domingo, 14 de junio de 2020

EL MAYOR PROBLEMA DE LA IGLESIA


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Te dejo el video donde predico acerca de este tema (el contenido del video es el mismo que el expuesto mas abajo):




Introducción

Mientras no se prediquen herejías, todas las formas de predicar merecen respeto (aunque nos guste más una forma que otra). Algunos predicadores predican mas sobre la desobediencia y la ira de Dios, mientras otros predican más sobre el amor y la gracia. De esta diversidad surge un mensaje completo y eficaz. Está bien que se predique sobre ambas cosas, mientras no se ponga un énfasis extremo en una cosa en desmedro de la otra (lo cual, desde ya, es una herejía). Resulta igualmente herético presentar a Dios como un Padre amoroso y perdonador de todo cuanto hagamos, porque su gracia todo lo permite (herejía llamada “antinomianismo”) tanto como presentarlo como un juez implacable, premiador de nuestros aciertos y castigador de nuestros errores (herejía llamada “legalismo”).

El pecado debe ser puesto en evidencia y combatido dentro de la iglesia, pero si lo único que hacemos es esto, entonces vamos a vivir “limpiando telarañas” y jamás vamos a “cazar a la araña”. Sucede con los países que, al no apostar nunca a la educación y a la redistribución del ingreso, viven construyendo cárceles. Y, al igual que la delincuencia, el pecado es un problema pero no es causa sino consecuencia de una tragedia mayor (ya veremos cuál).

Como muchos se habrán dado cuenta, yo suelo hablar más acerca de la gracia que de la ira de Dios. Aunque en mi blog se van a encontrar con varios estudios donde hablo acerca de las consecuencias de desobedecer las leyes de Dios, he decidido dar un paso más e invertir más horas en estudios y predicas donde intento explicarle a la gente como puede ser verdaderamente salva ya que, según entiendo, la iglesia está repleta de gente que cree que es salva pero que, en realidad, no lo es.

El pecado que se ve en la iglesia es la consecuencia de muchísimas vidas que, a pesar de haber confesado a Cristo, jamás han sido transformadas. El pecado es solo la "punta del iceberg", es decir, solo es la consecuencia de una tragedia mayor y es la gran cantidad de gente que está metida en la iglesia y que, en realidad, no es salva.

La verdadera tragedia

En un estudio que hicimos hace un tiempo llamado “Dentro de la iglesia, pero no salvos” (pincha Aqui), identificamos cuatro categorías de “falsos cristianos”, que están metidos dentro de la iglesia, respecto de los cuales la propia Biblia dice que no son salvos:

[1] los tibios (Apocalipsis, 3:15-16);
[2] los antinomianistas (Mateo, 7:22-23);
[3] la cizaña (Mateo, 13:24-30); y
[4] los anticristos (1 Juan, 2:18-19);

No vamos a hablar nuevamente sobre cada categoría. Solo diremos que, mientras los falsos cristianos del apartado [3] y [4] directamente son siervos de satanás (“obreros fraudulentos” según 2 Corintios, 11:13-14), los del apartado [2] creen que pueden vivir su vida como quieren porque “Dios igualmente los usa”. Concentrémonos, entonces, en los “cristianos nominales” (solo de nombre) del apartado [1]: los tibios.

En el libro de Apocalipsis podemos leer:

Apocalipsis, 3:15 Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! 3:16 Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.

Este pasaje habla de las “tres temperaturas espirituales”:

[1] frio;
[2] caliente; y
[3] tibio;

Los incrédulos son los “fríos”, mientras que los creyentes llenos del Espíritu Santo son los “calientes”. Centrémonos, entonces, en los “tibios”.

Estos “cristianos tibios”, como hemos dicho, son “cristianos nominales”, es decir, “solo de nombre”. Algunos de ellos saben que no son salvos, pero hay otros que “creen” que son salvos, pero están engañados. La pregunta es ¿cómo estos falsos cristianos, que no son salvos, están metidos dentro de la iglesia?. Para contestar esta pregunta, es necesario que veamos cómo se logra la salvación según la Biblia.

Somos salvos por gracia, por medio de la fe en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4) y no por obras (Efesios, 2:8-9, Tito, 3:5).

La gracia es el favor inmerecido de Dios por medio del cual podemos ser salvos, podemos obedecer (aunque no de manera perfecta) los mandamientos de Dios y podemos llevar una vida con la santidad que Dios exige. La gracia es la actividad unilateral llevada a cabo por Dios por medio de la cual Él está atrayendo todo el tiempo las almas hacia sí mismo.

Siendo la gracia la causa de la salvación, accedemos a ella por medio de la fe (Romanos, 5:2) en el Evangelio (1 Corintios, 15:1-4). Cuando oímos el Evangelio con fe (cuando lo creemos), junto con la salvación recibimos al Espíritu Santo (Gálatas, 3:2), el cual no solo viene a morar (1 Corintios, 3:16, 6:19) sino que, además, es sellado en nosotros (Efesios, 1:13-14, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22). Una vez en nosotros, el Espíritu Santo comienza su obra, siendo una de ellas la convicción de pecado (Juan, 16:8), lo cual significa que, cada vez que pecamos (aun siendo salvos), el Espíritu Santo nos convencerá de que hemos pecado y nos guiara primero al arrepentimiento y luego a la confesión (1 Juan, 1:9). Pablo dice que, aquel (el Espíritu Santo) que comenzó en nosotros la buena obra, la perfeccionara (la hará cada vez mejor), hasta el día de Jesucristo, es decir, hasta el día del rapto de la iglesia (Filipenses, 1:6). Es Dios morando en nosotros el que produce dentro nuestro tanto el querer (dejar de pecar) como el hacer (el que podamos lograrlo) por su buena voluntad (Filipenses, 2:13).

Aquellos cristianos que, habiendo confesado alguna vez a Cristo, continúan en un estado de “tibieza espiritual”, el cual se manifiesta en una forma de vivir ambigua (un pie en la iglesia y un pie en el mundo), no tienen al Espíritu Santo morando consigo, es decir, no son salvos. El Espíritu Santo jamás comenzó en ellos obra alguna motivo por el cual mucho menos podrá perfeccionarla (Filipenses, 1:6). Pero, si estos cristianos confesaron a Cristo ¿qué falló?.

El Espíritu Santo se recibe por el oír el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4) con fe:

Gálatas, 3:2 Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?

Es decir, sin fe, el Espíritu Santo no puede recibirse (Juan, 14:17). Esto sucede con una innumerable cantidad de personas que han confesado a Cristo pero lo han hecho sin fe (sin creer) en el Evangelio (1 Corintios, 15:1-4).

Por más gracia que haya (y vaya si la hay) sin fe LA SALVACIÓN NO SE PERFECCIONA porque:

[1] la fe es el “boleto de entrada” a la gracia (Romanos, 5:2), que es la causa de la salvación (Efesios, 2:8); y

[2] sin fe es imposible agradar a Dios (Hebreos, 11:6);

Por más que confesemos a Cristo, si lo hacemos sin fe, LA SALVACIÓN NO ACONTECE. Un supuesto cristiano que ha confesado a Cristo sin fe, continuará llevando un “estilo de vida” igual de pecaminoso que un incrédulo.

¿Actos aislados o un estilo de vida?

Pablo escribe:

2 Corintios, 13:5 Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?

Para tener la certeza y la seguridad de nuestra salvación, debemos examinarnos a la luz de las Escrituras.

El apóstol Juan escribe:

1 Juan, 5:13 Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios.

La frase “estas cosas” se refiere a todo el libro de 1 Juan. Y si estudiamos detenidamente esta epístola, encontraremos que la misma consiste en una serie de pruebas, a la luz de las cuales cada creyente debe examinarse a sí mismo. Juan nos da algunas de las características más importantes de una persona que de verdad es cristiana. Y debemos comparar nuestra vida con lo que Juan ha escrito acá. Puedes ver en mi blog una predica denominada “Evidencias de una verdadera conversión” (pincha Aqui).

No obstante, si comparamos nuestra vida con las Escrituras seguramente vamos a encontrar contradicciones porque, aun los verdaderos cristianos, continúan pecando después de ser salvos (1 Juan, 1:8).

El apóstol Juan escribe:

1 Juan, 1:6 Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad;

La palabra “andamos” (en tinieblas) utilizada por Juan en este pasaje, proviene de la palabra griega “peripateo”, donde “pateo” significa “caminar” y “peri” significa “por todo lugar”. El verbo también se encuentra en el tiempo presente, lo cual implica continuación, con lo cual Juan se está refiriendo a una “forma de andar continua”. Lo que Juan está enseñando es lo siguiente: si decimos que somos creyentes pero vivimos con un “estilo de vida” que contradice lo que Dios nos ha revelado en su ley, mentimos cuando decimos que somos creyentes.

Un cristiano verdadero, como hemos dicho, continúa pecando aun después de ser salvo:

1 Juan, 1:8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. 1:9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. 1:10 Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros;

Si no reconocemos que tenemos pecado, no somos creyentes dice Juan. El creyente verdadero va a vivir un “estilo de vida” (1 Juan, 1:6) que, poco a poco, se conforma más y más a lo que Dios nos ha revelado acerca de sí mismo y acerca de su voluntad. Pero el creyente verdadero va a reconocer el pecado en su vida (1 Juan, 1:8). Él va a vivir una vida de arrepentimiento y él va a practicar la “confesión” (1 Juan, 1:9).

Un creyente es una persona quebrantada, que siempre está reconociendo sus fallas, arrepintiéndose de sus fallas y confesando sus fallas a Dios y aun a los hermanos. Es una persona que puede discernir cuando peca.

Un cristiano no es perfecto. Un cristiano va a luchar con el pecado toda su vida. Un cristiano puede caer en el pecado. Pero un cristiano no puede vivir constantemente, años tras año, practicando el pecado, con un “estilo de vida” similar al de un mundano, sin disciplina o sin quebrantamiento. El cristiano verdadero, cuando peca, Dios (su Padre) le va a hablar.

Muchas personas creen que la confesión es simplemente decir “Dios, perdóname, porque he pecado”. Eso no es confesión.

La palabra “confesión” proviene de la palabra griega “homologeo”, compuesta por dos raíces: “homo” (que significa “lo mismo”) y “logeo” (que significa “hablar”). O sea que la palabra “confesión” significa “hablar lo mismo”. ¿Hablar lo mismo que quien?. Hablar lo mismo que Dios. Solo cuando somos capaces de “hablar lo mismo” que Dios hablaría sobre nosotros, estamos confesando, lo cual implica la difícil tarea de vernos como Dios nos ve (para bien y para mal).

La confesión solo tiene lugar cuando oramos de la siguiente forma: Señor, perdona porque la semana pasada he murmurado contra tal persona, porque este mes no he diezmado lo que corresponde o porque ayer por la noche mire pornografía en internet (evitando toda otra oración vaga y general).

El cristiano verdadero y su pecado

La diferencia entre un cristiano verdadero y uno falso (asimilable a un incrédulo) no es el pecado en el sentido de que, mientras un cristiano falso peca, uno verdadero ha dejado de hacerlo, por lo menos desde su conversión.

Por eso Pablo escribe en:

Romanos, 3:22 Porque no hay diferencia, 3:23 por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.

La diferencia entre un cristiano verdadero y uno falso (asimilable a un incrédulo) radica en lo siguiente:

[+] mientras un cristiano falso peca y “continúa su vida como si nada” porque, al no tener al Espíritu Santo morando consigo (Juan, 14:17), no tiene convicción de pecado (Juan, 16:8);

[+] un cristiano verdadero peca pero, en lugar de “continuar su vida como si nada”, al tener al Espíritu Santo morando consigo (Juan, 14:17, 1 Corintios, 3:16, 6:19) y tener, por ende, convicción de pecado (Juan, 16:8), confiesa (1 Juan, 1:9) y restaura, de esta manera, la comunión perdida con Dios a causa del pecado.

Ahora bien, un cristiano verdadero que peca ¿responde por su pecado?. Si no lo confiesa, desde ya que si y esto lo confirma Pablo en:

Gálatas, 6:7 No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.

El mundo conoce esta ley espiritual (que, en realidad, es bíblica) como la “ley del karma” (todo vuelve). Un cristiano verdadero, aunque sea salvo, cosechara (segara) lo que siembre, porque, como dice Pablo “Dios no puede ser burlado” (ni siquiera por uno de sus hijos).

Satanás es nuestro acusador delante de Dios (Apocalipsis, 12:10). Cada vez que pecamos, él se presenta delante de Dios exigiendo nuestro castigo. Y acá pueden pasar una de dos cosas:

[1] o confesamos nuestros pecados, en cuyo caso la acusación de satanás se desmorona; o

[2] decidimos escondernos de Dios e intentar compensar nuestras fallas haciendo cosas (obras) para El, en cuyo caso la acusación de satanás queda firme y Dios debe disciplinarnos para enderezar lo torcido (el pecado) en nuestras vidas;

El problema con los cristianos verdaderos es que nuestro primer impulso luego de pecar no es confesar a Dios nuestros pecados (1 Juan, 1:9) sino escondernos de El e intentar compensar nuestras fallas “haciendo cosas (obras) para Dios”. No debe extrañarnos, sin embargo, que nuestro primer impulso sea este, ya que esto fue lo que hicieron precisamente nuestros primeros padres luego de sucumbir al engaño del enemigo:

Génesis, 3:7 Entonces fueron abiertos los ojos de ambos [Adán y Eva], y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. 3:8 Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. 3:9 Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? 3:10 Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.

Los delantales, cosidos con hojas de higuera, que se hicieron Adán y Eva representan “nuestras obras luego de pecar”. Pecamos y, al sentirnos desnudos, nos escondemos de Dios (en lugar de ir a su encuentro y confesar) e intentamos tapar nuestra desnudez haciendo cosas (obras) para El, en un intento por compensar nuestras fallas.

Pero la única manera de “compensar nuestras fallas” no es escondiéndonos de Dios y hacer cosas (obras) para El sino activando, por medio de la confesión (1 Juan, 1:9), el poder redentor (eterno) de la sangre de Cristo (Hebreos, 9:24-26, 10:10-14), derramada en la cruz una sola vez por nuestros pecados.

Por eso debemos confesar nuestros pecados, lo cual no solo demuestra que somos capaces de auto examinarnos (2 Corintios, 13:5) sino, también, de juzgar nuestros propios pecados. Si no lo hacemos, Dios tendrá que hacerlo por nosotros y disciplinarnos, para que (como escribe Pablo) “no seamos condenados junto con el mundo”:

1 Corintios, 11:31 Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; 11:32 mas siendo juzgados [por no habernos examinado], somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo.

Como está escrito:

Hebreos, 12:6 Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo. 12:7 Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? 12:8 Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos.

Absolutamente todos los cristianos verdaderos (aun los más devotos) hemos sido (y seguimos siendo) disciplinados por Dios en algún momento (Hebreos, 12:8).

Conclusión

Muchos piensan que es imposible saber si, dentro de la iglesia, alguien es salvo o no ya que, para hacer eso, es necesario “conocer el corazón” y solo Dios puede hacerlo. He escuchado esto, incluso, de boca de algunos sinceros ministros de Dios. Esto contrasta con lo que la Biblia dice y es que no es necesario “conocer el corazón” de nadie para saber si alguien es salvo o no, porque basta y sobra con observar su comportamiento, es decir, su “estilo de vida”.

Jesús dijo que conoceríamos a los demás (si serian salvos) por sus acciones (por sus frutos):

Mateo, 7:16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? 7:17 Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. 7:18 No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. 7:19 Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. 7:20 Así que, por sus frutos los conoceréis.

Y no por lo que dicen (ser cristianos):

Mateos, 7:21 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.

Como hemos visto, Juan nos dijo “estas cosas les escribo para que sepan que tienen vida eterna, es decir, para que sepan que son salvos” (1 Juan, 5:13). O sea, es totalmente posible saber si somos salvos o no y esta no es una cuestión  menor, porque una cosa es “creer” que somos salvos y otra, muy distinta, es “saber” que somos salvos.

Y, por si esto no fuera suficiente, Pablo nos dice:

Romanos, 8:16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.

Un testimonio es una afirmación de algo. El término proviene del latín testimonium y está vinculado a una demostración o evidencia de la veracidad de una cosa. Lo que Pablo está diciendo es que el Espíritu Santo (Dios mismo) confirma a nuestro espíritu de que somos salvos (hijos de Dios).

A esto se le llama “convicción de salvación”. La salvación no es una cuestión incierta, que solo será develada cuando nos toque partir de este mundo (sea por la muerte o por el rapto). Es más, si el rapto de la iglesia llega antes que la muerte, muchos se darán cuenta de que, en realidad, no eran salvos por haberse quedado en la tierra (y entonces será tarde).

Por tu parte, debes preocuparte si, desde que aceptaste a Cristo, no solo tu estilo de vida no ha cambiado en absoluto sino si, además, jamás recibiste de parte de Dios (sea por el medio que fuere) una confirmación acerca de tu salvación.

Por su parte, los ministros, además de confrontar el pecado, deben capacitar al pueblo acerca de cómo lograr la salvación e indagar si cada integrante de la congregación ha recibido la confirmación antedicha.

La Biblia explica claramente qué es lo que debe ocurrir para que seamos salvos y nos dice, además, como podemos saberlo.


DIOS LOS BENDIGA!

Marcelo D. D’Amico
Maestro de la Palabra