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Introducción
Supón que estas en un
hospital, al lado de la cama de un moribundo (el escenario no es descabellado ya
que muchos cristianos, de hecho, van a evangelizar a los hospitales).
Te enteras, por boca del propio
moribundo, de que no es salvo. Es más, el moribundo te confiesa su deseo de ser
salvo y te pregunta que tiene que hacer para conseguirlo.
¿Qué le dirías?.
Si yo te pidiera que
escogieras tres versículos de la Biblia, de tres libros distintos en el NT,
donde se nos habla acerca de la salvación ¿qué pasajes escogerías?.
No hay tiempo para bautizar al
moribundo, ni para que, una vez convertido, se congregue, tome la Santa Cena,
salga a evangelizar o haga alguna obra para el reino. No hay tiempo de estudiar
las grandes doctrinas de la Biblia, ni de explicar lo que es el
“dispensacionalismo” o el “calvinismo”. Se muere.
¿Se entiende el punto?.
Yo he pensado en lo siguiente.
Respecto de la SALVACION, deberíamos
hablar acerca de tres cosas:
[1]
el QUE;
[2]
el COMO; y
[3]
el POR QUE;
HABLEMOS DEL “QUE”
El
apóstol Pablo nos dice en QUE consiste el Evangelio de la salvación:
1
Corintios, 15:3 Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que
Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 15:4 y que fue
sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;
Y
esto es lo que hay que predicar:
Que
Jesús murió en la cruz por nuestros pecados, que fue sepultado y que resucito
al tercer día, todo conforme a las Escrituras.
HABLEMOS DEL “COMO”
Es
también el apóstol Pablo el que nos dice COMO ser salvos:
Romanos,
10:9 que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu
corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10:10 Porque con
el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para
salvación.
Pablo
establece lo que podríamos denominar los “requisitos de la salvación” y son
dos:
[1]
debemos confesar (con la boca) que Jesús es el Señor, es decir, que Jesús es Dios;
y
[2]
debemos creer (en el corazón) que Dios (su Padre) lo levanto de entre los muertos, es
decir, que Jesús resucito de los muertos;
HABLEMOS
DEL “POR QUE”
Nuevamente es el apóstol Pablo
el que nos instruye acerca de la causa por la que somos salvos:
Efesios, 2:8 Porque por gracia
sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de
Dios; 2:9 no por obras, para que nadie se gloríe.
Pablo dice que somos salvos
“por” gracia (la causa de la salvación), por “medio” de la fe (el medio). Luego
dice que la salvación es un don (regalo) de Dios y que “no es por obras” (por
cosas que hagamos), para que nadie se gloríe (para que nadie se jacte de
haberse salvado por sus propios medios).
Romanos, 5:1 Justificados,
pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo; 5:2 por quien también tenemos entrada por la fe a esta
gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la
gloria de Dios.
Para
Pablo, la fe es el “boleto de entrada” a la gracia (la causa de la salvación).
Palabras finales
Elegí
tres pasajes, de tres libros distintos del NT, donde se nos habla acerca de la
salvación:
[1]
1 Corintios, 15:3-4 (el que);
[2]
Romanos, 10:9-10 (el cómo); y
[3]
Efesios, 2:8-9 (el por qué);
Nada más deberíamos predicarle
a nuestro hipotético moribundo.
Está muy bien bautizarse,
tomar la Santa Cena, congregarse, salir a evangelizar, estudiar las Escrituras
y demás, pero, por lo general, es en una situación extrema donde casi siempre
se nos revela lo medular de un asunto.
Puedes bajar este post como archivo de Word pinchando Aqui o como archivo de Powerpoint pinchando Aqui Te dejo el video donde predico acerca de este tema (el contenido es el mismo que el expuesto mas abajo):
La
Biblia misma dice que continuamos pecando, luego de ser salvos: 1
Juan, 1:8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y
la verdad no está en nosotros.
El
apóstol Juan dice “si decimos”, es decir, se incluye, con lo cual está hablando
de la iglesia (de gente salva). Según la Biblia, entonces, si alguien, luego de
ser salvo, afirma que ya no peca, es un mentiroso (si la verdad no está en él,
lo que está en él es la mentira).
No
obstante, luego de reconocer esto, el apóstol Juan habla también de la
solución:
1
Juan, 1:9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo
para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.
La
palabra clave aquí es “confesión”, la cual proviene, a su vez, de la palabra
griega “homologeo”, compuesta por dos raíces: “homo” (que significa “lo mismo”)
y “logeo” (que significa “hablar”). O sea que la palabra “confesión” significa
“hablar lo mismo”. ¿Hablar lo mismo que quien?. Hablar lo mismo que Dios. Solo
cuando somos capaces de “hablar lo mismo” que Dios hablaría sobre nosotros,
estamos confesando, lo cual implica la difícil tarea de vernos como Dios nos ve
(para bien y para mal).
La
confesión solo tiene lugar cuando oramos de la siguiente forma: Señor, perdona
porque la semana pasada he murmurado contra tal persona, porque este mes no he
diezmado lo que corresponde o porque ayer por la noche mire pornografía en
internet (evitando toda otra oración vaga y general).
La
confesión es la solución a cuando volvemos a pecar, luego de ser salvos. Es la
manera de restaurar la comunión con Dios.
La
sangre de Cristo fue derramada una sola vez y su poder redentor es eterno:
Hebreos,
9:24 Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del
verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante
Dios; 9:25 y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote
en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. 9:26 De otra manera le
hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero
ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el
sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado.
Hebreos,
10:14 porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los
santificados.
Confesando
cada vez que cometemos un pecado, su sangre nos vuelve a limpiar.
Antes
de seguir, debemos aclarar lo siguiente:
No
estamos diciendo que la Biblia avala o justifica el pecado, ni estamos
incentivando a usar 1 Juan, 1:8-9 como una “licencia para pecar” una y otra
vez: pecamos, confesamos y nos limpiamos, para volver a pecar nuevamente y,
así, recomenzar el círculo. Lo único que cabe esperar de quienes piensan de
esta manera (y lo llevan a la práctica) es que no son salvos.
La
misma Biblia se anticipa a esta situación cuando dice:
Proverbios,
28:13 El que encubre sus pecados no prosperará; Más el que los confiesa
y se aparta alcanzará misericordia.
No
alcanza con confesar. Tiene que haber un arrepentimiento genuino, el cual se
traduce en una lucha contra el pecado para, por lo menos, reducirlo a la mínima
expresión posible (en unas líneas más veremos por qué no es posible reducir el
pecado a cero).
Para
los que si somos salvos, en cambio, el que un pasaje como 1 Juan, 1:8-9 forme
parte de la Biblia resulta un verdadero alivio y nos habla de cuan sabio es
Dios. Lo que estamos intentando decir es que la confesión es una herramienta
diseñada por Dios para que, después que hemos sido salvos, podamos restaurar la
comunión con El, perdida a causa del pecado, cada vez que nos equivocamos.
Cuando,
siendo salvos, cometemos un pecado, llegamos a sentirnos verdaderamente mal: es
el Espíritu Santo, obrando en nosotros (a través de la convicción de pecado)
mostrándonos que nos hemos equivocado.
La
diferencia entre un cristiano y un incrédulo no es el pecado, en el sentido de
que, mientras un inconverso peca, el cristiano ha dejado de hacerlo, por lo
menos desde su conversión.
Por
eso Pablo escribe en:
Romanos,
3:22 Porque no hay diferencia, 3:23 por cuanto todos pecaron, y
están destituidos de la gloria de Dios.
Y
esta es la idea que el mundo tiene sobre la iglesia (tal vez alimentada, por la
misma iglesia): que un cristiano no peca. Por eso, cuando los mundanos ven a un
cristiano caído en pecado, se mofan y lo tildan de hipócrita. Tal vez esta sea
una de las consecuencias de haber predicado durante tanto tiempo un evangelio
de condenación, en vez de predicar un evangelio de gracia (quien sabe).
La
diferencia entre un cristiano y un incrédulo radica en lo siguiente:
[+] mientras
un incrédulo peca y “continúa su vida como si nada” porque, al no tener al
Espíritu Santo morando consigo, no tiene convicción de pecado;
[+] un
cristiano peca pero, en lugar de “continuar su vida como si nada”, al tener al
Espíritu Santo morando consigo y tener, por ende, convicción de pecado,
confiesa y restaura, de esta manera, la comunión perdida con Dios, a causa del
pecado.
Cuando
pecamos, siendo salvos, nos sentimos los más miserables del mundo y es cuando
tenemos la tendencia a pensar que el Señor nos ha desechado para siempre y ya no
podrá seguir usándonos (el primer interesado en instalar esta idea en nosotros
es el mismísimo satanás).
Pero
el Señor no quiere que nos quedemos en ese estado de tristeza y desolación. Por
eso el Señor, sabiendo de antemano que, aun después de haberlo aceptado como
Señor y Salvador, continuaríamos equivocándonos, previó la solución en 1 Juan,
1:8-9.
El
Señor no dejo ningún cabo suelto. Su obra en la cruz fue perfecta y completa. El
Señor no murió en la cruz, de la peor muerte jamás ideada por el hombre, para
volvernos a condenar luego ante el primer tropiezo.
Pero
¿por qué seguimos pecando, aun después de ser salvos?.
Un
síntoma de que somos verdaderamente salvos es que, luego de nuestra conversión,
pecamos mucho menos que cuando estábamos en el mundo. La conversión cristiana
no es una foto, sino una película, es decir, no es un shock sino un proceso. Poco
a poco, vamos abandonando nuestro viejo estilo de vida y comenzamos a vivir una
vida diferente.
La
confusión radica en que muchos malinterpretan el siguiente pasaje:
2
Corintios, 5:17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es;
las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.
La
clave está en entender qué es la “nueva criatura”.
La
Biblia dice que somos seres tripartitos:
1
Tesalonicenses, 5:23 Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo
vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la
venida de nuestro Señor Jesucristo.
Cuando
aceptamos a Cristo, en el mundo espiritual sucede lo siguiente:
Colosenses,
2:11 En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al
echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo;
Mientras
no aceptamos a Cristo, nuestro espíritu está muerto, aunque nuestra alma (la mente)
y nuestro cuerpo (la carne) están obviamente “vivos”. Mientras no somos salvos,
hay una “alianza” entre el alma (la mente) y el cuerpo (la carne), que es
contra el espíritu (que está muerto).
Cuando
aceptamos a Cristo, el Espíritu Santo viene a morar en nuestro espíritu,
resucitándolo. Surge, entonces, una nueva alianza entre nuestro espíritu (donde
ahora mora el Espíritu Santo) y nuestra alma (la mente), mientras el cuerpo (la
carne) es echado fuera en lo que Pablo denomina la “circuncisión de Cristo”
(Colosenses, 2:11). Esta nueva “alianza” entre el espíritu (resucitado) y el
alma (la mente), ahora es contra el cuerpo (la carne).
Y
ahora en inglés:
No
obstante, en esta “circuncisión de Cristo”, el cuerpo es “echado fuera” pero no
es restaurado. La “nueva criatura” de la que habla 2 Corintios, 5:17, está
formada por el espíritu (resucitado) y el alma (la mente), pero no incluye al
cuerpo (la carne), el cual recién será glorificado en el rapto o arrebatamiento
de la iglesia (1 Corintios, 15:51-56). Esto quiere decir que nuestra redención,
aun siendo salvos, todavía no está completa, la cual solo se completará en el
rapto.
Mientras
tanto, la “guerra contra la carne” continua y es por eso que seguimos pecando
(aunque menos) después de ser salvos. Y el campo de batalla es la mente:
Y
ahora en inglés:
Otra
confirmación, además de 1 Corintios, 15:51-56, de que “la nueva criatura” de 2
Corintios, 5:17 no incluye nuestro cuerpo, es lo que dice el apóstol Juan en 1
Juan.
Por
un lado, el apóstol Juan dice que, luego de ser salvos, continuamos pecando:
1
Juan, 1:8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros
mismos, y la verdad no está en nosotros.
Por
el otro, el apóstol Juan afirma que, si somos nacidos de Dios, no pecamos:
1
Juan, 3:9 Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado,
porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es
nacido de Dios.
¿En qué
quedamos?. ¿Pecamos o no pecamos luego de que hemos sido salvos?.
No
se pierdan este detalle: mientras en 1 Juan, 1:8 el apóstol Juan se refiere al
cuerpo, que “sigue pecando”, en 1 Juan, 3:9 se refiere al espíritu y el alma
(la nueva criatura), que es lo que es “nacido de Dios y no puede pecar”.
Una
señal de alarma de que la salvación no ha acontecido en nuestra vida es, por un
lado, haber confesado a Cristo y, por el otro, seguir viviendo indefinidamente
como vivíamos en el mundo. Debemos dudar de haber alcanzado la salvación si,
habiendo confesado a Cristo, la forma en que vivimos no se diferencia en nada
de la forma en que vive un mundano.
Por
eso Pablo escribe:
2
Corintios, 13:5 Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a
vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en
vosotros, a menos que estéis reprobados?.
La
Biblia dice que Dios ha de confirmarnos que somos salvos:
Romanos,
8:16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de
Dios.
Tarde
o temprano y por diferentes medios (pastores, profetas, ministros), Dios ha de
confirmarnos que somos verdaderamente salvos. Una cosa es “creer” que somos
salvos y otra, muy distinta, es “saber” que somos salvos.
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Te dejo el video donde predico acerca de este tema (el contenido del video es el mismo que el expuesto mas abajo):
Nota: algunos comentarios vertidos en el presente
estudio pertenecen a Jack Kelley, reconocido ensayista bíblico norteamericano,
lamentablemente fallecido en el otoño americano de 2015.
En la Epístola a los Hebreos, podemos leer dos
pasajes inquietantes: Hebreos,
6:4 Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del
don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, 6:5 y
asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo
venidero, 6:6 y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento,
crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a
vituperio.
Hebreos, 10:26 Porque si pecáremos voluntariamente
después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio
por los pecados, 10:27 sino una horrenda expectación de juicio, y de
hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios.10:28 El que viola la ley
de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente.
10:29 ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de
Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e
hiciere afrenta al Espíritu de gracia?
Estos pasajes parecieran decirnos que:
[+] si recaemos, luego de ser salvos, perderemos
nuestra salvación sin ninguna posibilidad de recuperarla;
[+] una persona que ha aceptado el Evangelio y ha
recibido el Espíritu Santo, no solamente puede recaer sino que, al hacerlo,
cualquier retorno a la fe es imposible;
[+] si en algún momento pecamos después de que hemos
sido salvos, estaremos perdidos para siempre, sin ninguna esperanza de volver
las cosas atrás, porque el Señor tendría que volver a ser crucificado
nuevamente para rescatarnos; y
[+] volver a pecar luego de ser salvos es pisotear al
Hijo de Dios, tener por inmunda su sangre y afrentar al Espíritu Santo;
Para muchos estos pasajes de Hebreos hablan:
[1] de la perdida irreversible de la salvación si,
luego de ser salvos, volvemos a pecar; y
[2] de la apostasía personal (el abandono de la fe),
sin ninguna posibilidad de retorno a la fe;
A continuación vamos a demostrar que esta
interpretación es equivocada y que, en realidad, Hebreos, 6:4-6 y Hebreos,
10-26-29 están hablando de otra cosa.
La hermenéutica
La hermenéutica puede ser definida como el conjunto
de principios que, al aplicarlos adecuadamente, nos ayudan a interpretar
correctamente las Escrituras. Dicho de otro modo: si, para sostener una
doctrina, violamos uno o más principios hermenéuticos, entonces la doctrina que
sustentamos está basada en una interpretación incorrecta de la Biblia.
La
principal regla de la hermenéutica es la de la “interpretación literal”, según
la cual la Biblia quiere decir
exactamente lo que está escrito en ella, a menos que cuestiones históricas,
gramaticales, contextuales, simbólicas o de otra índole, indiquen que deba
suspenderse el principio de interpretación literal y deba recurrirse a algún
otro principio de interpretación.
[+]
cuestiones históricas: cada pasaje se encuentra rodeado de los pensamientos,
actitudes y sentimientos prevalecientes al momento en que se escribió;
[+]
cuestiones gramaticales: significa que a las palabras se les ha dado un
significado consistente con el conocimiento común del lenguaje original en el
que fueron escritas;
[+]
cuestiones contextuales: implica el tomar siempre en consideración el contexto
que rodea un versículo o un libro de la Biblia, cuando se trata de determinar
su significado;
[+]
cuestiones simbólicas: los ejemplos de pasajes que no son susceptibles de ser
tomados de un modo literal son las parábolas, los sueños y las visiones, los
cuales han de ser entendidos, siempre, de manera simbólica;
[+]
cuestiones de otra índole: todo indicio que sugiera que debe suspenderse el
principio de interpretación literal y aplicar algún otro criterio especifico;
Otros
principios:
[+]
la consistencia o coherencia interna de las Escrituras: siendo la Biblia la
Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu Santo, es imposible que se
contradiga a sí misma, de modo que, cuando nos topamos con dos o más pasajes
sobre un mismo tópico que, aparentemente, resultan contradictorios, tenemos que
descartar cualquier posibilidad de contradicción y aceptar, en cambio, que no
estamos interpretando correctamente alguno de esos pasajes;
[+]
la primera mención: la primera vez que un concepto es mencionado en las
Escrituras termina transformándose en un principio rector a la hora de
interpretar posteriores alusiones al mismo;
[+]
deben utilizarse siempre los pasajes más claros sobre un tópico para
interpretar los que resulten menos claros (y nunca al revés): algunos pasajes
de las Escrituras sobre un tema en particular son menos claros o contundentes
que otros, motivo por el cual, los que resultan menos claros deben ser interpretados
siempre a la luz o bajo la guía de los que resulten más claros;
Existen
algunas otras reglas y principios para aplicar a la interpretación de la
Palabra de Dios, pero si se aplican estos que hemos mencionado, tendremos una
buena oportunidad de evitar los errores y malas interpretaciones que parecen
ser comunes en estos días.
Sin
perjuicio de los otros que hemos mencionado, el principio hermenéutico cuya no
aplicación o aplicación inadecuada ocasiona más malas interpretaciones de las
Escrituras es el “principio de interpretación contextual”, es decir, cuando se “sacan
de contexto” (sea a propósito o por descuido) uno o más pasajes (y a veces
hasta un libro entero) de la Biblia.
El contexto de la Epístola a
los Hebreos
Antes
de analizar los pasajes de Hebreos, 6:4-6 y Hebreos, 10:26-29 que hemos visto, debemos
analizar el contexto general en el cual fue escrita esta epístola.
En
la iglesia primitiva había judíos y gentiles, que tenían en común el haber
aceptado a Cristo como Señor y Salvador. La iglesia nació con los judíos: Jesús
era judío, los doce apóstoles eran judíos y los primeros convertidos también lo
eran. Luego, por medio de Pablo, el Evangelio se esparció también entre los
gentiles (no judíos).
La
Iglesia fue y es una “nueva raza humana”, que sale de entre judíos y gentiles:
Efesios,
2:15 aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos
expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo
hombre, haciendo la paz, 2:16 y mediante la cruz reconciliar con Dios a
ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades.
Sabemos
que los judíos y los gentiles que formaban parte de la iglesia primitiva compartían
el haber aceptado a Jesucristo como Señor y Salvador, pero ¿qué los
diferenciaba?.
Los
gentiles cristianos, antes de aceptar a Cristo, andaban como parias “sin
esperanza y sin Dios en el mundo”:
Efesios,
2:11 Por tanto, acordaos de que en otros tiempos vosotros, los gentiles
en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada
circuncisión hecha con mano en la carne. 2:12 En aquel tiempo estabais sin
Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la
promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.
Los
judíos cristianos, en cambio, antes de aceptar a Cristo, contaban con toda una
tradición de la que carecían los gentiles:
Romanos,
3:1 ¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿o de que aprovecha la
circuncisión?. 3:2 Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les
ha sido confiada la palabra de Dios.
Romanos,
9:4 que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la
promulgación de la ley, el culto y las promesas; 9:5 de quienes son los
patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre
todas las cosas, bendito por los siglos. Amén.
Lo
que está diciendo Pablo es que, mientras los gentiles, antes de aceptar a
Cristo, eran parias espirituales que deambulaban “sin esperanza y sin Dios en
el mundo”, los judíos fueron el pueblo:
[+] al que le fue confiada (revelada) la Palabra;
[+] adoptado por Dios;
[+] que vio la gloria de Dios (fueron testigos de
varios milagros, entre otros, el de la apertura del Mar Rojo);
[+] con el que Dios hizo un pacto;
[+] que recibió la Ley y la forma de adorar a Dios
(el culto);
[+] que recibió las promesas;
[+] de donde salieron los patriarcas (Abraham,
Isaac, Jacob y Jose); y
[+] donde nacio Jesucristo;
Muchos piensan que la Epístola a los Hebreos fue
escrita por el apóstol Pablo (el estilo literario es similar, con un gran
manejo del lenguaje y con un profundo conocimiento de la Ley de Moisés, tantas
veces referida en la Epístola) mientras otros piensan que no (la Epístola no
está firmada por nadie, siendo que Pablo firmó todas sus Epístolas),
atribuyéndole la autoría a Apolos (un discípulo de Pablo).
Sea quien fuere que haya sido su autor, en lo que si
existe consenso es en que la Epístola a los Hebreos fue escrita para demostrar
la obsolescencia del Antiguo Pacto ahora reemplazado por el Nuevo Pacto,
establecido a partir de la muerte expiatoria de Cristo en la cruz.
¿En
qué consistía el Antiguo Pacto?.
El
pecado siempre se levantó como una barrera o un muro entre Dios y los hombres.
Como Dios no puede morar en presencia del pecado, siempre fue necesario expiar
(quitar de en medio) el pecado por medio de la sangre.
A lo
largo de toda la historia de la redención, la sangre siempre fue necesaria para
expiar el pecado:
Hebreos,
9:22 Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento
de sangre no se hace remisión.
En
el sistema levítico de sacrificios inserto en la Ley de Moisés, a través de la
sangre de animales. En el nuevo pacto, a través de la sangre de Cristo
derramada en la cruz.
¿Cuál
es la diferencia entre el Antiguo Pacto y el Nuevo Pacto?.
En
el Antiguo Pacto, la que se derramaba era la sangre de animales, una y otra
vez. En el Nuevo Pacto, la que se derramo fue la sangre de Cristo, una sola
vez.
Como
está escrito:
Hebreos,
10:14 porque con una sola ofrenda hizo [Cristo] perfectos para siempre a los
santificados.
Hebreos,
9:24 Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del
verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante
Dios; 9:25 y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo
sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena [de
animales]. 9:26 De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas
veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los
siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para
quitar de en medio el pecado.
Cuando
decimos que el Antiguo Pacto quedo obsoleto (que no se usa en la actualidad,
que ha quedado claramente anticuado), lo que estamos queriendo decir es que lo
que quedo obsoleto es el sistema levítico de sacrificios de animales inserto en
la ley de Moisés y no la propia ley de Moisés o los libros del Antiguo
Testamento (AT), todo lo cual es Palabra de Dios, que jamás quedara obsoleta.
¿A quién se le puede ocurrir que los diez mandamientos, insertos en Éxodo, 20
ya no están vigentes?. No mataras, no robaras, no adoraras a dioses ajenos, no
cometerás adulterio ¿quedo, acaso, todo esto sin vigencia?. Claro que no.
Al respecto, Jesús dijo:
Lucas, 16:17 Pero más fácil es que pasen el
cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley.
Y luego agregó:
Mateo, 5:18 Porque de cierto os digo que hasta
que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley,
hasta que todo se haya cumplido.
Pero el cielo y la tierra todavía “no han pasado”.
Esto está todavía en el futuro y es mencionado en el libro de Apocalipsis:
Apocalipsis, 21:1 Vi un cielo nuevo y una tierra
nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no
existía más.
Y esto que ve Juan (un cielo nuevo y una tierra
nueva) ocurre al finalizar el reinado milenial (de 1000 años) de Cristo, es
decir, 1000 años después del retorno de Cristo a la tierra. Fíjense ustedes
cuanto tiempo todavía seguirá vigente la Ley de Moisés.
La
diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Pacto, está perfectamente explicitada en
los siguientes pasajes:
Hebreos,
10:1 Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen
misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen
continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. 10:2 De otra
manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una
vez, no tendrían ya más conciencia de pecado. 10:3 Pero en estos
sacrificios cada año se hace memoria de los pecados; 10:4 porque la sangre
de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.
Antes
de seguir, debemos aclarar que la palabra “expiar” tiene connotaciones
distintas en el Antiguo Pacto y en el Nuevo Pacto. En el Antiguo Pacto
significaba “cubrir”, en tanto que, en el Nuevo Pacto, significa “quitar de en
medio”. Esta diferencia se debe a que, mientras la sangre de los animales,
derramada una y otra vez, no podían quitar el pecado sino, tan solo, cubrirlo
(Hebreos, 10:4), la sangre de Cristo, derramada una sola vez, si lo quita
definitivamente (Hebreos, 9:26). Demás
está decir que, una vez derramada la sangre de Cristo en la cruz, era casi
blasfematorio que un judío cristiano volviera a confiar en la sangre de los
animales para expiar el pecado.
Pregunta:
¿a quienes era necesario convencer de que el Antiguo Pacto había quedado
obsoleto y de que había sido reemplazado por un Nuevo Pacto?.
Claramente
a los judíos, que tenían la tradición del Antiguo Pacto y no a los gentiles que
no solo no tenían la menor idea de la tradición judía sino que, como lo marco
el apóstol Pablo, andaban como parias “sin Dios y sin esperanza en el mundo”.
Ahora
ya tenemos el “contexto” de la Epístola a los Hebreos dado por el “para
que” (el propósito) y el “para quien” (el destinatario):
[+]
el “para que”: para demostrar que el Antiguo Pacto quedo obsoleto y que fue
reemplazado por el Nuevo Pacto a partir de la muerte expiatoria de Jesús en la
cruz; y
[+]
el “para quien”: para los judíos que se habían convertido al cristianismo (no
para los gentiles);
La
Epístola a los Hebreos fue escrita para los judíos que se habían convertido al
cristianismo, los cuales habían recibido el Evangelio pero estaban siendo
influenciados (contaminados) por “falsos maestros judaizantes” para que no
dejaran de practicar los rituales del templo del judaísmo ortodoxo. Estos
falsos maestros judaizantes estaban tratando de combinar la práctica del
sistema levítico de sacrificios en el templo con el Evangelio (las Buenas
Nuevas). A los nuevos creyentes gentiles les decían que, antes de convertirse
al cristianismo, debían someterse al ritualismo judío (guardar la Ley de Moisés
y circuncidarse) y a los nuevos creyentes judíos les decían que podían abrazar
el cristianismo siempre que se mantuvieran dentro del judaísmo.
En
el Libro de los Hechos de los Apóstoles (escrito por Lucas, como complemento de
su Evangelio) podemos ver en acción a estos falsos maestros judaizantes:
Hechos,
15:5 Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron
diciendo: Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de
Moisés.
Algunos
fariseos, contemporáneos a Pablo, si bien habían abrazado el cristianismo
(habían creído en Jesús), sostenían que, al mismo tiempo, había que
circuncidarse y guardar la ley de Moisés.
La
refutación del Espíritu Santo para esta falsa doctrina judaizante, se encuentra:
[+] para
los gentiles, en Hechos, 15 (cuando se celebró el “Concilio de
Jerusalén”, donde se llegó a la conclusión - basada en los discursos de Pedro,
primero y de Santiago, luego - de que no era necesario seguir abrazando la ley
del Moisés, ni circuncidarse para lograr la salvación); y
[+] para
los judíos, en la Epístola a los Hebreos;
Algunos
de estos falsos maestros, incluso, ya se habían infiltrado en la iglesia de
Galacia. Por esto Pablo escribe la Epístola a los Gálatas, para combatir este problema:
Gálatas,
5:1 Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no
estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud. 5:2 He aquí, yo Pablo os
digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo. 5:3 Y otra vez
testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a guardar toda la
ley. 5:4 De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la
gracia habéis caído.
La
ley de Moisés y la circuncisión, en términos espirituales, representaban las
obras y el esfuerzo humano para lograr la salvación, en clara contraposición al
concepto de “gracia + fe” predicado por Pablo.
Efesios,
2:8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe;
y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 2:9 no por obras,
para que nadie se gloríe.
Para
Pablo, volver a confiar en la Ley de Moisés y en su sistema de sacrificios de
animales para obtener la salvación, implicaba rechazar la gracia y desligarse
de Cristo.
Pablo
les aclara además que, aquellos que estaban rechazando la gracia y pretendían
salvarse por la ley, tendrían que “guardar toda la ley”.
¿Por
qué Pablo dice esto?. Por lo que dice Santiago en:
Santiago,
2:10 Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto se
hace culpable de todos.
Ahora
tenemos todos los elementos necesarios para interpretar correctamente Hebreos,
6:4-6 en su debido contexto.
Recordémoslo:
Hebreos,
6:4 Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del
don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, 6:5 y
asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo
venidero, 6:6 y recayeron, sean otra vez renovados para
arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y
exponiéndole a vituperio.
La
palabra clave es “recayeron”, la cual puede significar una (y solo una) de dos
cosas:
[1]
volvieron a pecar; o
[2]
volvieron al sistema levítico de sacrificios de animales inserto en la
Ley de Moisés, una vez derramada la sangre de Cristo en la cruz;
Probemos
con “recayeron = volvieron a pecar”:
La
Biblia misma dice que, luego de ser salvos, lamentablemente continuamos
pecando:
1
Juan, 1:8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y
la verdad no está en nosotros.
El
apóstol Juan dice “si decimos”, es decir, se incluye, con lo cual está hablando
de la iglesia (de gente salva). Según la Biblia, entonces, si alguien, luego de
ser salvo, afirma que ya no peca, es un mentiroso (si la verdad no está en él,
lo que está en él es la mentira).
No
obstante, luego de reconocer esto, el apóstol Juan habla también de la
solución:
1
Juan, 1:9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo
para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.
La
palabra clave aquí es “confesión”, la cual proviene, a su vez, de la palabra
griega “homologeo”, compuesta por dos raíces: “homo” (que significa “lo mismo”)
y “logeo” (que significa “hablar”). O sea que la palabra “confesión” significa
“hablar lo mismo”. ¿Hablar lo mismo que quien?. Hablar lo mismo que Dios. Solo
cuando somos capaces de “hablar lo mismo” que Dios hablaría sobre nosotros,
estamos confesando, lo cual implica la difícil tarea de vernos como Dios nos ve
(para bien y para mal).
La
confesión solo tiene lugar cuando oramos de la siguiente forma: Señor, perdona
porque la semana pasada he murmurado contra tal persona, porque este mes no he
diezmado lo que corresponde o porque ayer por la noche mire pornografía en
internet (evitando toda otra oración vaga y general).
La
confesión es la solución a cuando volvemos a pecar, luego de ser salvos. Es la
manera de restaurar la comunión con Dios. Como hemos visto, la sangre de Cristo
fue derramada una sola vez y su poder redentor es eterno. ¿Cómo accedemos a ese
efecto redentor eterno?. Por medio de la confesión.
La
confesión es el equivalente actual del sistema levítico de sacrificios inserto
en la ley de Moisés, donde se sacrificaba un animal cada vez que se pecaba. La
sangre de Cristo fue derramada solo una vez. Confesando cada vez que cometemos
un pecado, su sangre nos vuelve a limpiar.
Antes
de seguir, debemos aclarar lo siguiente:
No
estamos diciendo que la Biblia avala o justifica el pecado, ni estamos
incentivando a usar 1 Juan, 1:8-9 como una “licencia para pecar” una y otra
vez: pecamos, confesamos y nos limpiamos, para volver a pecar nuevamente y,
así, recomenzar el círculo. Lo único que cabe esperar de quienes piensan de
esta manera (y lo llevan a la práctica) es que no son salvos.
La
misma Biblia se anticipa a esta situación cuando dice:
Proverbios,
28:13 El que encubre sus pecados no prosperará; Más el que los confiesa
y se aparta alcanzará misericordia.
No
alcanza con confesar. Tiene que haber un arrepentimiento genuino, el cual se
traduce en una lucha contra el pecado para, por lo menos, reducirlo a la mínima
expresión posible (en unas líneas más veremos por qué no es posible reducir el
pecado a cero).
Para
los que si somos salvos, en cambio, el que un pasaje como 1 Juan, 1:8-9 forme
parte de la Biblia resulta un verdadero alivio y nos habla de cuan sabio es
Dios. Lo que estamos intentando decir es que la confesión es una herramienta
diseñada por Dios para que, después que hemos sido salvos, podamos restaurar la
comunión con El, perdida a causa del pecado, cada vez que nos equivocamos.
Cuando,
siendo salvos, cometemos un pecado, llegamos a sentirnos verdaderamente mal: es
el Espíritu Santo, obrando en nosotros (a través de la convicción de pecado)
mostrándonos que nos hemos equivocado.
La
diferencia entre un cristiano y un incrédulo no es el pecado, en el sentido de
que, mientras un inconverso peca, el cristiano ha dejado de hacerlo, por lo
menos desde su conversión.
Por
eso Pablo escribe en:
Romanos,
3:22 Porque no hay diferencia, 3:23 por cuanto todos pecaron, y
están destituidos de la gloria de Dios.
Y
esta es la idea que el mundo tiene sobre la iglesia (tal vez alimentada, por la
misma iglesia): que un cristiano no peca. Por eso, cuando los mundanos ven a un
cristiano caído en pecado, se mofan y lo tildan de hipócrita. Tal vez esta sea
una de las consecuencias de haber predicado durante tanto tiempo un evangelio
de condenación, en vez de predicar un evangelio de gracia (quien sabe).
La
diferencia entre un cristiano y un incrédulo radica en lo siguiente:
[+]
mientras un incrédulo peca y “continúa su vida como si nada” porque, al no
tener al Espíritu Santo morando consigo, no tiene convicción de pecado;
[+]
un cristiano peca pero, en lugar de “continuar su vida como si nada”, al tener
al Espíritu Santo morando consigo y tener, por ende, convicción de pecado,
confiesa y restaura, de esta manera, la comunión perdida con Dios, a causa del
pecado.
Cuando
pecamos, siendo salvos, nos sentimos los más miserables del mundo y es cuando
tenemos la tendencia a pensar que el Señor nos ha desechado para siempre y ya
no podrá seguir usándonos (el primer interesado en instalar esta idea en
nosotros es el mismísimo satanás).
Pero
el Señor no quiere que nos quedemos en ese estado de tristeza y desolación. Por
eso el Señor, sabiendo de antemano que, aun después de haberlo aceptado como
Señor y Salvador, continuaríamos equivocándonos, previó la solución en 1 Juan,
1:8-9.
El
Señor no dejo ningún cabo suelto. Su obra en la cruz fue perfecta y completa.
El Señor no murió en la cruz, de la peor muerte jamás ideada por el hombre,
para volvernos a condenar luego ante el primer tropiezo.
Pero
¿por qué seguimos pecando, aun después de ser salvos?.
Un
síntoma de que somos verdaderamente salvos es que, luego de nuestra conversión,
pecamos mucho menos que cuando estábamos en el mundo. La conversión cristiana
no es una foto, sino una película, es decir, no es un shock sino un proceso.
Poco a poco, vamos abandonando nuestro viejo estilo de vida y comenzamos a
vivir una vida diferente.
La
confusión radica en que muchos malinterpretan el siguiente pasaje:
2
Corintios, 5:17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es;
las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.
La
clave está en entender qué es la “nueva criatura”.
La
Biblia dice que somos seres tripartitos:
1
Tesalonicenses, 5:23 Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo
vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la
venida de nuestro Señor Jesucristo.
Cuando
aceptamos a Cristo, en el mundo espiritual sucede lo siguiente:
Colosenses,
2:11 En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al
echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo;
Mientras
no aceptamos a Cristo, nuestro espíritu está muerto, aunque nuestra alma (la
mente) y nuestro cuerpo (la carne) están obviamente “vivos”. Mientras no somos
salvos, hay una “alianza” entre el alma (la mente) y el cuerpo (la carne), que
es contra el espíritu (que está muerto).
Cuando
aceptamos a Cristo, el Espíritu Santo viene a morar en nuestro espíritu,
resucitándolo. Surge, entonces, una nueva alianza entre nuestro espíritu (donde
ahora mora el Espíritu Santo) y nuestra alma (la mente), mientras el cuerpo (la
carne) es echado fuera en lo que Pablo denomina la “circuncisión de Cristo”
(Colosenses, 2:11). Esta nueva “alianza” entre el espíritu (resucitado) y el
alma (la mente), ahora es contra el cuerpo (la carne).
Y
ahora en inglés:
No
obstante, en esta “circuncisión de Cristo”, el cuerpo es “echado fuera” pero no
es restaurado. La “nueva criatura” de la que habla 2 Corintios, 5:17, está
formada por el espíritu (resucitado) y el alma (la mente), pero no incluye al
cuerpo (la carne), el cual recién será glorificado en el rapto o arrebatamiento
de la iglesia (1 Corintios, 15:51-56). Esto quiere decir que nuestra redención,
aun siendo salvos, todavía no está completa, la cual solo se completará en el
rapto.
Mientras
tanto, la “guerra contra la carne” continua y es por eso que seguimos pecando
(aunque menos) después de ser salvos. Y el campo de batalla es la mente:
Y
ahora en inglés:
Otra
confirmación, además de 1 Corintios, 15:51-56, de que “la nueva criatura” de 2
Corintios, 5:17 no incluye nuestro cuerpo, es lo que dice el apóstol Juan en 1
Juan.
Por
un lado, el apóstol Juan dice que, luego de ser salvos, continuamos pecando:
1
Juan, 1:8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros
mismos, y la verdad no está en nosotros.
Por
el otro, el apóstol Juan afirma que, si somos nacidos de Dios, no pecamos:
1
Juan, 3:9 Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado,
porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es
nacido de Dios.
¿En
qué quedamos?. ¿Pecamos o no pecamos luego de que hemos sido salvos?.
No
se pierdan este detalle: mientras en 1 Juan, 1:8 el apóstol Juan se refiere al
cuerpo, que “sigue pecando”, en 1 Juan, 3:9 se refiere al espíritu y el alma
(la nueva criatura), que es lo que es “nacido de Dios y no puede pecar”.
Una
señal de alarma de que la salvación no ha acontecido en nuestra vida es, por un
lado, haber confesado a Cristo y, por el otro, seguir viviendo indefinidamente
como vivíamos en el mundo. Debemos dudar de haber alcanzado la salvación si,
habiendo confesado a Cristo, la forma en que vivimos no se diferencia en nada
de la forma en que vive un mundano.
Por
eso Pablo escribe:
2
Corintios, 13:5 Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a
vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en
vosotros, a menos que estéis reprobados?.
La
Biblia dice que Dios ha de confirmarnos que somos salvos:
Romanos,
8:16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de
Dios.
Tarde
o temprano y por diferentes medios (pastores, profetas, ministros), Dios ha de
confirmarnos que somos verdaderamente salvos. Una cosa es “creer” que somos
salvos y otra, muy distinta, es “saber” que somos salvos.
La
palabra “recayeron” de Hebreos, 6:4-6, entonces, no puede tener que ver con
“volver a pecar, luego de haber sido salvos” porque, como hemos visto, la misma
Biblia reconoce que, luego de ser salvos, continuamos pecando (1 Juan, 1:8-9).
Probemos,
ahora con “recayeron = volvieron a confiar en el antiguo sistema levítico de
sacrificios de templo, prescripto en la Ley de Moisés” (una solución que había
quedado obsoleta).
¿Cuál
era el problema con aquellos que, una vez derramada la sangre de Cristo, querían
volver al viejo sistema levítico de sacrificios?. El problema era seguir con la
práctica de los remedios del Antiguo Pacto para el pecado, en vez de recurrir a
la solución de 1 Juan, 1:9 (la confesión). Ellos rebajaron la muerte del
Señor al mismo nivel que la de los animales que se sacrificaban por los pecados
del pueblo. La Ley solamente era una sombra de las cosas que habrían de venir,
no de las realidades mismas. Una vez que la Realidad apareció, la sombra ya no
era efectiva….
Por
consiguiente, siendo la Epístola a los Hebreos una carta dirigida,
precisamente, a los judíos, Hebreos, 6:4-6 es un pasaje particularmente
dirigido a todos aquellos que, siendo judíos, se dejaron contaminar por los
falsos maestros judaizantes volviendo, ya derramada la sangre de Cristo, al
sistema levítico de sacrificios de animales en el templo inserto en la ley de
Moisés, pisoteando y teniendo en poco, de esta manera, las sangre del Hijo de
Dios, mucho más valiosa y eficaz que la de los animales.
Conclusión:
El
principio que debe usarse para interpretar y comprender la Epístola a los
Hebreos en general y los pasajes de Hebreos, 6:4-6 y Hebreos, 10:26-29 en
particular, es el “principio de interpretación contextual” y no el “principio
de interpretación literal”.
Refutación (por el absurdo) de
la “interpretación literal” de Hebreos, 6:4-6
Si Hebreos 6:4-6 se refiriera, como muchos afirman, a
la perdida irreversible de nuestra salvación, por volver a pecar luego de haber
sido salvos, entonces debemos reconocer que estamos perdidos para siempre, sin
ninguna esperanza de “recuperar” la salvación (el pasaje dice “es imposible que
sean renovados para arrepentimiento”).
Con esto, tendríamos que llegar a la conclusión de
que el Nuevo Pacto es peor que el Antiguo Pacto, no mejor (en general, existe
consenso en que los cristianos - judíos y gentiles - tenemos un mejor pacto que
los judíos ortodoxos). Ellos (los israelitas) fueron condenados por sus
acciones. Pero según Mateo, 5 nosotros seríamos condenados por nuestros
pensamientos.
Los israelitas del AT no podían asesinar. Nosotros
no podríamos siquiera enojarnos:
Mateo, 5:21 Oísteis que fue dicho a los
antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio.
5:22 Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será
culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable
ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno
de fuego.
Los israelitas del AT no podían cometer adulterio.
Nosotros no podríamos siquiera tener un pensamiento lujurioso.
Mateo, 5:27 Oísteis que fue dicho: No cometerás
adulterio. 5:28 Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para
codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.
Piensen en ello. Nunca enojarse, nunca desear nada,
nunca envidiar, nunca ser idólatras. Nunca ningún favoritismo o discriminación.
Nunca ningún mal pensamiento o mala obra de cualquier clase, por mínima que
sea.
¿Son estas las Buenas Nuevas (eso significa
Evangelio) y las riquezas incomparables de su gracia?. ¿Se convirtió Dios en
hombre y murió de la muerte más horrible jamás ideada por el ser humano
solamente para ponernos en una posición más inalcanzable que antes?. Resulta
difícil creer en esto…
Aprendiendo a usar la
hermenéutica
Recordemos
el “principio de consistencia o coherencia interna de las Escrituras”:
Siendo
la Biblia la Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu Santo, es imposible que
se contradiga a sí misma, de modo que, cuando nos topamos con dos o más pasajes
sobre un mismo tópico que, aparentemente, resultan contradictorios, tenemos que
descartar cualquier posibilidad de contradicción y aceptar, en cambio, que no
estamos interpretando correctamente alguno de esos pasajes.
Recordemos
nuevamente el pasaje de Hebreos, 6:4-6:
Hebreos,
6:4 Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del
don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, 6:5 y
asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo
venidero, 6:6 y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento,
crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a
vituperio.
Quienes
pretenden demostrar que Hebreos, 6:4-6 se refiere a la perdida irreversible de
nuestra salvación, por volver a pecar luego de haber sido salvos, deben reconocer que esta idea entra en clara
contradicción, por lo menos, con los siguientes pasajes:
Juan,
10:27 Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me
siguen, 10:28 y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni
nadie las arrebatará de mi mano. 10:29 Mi Padre que me las dio, es
mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.
Si
es cierto que la salvación puede perderse por volver a pecar ¿por qué
Jesucristo, al referirse a “sus ovejas” (se entiende “las personas que son
salvas”), dice que “no perecerán jamás” y que “nadie las puede arrebatar de la
mano de su Padre” (se entiende “jamás perderán la salvación”)?.
Hebreos,
10:14 porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a
los santificados.
En
la misma Epístola a los Hebreos, esta este pasaje que parece contradecir
la idea que pretende adjudicársele a Hebreos, 6:4-6.
Efesios, 1:13 En él también vosotros, habiendo oído
la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en
él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, 1:14
que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión
adquirida, para alabanza de su gloria.
Pablo
dice que cuando oímos el Evangelio de la salvación con fe somos “sellados” con
el Espíritu Santo de la promesa. ¿Hasta cuándo?. ¿Hasta que pecamos de nuevo?.
No. Hasta la “redención de la posesión adquirida” (hasta el rapto de la
iglesia).
1
Juan, 1:8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y
la verdad no está en nosotros. 1:9 Si confesamos nuestros pecados, él es
fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.
Como
hemos visto, el propio apóstol Juan reconoce que, gente que es salva,
lamentablemente sigue pecando luego de haber obtenido su salvación (este solo
pasaje debiera bastar y sobrar para refutar la idea que muchos pretenden
adjudicarle a Hebreos, 6:4-6). Por supuesto que el apóstol da un paso más y
habla de cuál es la solución: la confesión.
Cuando
pecamos, luego de ser salvos, no perdemos la salvación pero si podemos perder
la comunión con Dios, la cual, al verse interrumpida, puede frenar las
bendiciones que Dios tenía para nosotros. La manera de recuperar la comunión
interrumpida es la confesión (el reconocimiento verbal) del o los pecados
cometidos.
¿Cómo
hacemos para conciliar 1 Juan, 1:8-9 con Hebreos, 10:26-29?.
Recordemos:
Hebreos,
10:26 Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el
conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los
pecados, 10:27 sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de
fuego que ha de devorar a los adversarios. 10:28 El que viola la ley de Moisés,
por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. 10:29 ¿Cuánto
mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere
por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta
al Espíritu de gracia?.
¿Cómo
hacemos para salvar estas contradicciones?. Con la hermenéutica.
Los
principios hermenéuticos deben ser aplicados del siguiente modo:
[1]
aplicamos el “principio de interpretación literal” para 1 Juan, 1:8-9:
1
Juan, 1:8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y
la verdad no está en nosotros. 1:9 Si confesamos nuestros pecados, él es
fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.
Aplicando
este principio, llegamos a la conclusión de que Juan, en efecto, quiere decir
lo mismo que escribe: que cualquier miembro de la iglesia (incluso, el mismo)
sigue pecando, aun después de haber sido salvo (1 Juan, 1:8). La solución para
Juan es la confesión (1 Juan, 1:9).
[2]
por aplicación del “principio de consistencia o coherencia interna de las
Escrituras” llegamos a la conclusión de que no puede existir contradicción
entre 1 Juan, 1:8-9 y Hebreos, 10:26-29;
[3]
por lo tanto, Hebreos, 10:26-29 tiene que estar refiriéndose a otra cosa;
[4]
aplicamos el “principio de interpretación contextual” para Hebreos, 10:26-29 y
llegamos a la conclusión de que, al igual que Hebreos, 6:4-6, este pasaje no se
refiere a perder la salvación por volver a pecar luego de ser salvos, sino a
volver al sistema levítico de sacrificios del templo luego de derramada la
sangre de Cristo, “pisoteando al Hijo de Dios, teniendo por inmunda la sangre
del nuevo pacto y afrentando al Espíritu Santo” (Hebreos, 10:29);
¿Cómo
resolvimos la cuestión?. Aplicando dos principios hermenéuticos distintos: el
“principio de interpretación literal” para 1 Juan, 1:8-9 y el “principio de
interpretación contextual” para Hebreos, 10:26-29 (y para Hebreos, 6:4-6).
La
regla general para interpretar la Biblia es la “literalidad”: la Biblia quiere
decir exactamente lo que está escrito en ella. Pero debemos tener cuidado de no
literalizar absolutamente todo, porque es ahí donde aparecen las
contradicciones. La interpretación literal de la Biblia es una regla que admite
excepciones. Como hemos visto, mientras algunos pasajes requieren ser
interpretados literalmente (1 Juan, 1:8-9), otros, en cambio, deben ser puestos
en contexto (Hebreos, 6:4-6, Hebreos, 10:26-29).
Toda
contradicción aparente, entre dos o más pasajes de las Escrituras, debe ser
salvada por la vía de la correcta aplicación de los principios de la
hermenéutica y jamás de otro modo. Para el caso que venimos viendo, por
ejemplo, predicando sobre Hebreos, 6:4-6 y Hebreos, 10:26-29 en su
interpretación equivocada (literal) e ignorando lo que dice 1 Juan, 1:8-9 y
otros pasajes de las Escrituras. Esto implica sesgar el Evangelio, lo cual es
una herejía. Y de las herejías, desde ya, provienen las falsas doctrinas.
Interpretar los pasajes menos claros a la luz de los más
claros (y no al revés)
Este principio hermenéutico debiera llevarnos a
interpretar Hebreos, 6:4-6 y Hebreos, 10:26-29 a la luz o bajo la tutela o guía
de pasajes más claros sobre la cuestión de la pérdida de la salvación, como los
que hemos visto: Juan, 10:27-29, Hebreos, 10:14, Efesios, 1:13-14, 1 Juan,
1:8-9.
La apostasía
Otra de las interpretaciones que usualmente se pretende
dar a Hebreos, 6:4-6, es que estos pasajes hablan de la apostasía personal, la
cual puede ser definida como el abandono voluntario de la fe, con la
consecuente pérdida de la salvación y la posterior condenación. La pérdida de
la salvación seria, en este caso, voluntaria y a sabiendas de sus
consecuencias.
Recordemos lo que dijo Pablo respecto de la
salvación:
Efesios,
2:8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros,
pues es don de Dios; 2:9 no por obras, para que nadie se
gloríe.
La
palabra “don” utilizada por Pablo en este pasaje significa “regalo”. Para
Pablo, entonces, la salvación es un regalo de Dios que hemos recibido por
gracia, por medio de la fe, sin haber hecho ningún mérito para merecerlo.
Entre
los que creen que la salvación puede perderse y los que creen que no, surgen
algunos que han adoptado una posición alternativa: la salvación es un regalo
que hemos recibido de Dios, sin haber hecho ningún mérito y que Dios, aunque
pudiera hacerlo, no nos quitaría jamás. Pero nosotros podemos devolverlo.
La apostasía
consistiría, entonces, en devolver voluntariamente el regalo de la salvación.
Nuevamente debemos someter esta idea a los principios de la hermenéutica. Si
los resiste sin vulnerarlos, entonces esta idea será bíblica. De lo contrario,
se tratará solo de una idea humana con “pretensiones de bíblica”.
Analicemos
la “consistencia o coherencia interna de las Escrituras” sobre este tema.
Pablo
escribe:
1
Corintios, 6:19 ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el
cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? 6:20
Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios
en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.
Cuando Pablo nos dice “ustedes no son de ustedes,
porque fueron comprados por precio”, nos sugiere que ya no estamos en control
de nuestro destino eterno.
A su
vez, en 1 Pedro, 1:18-19 se nos aclara cual ha sido el precio por el que fuimos
comprados:
1 Pedro, 1:18 sabiendo que fuisteis
rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de
vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, 1:19
sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin
mancha y sin contaminación,
Si yo le preguntara a usted si puede regalar el auto
de su vecino, usted contestaría rápidamente que no. Si yo le preguntara por
qué, usted seguramente me contestaría que el auto no es suyo sino de su vecino
y que por eso usted no puede regalarlo. Usted estaría reconociendo que no puede
disponer de algo que no es suyo.
La Biblia dice que usted ya no es de usted sino de
Dios, porque se ha pagado por usted un determinado precio, que resulta ser
la sangre misma de Dios. ¿Por qué usted, entonces, insistiría en pensar que
puede devolver su salvación?. Tenemos que terminar de entender, de una buena
vez y para siempre, que la salvación, una vez consumada, desencadena, en la
esfera espiritual, una serie de eventos que resultan IRREVERSIBLES.
La Biblia dice que Cristo apareció para deshacer las
obras del diablo:
1 Juan, 3:8 Para esto apareció el Hijo de Dios, para
deshacer las obras del diablo.
No obstante, lo contrario no es verdad: el diablo no
puede deshacer las obras de Dios. La salvación es una obra de Dios que no puede
ser deshecha, ni por el diablo, ni por usted.
Por si esto fuera poco, el apóstol Pablo agrega:
Romanos, 8:38 Por lo cual estoy seguro de que ni la
muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente,
ni lo por venir, 8:39 ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa
creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor
nuestro.
Conclusión:
No hay poder en el Cielo o en la Tierra
(incluyéndonos a nosotros mismos), que pueda deshacer lo que Dios ha hecho por
nosotros, con lo cual la apostasía solo puede ser practicada por personas que
no son salvas, aunque se encuentren, al momento de apostatar, dentro de la
iglesia.
Pregunta:
¿puede haber gente que no sea salva dentro de la iglesia?.
Respuesta:
desde ya te anticipo que si y te invito a que veas un video donde predico sobre
este tema en el siguiente link: