (complementado) por el “llamamiento interno” del Espíritu Santo de Dios.

Una ilustración de esta enseñanza es la siguiente situación descripta en el Libro de los Hechos de los Apóstoles:

Hechos, 16:13 Y un día de reposo salimos fuera de la puerta, junto al río, donde solía hacerse la oración; y sentándonos, hablamos a las mujeres que se habían reunido. 16:14 Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía.

Pablo estaba predicando en la ciudad de Filipos, a la vera de un rio y, entre su auditorio, había una mujer llamada Lidia, vendedora de purpura, que estaba escuchando lo que Pablo decía. Pablo (el predicador) habló al oído de Lidia y este es el “llamamiento externo”, pero el Señor habló al corazón de Lidia y este es el “llamamiento interno”. Los hombres (varones y mujeres), por su misma naturaleza, resisten el Evangelio de Dios y por eso es necesario el llamado de Dios.

Jesucristo dice:

Juan, 6:44 Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero.

Aquí el Señor está diciendo que es imposible que los hombres vengan a Él por ellos mismos, sino que el Padre los debe traer. Nadie puede creer en Jesucristo por sus propios medios.

Y continúa diciendo:

Juan, 6:45 Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí.

El hombre puede oír el “llamamiento externo”, pero son los que han “aprendido del Padre” (oído el “llamamiento interno”), los que responderán y vendrán a Cristo.

[2] La fe como uno de los nueve frutos del Espíritu Santo

El Espíritu Santo se recibe junto con la salvación por el oír con fe el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4):

Gálatas, 3:2 Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?

Recibido el Espíritu Santo, el mismo no solo se queda morando (Juan, 14:17, 1 Corintios, 3:16, 6:19) sino que, además, es sellado en nosotros (Efesios, 1:13-14, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22). A partir de aquí, el Espíritu Santo comienza su obra en nosotros, que consiste en convencernos de pecado, de justicia y de juicio (Juan, 16:8) y es cuando comienzan a resultar visibles sus frutos:

Gálatas, 5:22 Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, 5:23 mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.

Los frutos del Espíritu Santo son nueve:

[1] amor;
[2] gozo;
[3] paz;
[4] paciencia;
[5] benignidad;
[6] bondad;
[7] fe;
[8] mansedumbre; y
[9] templanza;

Aunque algunos aparecen antes que otros, finalmente deberían aparecer y resultar visibles todos los frutos (los nueve) en la vida de un cristiano. Desde nuestra conversión, estos frutos van apareciendo y madurando de a poco, como ocurre con el fruto de cualquier árbol. Aparecen por el solo hecho de tener al Espíritu Santo morando (Juan, 14:17, 1 Corintios, 3:16, 6:19) y sellado (Efesios, 1:13-14, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22) en nosotros.

Podemos empezar a darnos cuenta de cómo es la secuencia. En el primer nivel, la fe inicial nos fue dada (literalmente) por Dios para poder creer en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4), ser salvos y recibir el Espíritu Santo (Gálatas, 3:2). En este segundo nivel, la fe se desarrolla y madura como un fruto producto de tener al Espíritu Santo morando, sellado y ejecutando su obra (Juan, 16:8) en nosotros.

En este nivel, la fe de uno y otro cristiano no es la misma, pero no porque a cada uno le haya sido dada una “medida distinta de fe”, sino porque, en este nivel,  la fe es un fruto que, en uno y otro cristiano, tiene un distinto grado de maduración y es independiente de la “antigüedad” (los años de convertido) que tenga, uno y otro cristiano, dentro de la iglesia.

La Palabra de Dios, por su parte, contribuye enormemente al desarrollo y maduración del fruto de la fe:

Romanos, 10:17 Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.

El “oír” en este pasaje no se refiere solo a “escuchar” (o leer) la Palabra de Dios sino, también, a obedecerla. Es decir, escuchar (o leer) la Palabra de Dios y ponerla por obra (obedecerla), produce fe.

Algunos podrían pensar que, habiéndonos sido dada, por providencia divina, la fe inicial para alcanzar la salvación (la fe del primer nivel), ahora somos nosotros los que tenemos la responsabilidad de crecer en el Señor, entre otras cosas, leyendo la Palabra de Dios, para que nuestra fe madure. Pero no debemos olvidar lo siguiente:

[a] es el Espíritu Santo el que nos guía hacia toda verdad (Juan, 16:13) y, por ende, el que nos impulsa a leer y estudiar las Escrituras;

[b] es el Espíritu Santo el que comenzó la obra (Juan, 16:8) en nosotros y el que la va a perfeccionar (la va a hacer cada vez mejor) hasta el “día de Jesucristo”, es decir, hasta rapto de la iglesia (Filipenses, 1:6); y

[c] es el Espíritu Santo el que produce en nosotros tanto el querer (desarrollarnos) como el hacer (el que podamos lograrlo), por su buena voluntad (Filipenses, 2:13);

Al igual que en el primer nivel de fe, no hay nada en este segundo nivel de lo que el hombre pueda jactarse. Es más, en este segundo nivel nuestra dependencia de Dios es igual o aun mayor que en ese primer nivel donde nos fue dada, por providencia divina, la fe inicial para salvarnos.

En este nivel, cuando el fruto se desarrolla y madura, la “medida de fe” es absolutamente la misma para todos los cristianos (sin excepción). Es por eso que es inútil orar para que nuestra fe “sea aumentada” sobrenaturalmente. La fe es un fruto que aparece y, a su tiempo, terminara de madurar y alcanzar una “única medida” común a todos los cristianos.

Las siguientes reflexiones corresponden a Dante Gebel:

En el libro de Lucas podemos leer:

Lucas, 17:3 Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. 17:4 Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale. 17:5 Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe.

Jesús resucito muertos, sano enfermos, pero no fue hasta que hablo acerca de la ofensa y del perdón, que los apóstoles “pidieron más fe”. La oración “auméntanos la fe” se transformó en una oración que se ha hecho popular y está, supuestamente, avalada por este pasaje bíblico. Sin embargo no nos detenemos en la respuesta de Jesús:

Lucas, 17:6 Entonces el Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: Desarráigate, y plántate en el mar; y os obedecería.

En principio, parece que Jesús no contesta la pregunta. Pero lo que les está diciendo es que “ustedes ya tienen fe, lo que sucede es que no la están usando”.

Jesús continúa hablando y no cambia de tema:

Lucas, 17:7 ¿Quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta ganado, al volver él del campo, luego le dice: Pasa, siéntate a la mesa? 17:8 ¿No le dice más bien: Prepárame la cena, cíñete, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto, come y bebe tú? 17:9 ¿Acaso da gracias al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Pienso que no. 17:10 Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos.

¿Por qué nos parece, otra vez, que Jesús está cambiando de tema cuando lo único que hicieron los apóstoles fue pedirle “auméntanos la fe”?.

Lo que está diciendo Jesús es lo siguiente: si tuvieras un siervo ¿lo pondrías a trabajar?. Por supuesto. La servidumbre y la esclavitud eran parte de la vida diaria en los tiempos de Jesús. Aunque hoy nos resulte chocante, en los tiempos de Jesús los sirvientes o esclavos eran “usados”. Por eso Jesús utiliza la figura de la servidumbre o esclavitud para explicar cómo opera la fe. Lo que el Señor está queriendo decir es lo siguiente: tienes que poner a trabajar tu fe de la misma forma que un señor lo hace con su siervo o esclavo.

Una única “medida” de fe:

Romanos, 12:3 Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.

Pablo no está diciendo que UNA medida de fe, particular y única, es decir, distinta, fue repartida a cada uno, sino que está hablando de LA medida de la fe, también única pero universal, es decir, para todo el mundo igual. No es UNA medida de fe sino LA medida de fe.

No es que Dios da a algunos un cucharon de fe y a otros un gotero de fe. Dios no hace acepción de personas (Romanos, 2:11), en términos de los que nos regaló en la cruz. No podemos decir “a mí se me murió un ser querido porque me toco poquita fe”.

¿Y cuál es esa medida de fe, que es LA medida de la fe?. La SUFICIENTE. Crees y el milagro ocurre. No crees y el milagro no ocurrirá.

Hay algo que provoca confusión y es la historia del centurión de Mateo, 8. Para los que no conocen la historia, llega un centurión romano a Jesús y le dice: Rabid, tengo un criado mío muy enfermo, pero ni vengas a mi casa, solo di la palabra y mi criado sanara, a lo que Jesús contesta “ni aun en Israel he hallado tanta fe”. De acá que muchos dicen “hay tanta fe” o “hay poca fe”, porque “hasta Jesús lo dijo”.

Pero esta historia con el centurión ocurre antes de que se perfeccionara el Nuevo Pacto. La obra redentora de Jesús aún no estaba completa. Jesús todavía no había muerto ni, por ende, había resucitado ni le había entregado autoridad alguna a la iglesia. Hasta que Jesús murió en la cruz, el mismo vivió bajo la dispensación de la ley. Cuando este milagro ocurre y cuando ocurrieron otros milagros en el Antiguo Pacto, los santos del AT no tenían acceso a la fe sobrenatural sino que tenían que poner su fe natural o humana (y vaya que la tenían) en las promesas de Dios.

Pero nosotros, luego de que Cristo muere y resucita (después de esta historia con el centurión romano), Él envía el Espíritu Santo sobre nosotros y es cuando aparecen los nueve frutos del Espíritu (Gálatas, 5:22-23). La fe, entonces, o es un fruto o es algo que Dios tiene que aumentar, pero no puede ser las dos cosas a la vez.

La fe, claro está, es un fruto que esta por el solo hecho de haber aceptado a Cristo y de que, a consecuencia de ello, tengamos al Espíritu Santo morando con nosotros.

Como opera la fe:

La mayoría de las veces nuestro problema no es la falta de fe sino de conocimiento acerca de cómo opera la fe. No sabemos lo que tenemos y entonces no lo hemos podido usar. Si no encendemos el interruptor de la luz en nuestras casas, nos quedamos a oscuras y esto nada tiene que ver con la planta generadora de energía eléctrica. El apóstol Pedro sanó un cojo en la entrada del templo, resucitó a Dorcas de la muerte y sanó enfermos con su sombra.

Pedro nos dice "la misma fe sobrenatural que opera en mi opera también en ti":

2 Pedro, 1:1 Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra:

¿Cuándo obtuvimos esa fe?. Esa medida de fe nos fue dada cuando Jesús dijo en la cruz “consumado es”. En ese momento (y cuando nos convertimos, es decir, cuando nacimos de nuevo) nos fue dada LA medida de fe que se necesita para cualquier milagro. La usemos o no, la tenemos (es indistinto). Tiene que ver con que si conocemos o no lo que tenemos.

La fe opera como una ley:

Romanos, 3:27 ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe.

La ley de la fe, por ser precisamente una ley, opera equitativamente en todos aquellos que tienen a Cristo en el corazón. Algo no puede ser categorizado como una ley si no aplicara de la misma manera para todos.

Si alguien se tira al vacío, desde el octavo o noveno piso de un edificio, se va a matar porque está operando la “ley de la gravedad”. Dios no va a cambiar la ley de gravedad para salvar su vida. Esta persona salto y está violando una ley. Y Dios no puede violar sus propias leyes.

Y la Biblia dice que la fe también es una ley. La ley de la fe es una ley que incluso Dios respeta. Es como una restricción que se autoimpuso Dios a sí mismo. Muchas veces no recibimos respuesta a nuestras oraciones no porque lo que pedimos no esté en la voluntad de Dios sino porque no estamos cumpliendo la ley de la fe o la estamos violando.

Entonces tenemos que aprender cómo opera esa ley. Dios dice: yo hice toda la obra en la cruz, todos los regalos te los di allí, que lo entiendas o no, es tu problema, pero tienes la medida de fe que tuvo y tiene todo el mundo: la de Cristo y los apóstoles. Si lo crees, entonces ya no me hables más de la montaña sino háblale a la montaña de mí, dice el Señor.

Hace 4.000 años atrás la ley de la electricidad ya existía. Sin embargo, hombres santos como Abraham o como Moisés no pudieron disfrutar de la electricidad. ¿Por qué?. ¿Les falto fe?. No. La ley de la electricidad estaba allí, antes que el hombre la descubriera, ya Dios la había puesto en la tierra. Los hombres santos del AT eran ignorantes de esa ley (no la conocían).

La incredulidad contamina y drena la fe:

La incredulidad contrarresta la fe, provocando un cortocircuito. La incredulidad drena y contamina la fe. La mayoría de las personas en la iglesia guardan las oraciones no contestadas en una “carpeta” con el nombre de “Dios es soberano”.

Muchos ministros, por ejemplo, cuando oran por un enfermo, lo hacen así: “Señor, si es tu voluntad, sánalo y, si no, tu eres soberano”. Es verdad que Dios es soberano, pero no podemos orar con falta de fe. Si no ocurre el milagro, decimos, es porque Dios no quiso. Esto no es lo que el Señor nos dejó en las Escrituras. Él dice: tú tienes que contrarrestar la incredulidad con fe.

Jesús va al monte, junto con tres discípulos, a transfigurarse, donde se encuentra con Elías y Moisés. Mientras tanto, el resto de los discípulos lidiaban con un endemoniado. Cuando Jesús vuelve, se acerca el padre del endemoniado y le dice “tengo un hijo lunático, endemoniado y tus discípulos no lo pudieron liberar”.

Jesús no dijo “solo yo puedo reprender demonios” sino que dijo “generación incrédula, hasta cuando voy a estar con ustedes” y no se lo dijo al padre del muchacho sino a sus discípulos:

Mateo, 17:14 Cuando llegaron al gentío, vino a él un hombre que se arrodilló delante de él, diciendo: 17:15 Señor, ten misericordia de mi hijo, que es lunático, y padece muchísimo; porque muchas veces cae en el fuego, y muchas en el agua. 17:16 Y lo he traído a tus discípulos, pero no le han podido sanar. 17:17 Respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo acá.

Jesús ya los había entrenado y les había dado autoridad pero, aun así, los discípulos no habían podido con este caso.

Mateo, 10:1 Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.

El mismo enojo que tuvo Jesús con sus discípulos, lo tiene también hoy con nosotros.

Mateo, 17:18 Y reprendió Jesús al demonio, el cual salió del muchacho, y éste quedó sano desde aquella hora. 17:19 Viniendo entonces los discípulos a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera? 17:20 Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible. 17:21 Pero este género no sale sino con oración y ayuno.

Jesús resuelve el caso y luego sus discípulos le preguntan por qué ellos no habían podido hacerlo. Ellos pensaban que Jesús les diría “porque ustedes no son como yo”. Pero Jesús les dice “por vuestra poca fe”, es decir, por vuestra incredulidad. Y les dice más: “este género, sale con ayuno y oración”.

Este pasaje de Mateo, 17:21 es, junto con otros, uno de los pasajes más malinterpretados de toda la Biblia. Jesús no puede estar hablando aquí del género de demonio que afectaba al muchacho porque si no, lo de Mateo, 10:1 no sería cierto.

Lo recordamos:

Mateo, 10:1 Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.

Allí Jesús les había dado autoridad sobre los espíritus inmundos para sanar TODA enfermedad y TODA dolencia. Por lo tanto, no podría el Señor ahora establecer una excepción y decirles que, para echar fuera a algunos demonios, en realidad, se necesitaba “algo más” sobre lo cual Él no les había informado o que la autoridad que les había dado no era sobre todo espíritu, porque hay algunos “más complicados que otros”.

El género al que se refiere el Señor, que se va con oración y ayuno, es el de la INCREDULIDAD que estaba afectando a los discípulos y que les había impedido expulsar al demonio que atormentaba al hijo de aquel hombre. El género de la INCREDULIDAD de los discípulos es el que se va con oración y ayuno y no el demonio que atormentaba al muchacho.

Por eso no debes pedir más fe sino llevar tu incredulidad a cero, que fe ya hay la suficiente, desde la cruz del calvario.

[3] La fe como uno de los nueve dones del Espíritu Santo

El Espíritu Santo viene, como mínimo, dos veces sobre una persona:

[1] al ser salvos, es decir, al oír el evangelio de la salvación con fe (Gálatas, 3:2); y

[2] al ser bautizados en el Espíritu Santo (Mateo, 3:11): este “bautismo en el Espíritu Santo”, prometido por Jesús en Hechos, 1:8 y cumplido en Hechos, 2:1-4, no es para salvación sino para recibir poder y ser equipado con algunos de los nueve dones del Espíritu Santo (1 Corintios, 12:8-10), siendo una señal distintiva de haber recibido este bautismo especial el "hablar nuevas lenguas";

Respecto de los dones del Espíritu, Pablo escribe:

1 Corintios, 12:8 Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; 12:9 a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. 12:10 A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas.

Los dones del Espíritu Santo, como los frutos, también son nueve:

[1] palabra de sabiduría;
[2] palabra de ciencia;
[3] fe;
[4] dones de sanidades;
[5] hacer milagros;
[6] profecía;
[7] discernimiento de espíritus;
[8] diversos géneros de lenguas; e
[9] interpretación de lenguas;

La fe como “don espiritual” es la fe que “mueve montañas” y, por lo tanto, no es para todos los cristianos. En primer lugar, el don de fe de 1 Corintios, 12:9 es para los cristianos que hayan recibido el “bautismo en el Espíritu Santo” y, en segundo lugar, es para los que, habiendo recibido el “bautismo en el Espíritu Santo”, hayan recibido puntualmente ese don, ya que recibir el “bautismo en el Espíritu Santo” no implica ser equipado precisamente con el “don de fe”.

Ejemplo bíblico:

Hechos, 13:6 Y habiendo atravesado toda la isla hasta Pafos, hallaron a cierto mago, falso profeta, judío, llamado Barjesús, 13:7 que estaba con el procónsul Sergio Paulo, varón prudente. Este, llamando a Bernabé y a Saulo, deseaba oír la palabra de Dios. 13:8 Pero les resistía Elimas, el mago (pues así se traduce su nombre), procurando apartar de la fe al procónsul. 13:9 Entonces Saulo, que también es Pablo, lleno del Espíritu Santo, fijando en él los ojos, 13:10 dijo: ¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor? 13:11 Ahora, pues, he aquí la mano del Señor está contra ti, y serás ciego, y no verás el sol por algún tiempo. E inmediatamente cayeron sobre él oscuridad y tinieblas; y andando alrededor, buscaba quien le condujese de la mano. 13:12 Entonces el procónsul, viendo lo que había sucedido, creyó, maravillado de la doctrina del Señor.

La autoridad apostólica de Pablo hizo que, por su voz, cayera un juicio sobre alguien que estaba obstaculizando el avance del Evangelio.

Conclusión

Como quedo demostrado, la fe jamás viene sobre nosotros por “voluntad humana”.

Ni la fe inicial para salvación recibida como regalo de Dios, ni la fe que luego aparece y se desarrolla como un fruto por obra y gracia del Espíritu Santo morando en nosotros, ni el don de fe con el que somos equipados cuando recibimos el bautismo en el Espíritu Santo, vienen sobre nosotros por nuestras acciones sino solo por la voluntad de Dios.

La fe no es una respuesta humana sino, simplemente, un MILAGRO DE DIOS recibido por GRACIA.

Por último, si la fe no es nuestra sino que es un regalo de Dios y, a su vez, la fe es el único medio para obtener la salvación, entonces podríamos preguntarnos si todos reciben ese regalo de parte de Dios. Pablo parece contestar esta pregunta en:

2 Tesalonicenses, 3:2 y para que seamos librados de hombres perversos y malos; porque no es de todos la fe.

Al respeto, en una pestaña en la parte superior de mi blog, denominada “Predicas del autor de blog”, puedes ver una predica titulada “Predestinación” (pincha Aqui).


DIOS LOS BENDIGA!
Maestro de la Palabra