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Te dejo el video donde predico acerca de este tema (el contenido del video es el mismo que el expuesto mas abajo):
Introducción
Te dejo el video donde predico acerca de este tema (el contenido del video es el mismo que el expuesto mas abajo):
Introducción
Mientras
no se prediquen herejías, todas las formas de predicar merecen respeto (aunque nos
guste más una forma que otra). Algunos predicadores predican mas sobre la
desobediencia y la ira de Dios, mientras otros predican más sobre el amor y la
gracia. De esta diversidad surge un mensaje completo y eficaz. Está bien que se
predique sobre ambas cosas, mientras no se ponga un énfasis extremo en una cosa
en desmedro de la otra (lo cual, desde ya, es una herejía). Resulta igualmente
herético presentar a Dios como un Padre amoroso y perdonador de todo cuanto
hagamos, porque su gracia todo lo permite (herejía llamada “antinomianismo”) tanto
como presentarlo como un juez implacable, premiador de nuestros aciertos y
castigador de nuestros errores (herejía llamada “legalismo”).
El pecado debe ser puesto en evidencia y combatido dentro de la iglesia, pero si lo único que hacemos es esto, entonces vamos a vivir “limpiando telarañas” y jamás vamos a “cazar a la araña”. Sucede con los países que, al no apostar nunca a la educación y a la redistribución del ingreso, viven construyendo cárceles. Y, al igual que la delincuencia, el pecado es un problema pero no es causa sino consecuencia de una tragedia mayor (ya veremos cuál).
El pecado debe ser puesto en evidencia y combatido dentro de la iglesia, pero si lo único que hacemos es esto, entonces vamos a vivir “limpiando telarañas” y jamás vamos a “cazar a la araña”. Sucede con los países que, al no apostar nunca a la educación y a la redistribución del ingreso, viven construyendo cárceles. Y, al igual que la delincuencia, el pecado es un problema pero no es causa sino consecuencia de una tragedia mayor (ya veremos cuál).
Como
muchos se habrán dado cuenta, yo suelo hablar más acerca de la gracia que de la
ira de Dios. Aunque en mi blog se van a encontrar con varios estudios donde
hablo acerca de las consecuencias de desobedecer las leyes de Dios, he decidido
dar un paso más e invertir más horas en estudios y predicas donde intento
explicarle a la gente como puede ser verdaderamente salva ya que, según
entiendo, la iglesia está repleta de gente que cree que es salva pero que, en
realidad, no lo es.
El
pecado que se ve en la iglesia es la consecuencia de muchísimas vidas que, a
pesar de haber confesado a Cristo, jamás han sido transformadas. El pecado es
solo la "punta del iceberg", es decir, solo es la consecuencia de una
tragedia mayor y es la gran cantidad de gente que está metida en la iglesia y
que, en realidad, no es salva.
La verdadera tragedia
En
un estudio que hicimos hace un tiempo llamado “Dentro de la iglesia, pero no
salvos” (pincha Aqui),
identificamos cuatro categorías de “falsos cristianos”, que están metidos
dentro de la iglesia, respecto de los cuales la propia Biblia dice que no son
salvos:
[1]
los tibios (Apocalipsis, 3:15-16);
[2]
los antinomianistas (Mateo, 7:22-23);
[3]
la cizaña (Mateo, 13:24-30); y
[4]
los anticristos (1 Juan, 2:18-19);
No
vamos a hablar nuevamente sobre cada categoría. Solo diremos que, mientras los
falsos cristianos del apartado [3] y [4] directamente son siervos de satanás (“obreros
fraudulentos” según 2 Corintios, 11:13-14), los del apartado [2] creen que
pueden vivir su vida como quieren porque “Dios igualmente los usa”.
Concentrémonos, entonces, en los “cristianos nominales” (solo de nombre) del
apartado [1]: los tibios.
En
el libro de Apocalipsis podemos leer:
Apocalipsis,
3:15 Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses
frío o caliente! 3:16 Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente,
te vomitaré de mi boca.
Este
pasaje habla de las “tres temperaturas espirituales”:
[1]
frio;
[2]
caliente; y
[3]
tibio;
Los
incrédulos son los “fríos”, mientras que los creyentes llenos del Espíritu
Santo son los “calientes”. Centrémonos, entonces, en los “tibios”.
Estos
“cristianos tibios”, como hemos dicho, son “cristianos nominales”, es decir, “solo
de nombre”. Algunos de ellos saben que no son salvos, pero hay otros que
“creen” que son salvos, pero están engañados. La pregunta es ¿cómo estos falsos
cristianos, que no son salvos, están metidos dentro de la iglesia?. Para
contestar esta pregunta, es necesario que veamos cómo se logra la salvación
según la Biblia.
Somos
salvos por gracia, por medio de la fe en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4) y
no por obras (Efesios, 2:8-9, Tito, 3:5).
La
gracia es el favor inmerecido de Dios por medio del cual podemos ser salvos,
podemos obedecer (aunque no de manera perfecta) los mandamientos de Dios y
podemos llevar una vida con la santidad que Dios exige. La gracia es la
actividad unilateral llevada a cabo por Dios por medio de la cual Él está
atrayendo todo el tiempo las almas hacia sí mismo.
Siendo
la gracia la causa de la salvación, accedemos a ella por medio de la fe
(Romanos, 5:2) en el Evangelio (1 Corintios, 15:1-4). Cuando oímos el Evangelio
con fe (cuando lo creemos), junto con la salvación recibimos al Espíritu Santo
(Gálatas, 3:2), el cual no solo viene a morar (1 Corintios, 3:16, 6:19) sino
que, además, es sellado en nosotros (Efesios, 1:13-14, 4:30, 2 Corintios,
1:21-22). Una vez en nosotros, el Espíritu Santo comienza su obra, siendo una
de ellas la convicción de pecado (Juan, 16:8), lo cual significa que, cada vez
que pecamos (aun siendo salvos), el Espíritu Santo nos convencerá de que hemos
pecado y nos guiara primero al arrepentimiento y luego a la confesión (1 Juan,
1:9). Pablo dice que, aquel (el Espíritu Santo) que comenzó en nosotros la
buena obra, la perfeccionara (la hará cada vez mejor), hasta el día de
Jesucristo, es decir, hasta el día del rapto de la iglesia (Filipenses, 1:6).
Es Dios morando en nosotros el que produce dentro nuestro tanto el querer
(dejar de pecar) como el hacer (el que podamos lograrlo) por su buena voluntad
(Filipenses, 2:13).
Aquellos
cristianos que, habiendo confesado alguna vez a Cristo, continúan en un estado
de “tibieza espiritual”, el cual se manifiesta en una forma de vivir ambigua
(un pie en la iglesia y un pie en el mundo), no tienen al Espíritu Santo
morando consigo, es decir, no son salvos. El Espíritu Santo jamás comenzó en
ellos obra alguna motivo por el cual mucho menos podrá perfeccionarla
(Filipenses, 1:6). Pero, si estos cristianos confesaron a Cristo ¿qué falló?.
El
Espíritu Santo se recibe por el oír el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4) con fe:
Gálatas,
3:2 Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de
la ley, o por el oír con fe?
Es
decir, sin fe, el Espíritu Santo no puede recibirse (Juan, 14:17). Esto sucede
con una innumerable cantidad de personas que han confesado a Cristo pero lo han
hecho sin fe (sin creer) en el Evangelio (1 Corintios, 15:1-4).
Por
más gracia que haya (y vaya si la hay) sin fe LA SALVACIÓN NO SE PERFECCIONA
porque:
[1]
la fe es el “boleto de entrada” a la gracia (Romanos, 5:2), que es la causa de
la salvación (Efesios, 2:8); y
[2]
sin fe es imposible agradar a Dios (Hebreos, 11:6);
Por
más que confesemos a Cristo, si lo hacemos sin fe, LA SALVACIÓN NO ACONTECE. Un
supuesto cristiano que ha confesado a Cristo sin fe, continuará llevando un
“estilo de vida” igual de pecaminoso que un incrédulo.
¿Actos aislados o un estilo de
vida?
Pablo
escribe:
2
Corintios, 13:5 Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a
vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en
vosotros, a menos que estéis reprobados?
Para
tener la certeza y la seguridad de nuestra salvación, debemos examinarnos a la
luz de las Escrituras.
El
apóstol Juan escribe:
1
Juan, 5:13 Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre
del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en
el nombre del Hijo de Dios.
La
frase “estas cosas” se refiere a todo el libro de 1 Juan. Y si estudiamos
detenidamente esta epístola, encontraremos que la misma consiste en una serie
de pruebas, a la luz de las cuales cada creyente debe examinarse a sí mismo.
Juan nos da algunas de las características más importantes de una persona que
de verdad es cristiana. Y debemos comparar nuestra vida con lo que Juan ha
escrito acá. Puedes ver en mi blog una predica denominada “Evidencias de una
verdadera conversión” (pincha Aqui).
No obstante, si comparamos nuestra vida con las Escrituras seguramente vamos a encontrar contradicciones porque, aun los verdaderos cristianos, continúan pecando después de ser salvos (1 Juan, 1:8).
No obstante, si comparamos nuestra vida con las Escrituras seguramente vamos a encontrar contradicciones porque, aun los verdaderos cristianos, continúan pecando después de ser salvos (1 Juan, 1:8).
El
apóstol Juan escribe:
1
Juan, 1:6 Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas,
mentimos, y no practicamos la verdad;
La
palabra “andamos” (en tinieblas) utilizada por Juan en este pasaje, proviene de
la palabra griega “peripateo”, donde “pateo” significa “caminar” y “peri”
significa “por todo lugar”. El verbo también se encuentra en el tiempo
presente, lo cual implica continuación, con lo cual Juan se está refiriendo a
una “forma de andar continua”. Lo que Juan está enseñando es lo siguiente: si
decimos que somos creyentes pero vivimos con un “estilo de vida” que contradice
lo que Dios nos ha revelado en su ley, mentimos cuando decimos que somos
creyentes.
Un
cristiano verdadero, como hemos dicho, continúa pecando aun después de ser
salvo:
1
Juan, 1:8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y
la verdad no está en nosotros. 1:9 Si confesamos nuestros pecados, él es
fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda
maldad. 1:10 Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y
su palabra no está en nosotros;
Si
no reconocemos que tenemos pecado, no somos creyentes dice Juan. El creyente
verdadero va a vivir un “estilo de vida” (1 Juan, 1:6) que, poco a poco, se
conforma más y más a lo que Dios nos ha revelado acerca de sí mismo y acerca de
su voluntad. Pero el creyente verdadero va a reconocer el pecado en su vida (1
Juan, 1:8). Él va a vivir una vida de arrepentimiento y él va a practicar la
“confesión” (1 Juan, 1:9).
Un
creyente es una persona quebrantada, que siempre está reconociendo sus fallas,
arrepintiéndose de sus fallas y confesando sus fallas a Dios y aun a los hermanos.
Es una persona que puede discernir cuando peca.
Un
cristiano no es perfecto. Un cristiano va a luchar con el pecado toda su vida.
Un cristiano puede caer en el pecado. Pero un cristiano no puede vivir
constantemente, años tras año, practicando el pecado, con un “estilo de vida”
similar al de un mundano, sin disciplina o sin quebrantamiento. El cristiano
verdadero, cuando peca, Dios (su Padre) le va a hablar.
Muchas
personas creen que la confesión es simplemente decir “Dios, perdóname, porque he
pecado”. Eso no es confesión.
La
palabra “confesión” proviene de la palabra griega “homologeo”, compuesta por
dos raíces: “homo” (que significa “lo mismo”) y “logeo” (que significa
“hablar”). O sea que la palabra “confesión” significa “hablar lo mismo”. ¿Hablar
lo mismo que quien?. Hablar lo mismo que Dios. Solo cuando somos capaces de
“hablar lo mismo” que Dios hablaría sobre nosotros, estamos confesando, lo cual
implica la difícil tarea de vernos como Dios nos ve (para bien y para mal).
La
confesión solo tiene lugar cuando oramos de la siguiente forma: Señor, perdona
porque la semana pasada he murmurado contra tal persona, porque este mes no he
diezmado lo que corresponde o porque ayer por la noche mire pornografía en
internet (evitando toda otra oración vaga y general).
El cristiano verdadero y su
pecado
La
diferencia entre un cristiano verdadero y uno falso (asimilable a un incrédulo)
no es el pecado en el sentido de que, mientras un cristiano falso peca, uno verdadero
ha dejado de hacerlo, por lo menos desde su conversión.
Por
eso Pablo escribe en:
Romanos,
3:22 Porque no hay diferencia, 3:23 por cuanto todos
pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.
La
diferencia entre un cristiano verdadero y uno falso (asimilable a un incrédulo)
radica en lo siguiente:
[+]
mientras un cristiano falso peca y “continúa su vida como si nada” porque, al
no tener al Espíritu Santo morando consigo (Juan, 14:17), no tiene convicción
de pecado (Juan, 16:8);
[+]
un cristiano verdadero peca pero, en lugar de “continuar su vida como si nada”,
al tener al Espíritu Santo morando consigo (Juan, 14:17, 1 Corintios, 3:16,
6:19) y tener, por ende, convicción de pecado (Juan, 16:8), confiesa (1 Juan,
1:9) y restaura, de esta manera, la comunión perdida con Dios a causa del
pecado.
Ahora
bien, un cristiano verdadero que peca ¿responde por su pecado?. Si no lo
confiesa, desde ya que si y esto lo confirma Pablo en:
Gálatas,
6:7 No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre
sembrare, eso también segará.
El
mundo conoce esta ley espiritual (que, en realidad, es bíblica) como la “ley
del karma” (todo vuelve). Un cristiano verdadero, aunque sea salvo, cosechara
(segara) lo que siembre, porque, como dice Pablo “Dios no puede ser burlado” (ni
siquiera por uno de sus hijos).
Satanás
es nuestro acusador delante de Dios (Apocalipsis, 12:10). Cada vez que pecamos,
él se presenta delante de Dios exigiendo nuestro castigo. Y acá pueden pasar
una de dos cosas:
[1]
o confesamos nuestros pecados, en cuyo caso la acusación de satanás se
desmorona; o
[2]
decidimos escondernos de Dios e intentar compensar nuestras fallas haciendo
cosas (obras) para El, en cuyo caso la acusación de satanás queda firme y Dios
debe disciplinarnos para enderezar lo torcido (el pecado) en nuestras vidas;
El
problema con los cristianos verdaderos es que nuestro primer impulso luego de
pecar no es confesar a Dios nuestros pecados (1 Juan, 1:9) sino escondernos de El
e intentar compensar nuestras fallas “haciendo cosas (obras) para Dios”. No
debe extrañarnos, sin embargo, que nuestro primer impulso sea este, ya que esto
fue lo que hicieron precisamente nuestros primeros padres luego de sucumbir al
engaño del enemigo:
Génesis,
3:7 Entonces fueron abiertos los ojos de ambos [Adán y Eva], y conocieron que
estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron
delantales. 3:8 Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el
huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia
de Jehová Dios entre los árboles del huerto. 3:9 Mas Jehová Dios llamó al
hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? 3:10 Y él respondió: Oí tu voz en el
huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.
Los
delantales, cosidos con hojas de higuera, que se hicieron Adán y Eva representan
“nuestras obras luego de pecar”. Pecamos y, al sentirnos desnudos, nos
escondemos de Dios (en lugar de ir a su encuentro y confesar) e intentamos
tapar nuestra desnudez haciendo cosas (obras) para El, en un intento por
compensar nuestras fallas.
Pero
la única manera de “compensar nuestras fallas” no es escondiéndonos de Dios y
hacer cosas (obras) para El sino activando, por medio de la confesión (1 Juan,
1:9), el poder redentor (eterno) de la sangre de Cristo (Hebreos, 9:24-26, 10:10-14),
derramada en la cruz una sola vez por nuestros pecados.
Por
eso debemos confesar nuestros pecados, lo cual no solo demuestra que somos
capaces de auto examinarnos (2 Corintios, 13:5) sino, también, de juzgar
nuestros propios pecados. Si no lo hacemos, Dios tendrá que hacerlo por
nosotros y disciplinarnos, para que (como escribe Pablo) “no seamos condenados
junto con el mundo”:
1
Corintios, 11:31 Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos
juzgados; 11:32 mas siendo juzgados [por no habernos examinado], somos
castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo.
Como
está escrito:
Hebreos,
12:6 Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe
por hijo. 12:7 Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque
¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? 12:8 Pero si se os deja
sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois
bastardos, y no hijos.
Absolutamente
todos los cristianos verdaderos (aun los más devotos) hemos sido (y seguimos
siendo) disciplinados por Dios en algún momento (Hebreos, 12:8).
Conclusión
Muchos
piensan que es imposible saber si, dentro de la iglesia, alguien es salvo o no ya
que, para hacer eso, es necesario “conocer el corazón” y solo Dios puede
hacerlo. He escuchado esto, incluso, de boca de algunos sinceros ministros de
Dios. Esto contrasta con lo que la Biblia dice y es que no es necesario
“conocer el corazón” de nadie para saber si alguien es salvo o no, porque basta
y sobra con observar su comportamiento, es decir, su “estilo de vida”.
Jesús
dijo que conoceríamos a los demás (si serian salvos) por sus acciones (por sus
frutos):
Mateo,
7:16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos,
o higos de los abrojos? 7:17 Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero
el árbol malo da frutos malos. 7:18 No puede el buen árbol dar malos
frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. 7:19 Todo árbol que no da buen
fruto, es cortado y echado en el fuego. 7:20 Así que, por sus frutos los
conoceréis.
Y
no por lo que dicen (ser cristianos):
Mateos,
7:21 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los
cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
Como
hemos visto, Juan nos dijo “estas cosas les escribo para que sepan que tienen
vida eterna, es decir, para que sepan que son salvos” (1 Juan, 5:13). O sea, es
totalmente posible saber si somos salvos o no y esta no es una cuestión menor, porque una cosa es “creer” que somos
salvos y otra, muy distinta, es “saber” que somos salvos.
Y,
por si esto no fuera suficiente, Pablo nos dice:
Romanos,
8:16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de
Dios.
Un testimonio es
una afirmación de algo. El término proviene del latín testimonium y está
vinculado a una demostración o evidencia de la veracidad de una cosa. Lo que
Pablo está diciendo es que el Espíritu Santo (Dios mismo) confirma a nuestro
espíritu de que somos salvos (hijos de Dios).
A
esto se le llama “convicción de salvación”. La salvación no es una cuestión
incierta, que solo será develada cuando nos toque partir de este mundo (sea por
la muerte o por el rapto). Es más, si el rapto de la iglesia llega antes que la
muerte, muchos se darán cuenta de que, en realidad, no eran salvos por haberse
quedado en la tierra (y entonces será tarde).
Por
tu parte, debes preocuparte si, desde que aceptaste a Cristo, no solo tu estilo
de vida no ha cambiado en absoluto sino si, además, jamás recibiste de parte de
Dios (sea por el medio que fuere) una confirmación acerca de tu salvación.
Por
su parte, los ministros, además de confrontar el pecado, deben capacitar al
pueblo acerca de cómo lograr la salvación e indagar si cada integrante de la
congregación ha recibido la confirmación antedicha.
La
Biblia explica claramente qué es lo que debe ocurrir para que seamos salvos y
nos dice, además, como podemos saberlo.
DIOS
LOS BENDIGA!
Marcelo
D. D’Amico
Maestro
de la Palabra