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Por
el autor del blog:
La
Biblia define la fe del siguiente modo:
Hebreos,
11:1 Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no
se ve.
La
fe, en suma, es estar seguro (tener la convicción) de que algo existe o es como
se nos informa, aunque no lo veamos y no podamos comprobarlo.
La
fe sirve para salvarnos y, aunque no sea la causa (el por qué) de nuestra
salvación, es el medio por el cual somos salvos. Como dice Pablo, somos salvos por
gracia (la causa de la salvación y que es la voluntad de Dios de que todos
los hombres sean salvos), por medio de la fe (el medio):
Efesios,
2:8
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de
vosotros, pues es don de Dios;
Como
dice Pablo, la causa (el por qué) de la salvación es la gracia y el “boleto de
entrada” a esa gracia (la causa de la salvación) es la fe (el medio):
Romanos,
5:1 Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de
nuestro Señor Jesucristo; 5:2 por quien también tenemos entrada por la
fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza
de la gloria de Dios.
¿Quién
es el destinatario de la fe?. ¿Fe en quien?. En Jesucristo, claro. Ademas de
Romanos, 5:1 tenemos:
Romanos,
10:9 que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu
corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10:10 Porque con
el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.
Romanos,
10:13 porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.
Definido
que es la fe, para que sirve y hacia quien debe estar dirigida (el que, el para
qué y el quién), cabe preguntarse lo siguiente:
[1]
¿es la fe un acto unilateral del creyente que, cegado por el fanatismo o
impulsado por la instintiva y prosaica necesidad de creer que existe algo
después de la muerte, mantiene la creencia en Dios durante toda su vida, sin
obtener jamás una respuesta ni ningún tipo de estimulo de parte de Dios; o
[2]
por el contrario, la fe es un acto que comienza como un acto unilateral del
creyente pero, a medida que avanza el tiempo y se compromete con Dios y con su
obra y con el conocimiento y el estudio de su Palabra (la Biblia), ese acto
unilateral se convierte (progresiva y paulatinamente) en una relación
bilateral, conforme Dios se va revelando en su vida, llegando el creyente
verdaderamente a entablar una relación concreta con Dios y a “escuchar”
literalmente su voz?;
Los
incrédulos, los ateos y los inconversos creen que ocurre lo expuesto en el
apartado [1] y no solamente respecto de los cristianos sino de cualquiera que
profese algún tipo de fe o religión, pero lo que, en realidad, ocurre es lo
expuesto en el apartado [2].
Para
graficar esto, recurramos al siguiente ejemplo:
“Supongamos
que 2 escaladores están perdidos en una densa neblina en una escarpada cumbre
de una cadena montañosa (Los Andes, Los Alpes, etc.). Están atrapados en el
final de una estrecha cornisa y, desesperados por encontrar una solución a su
problema, uno de ellos dice: yo creo, por fe, que debajo de nosotros, a medio
metro de altura, se encuentra una saliente en la montaña que conduce a un
camino y, sin pensarlo más, se lanza al vacio que se encuentra frente a él. El
otro decide esperar hasta que, de repente, escucha el grito de otros 2
montañeses provenientes de esa región. Reconociendo que la voz que escucha es
de alguien que conoce a la perfección el terreno, le pregunta: Oiga, estoy
perdido ¿me escucha?!. Si!, le contestan estos 2 montañeses, nos encontramos
muy cerca de usted. Y continúan diciendo: camine hacia la derecha unos 10
metros y va a llegar a una roca escarpada, donde comienza un camino que lo va a
traer hasta donde estamos nosotros. El hombre, aunque no ve absolutamente nada,
pone su fe en la voz que reconoció como verdadera, camina conforme a las
instrucciones que recibió de los 2 montañeses y salva su vida” (comentario del
famoso teólogo suizo Frank Schaeffer).
En
ambos casos de esta pequeña historia se requirió de fe para tomar una decisión.
Sin embargo, en el segundo caso, no se trataba de una fe ciega sino basada en
la seguridad que provenía de la voz que lo dirigía. La fe del primer montañés
que se arrojo al vacio suponiendo que había una saliente a medio metro de
altura, es la fe del apartado [1]. La fe del segundo montañés que espera y
reconoce la voz de alguien que conoce el lugar y se deja guiar por esa voz, es
la fe del apartado [2].
Los
ateos y los incrédulos pretenden que ocurra algo que es de ocurrencia
imposible: que un Dios en el que no creen y al que no le otorgan la menor
entidad, genere señales delante de ellos que los conduzcan a creer en El.
La
generación perversa demanda señal, pero señal no le será dada sino la señal del
profeta Jonás (Lucas, 11:29-30). Cuando Jesucristo dijo esto quiso expresar que
aquellos que pretendan “ver para creer” se van a quedar con las ganas (y serán
condenados) porque, en realidad, es al revés: “creer para ver”. Dios requiere,
para comenzar a “mostrar” algo, un mínimo acto de fe (Hebreos, 11:6 Pero sin fe
es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios
crea que le hay). A aquellos que pretendan ver para creer solo les será dada la
señal del profeta Jonás, quien fue enviado por Dios a predicar a Nínive (la
capital de Asiria) y los ninivitas creyeron a su sola predica, sin necesidad de
que Jonás haga ningún tipo de milagro, prodigio ni portento. Y este es el
antecedente que va a condenar a la generación perversa que demande una señal
para creer.
Dios
es el Creador de todo lo que existe y El es soberano para elegir la forma de relacionarse con nosotros y salvarnos. Como dice Pablo: agrado a Dios salvar
al hombre por medio de la “locura de la predicación y de la fe” (1º Corintios, 1:21).
Dios
tiene diferentes maneras de hablarnos:
[1]
a través de su Palabra escrita (la Biblia), que es una Palabra viva;
[2]
a través de algún pastor, predicador o profeta; o
[3]
a través del Espíritu Santo que mora en nosotros (en nuestro espíritu), en cuyo caso Dios nos habla instalando un pensamiento o una idea en nuestra mente o
directamente nos habla escuchando, nosotros, literalmente su voz;
En
lo personal, Dios me ha hablado más de una vez, por todos estos medios. Por
ejemplo, en una oportunidad, yo me encontraba atravesando un “desierto” (un
periodo de aridez espiritual, donde nos sentimos desamparados pero, en realidad
Dios está más cerca que nunca, trabajando en nosotros). Un día estaba tal mal
que, llorando, le pregunte en voz alta: ¿Por qué me desamparaste?. Creo que no
termine de decirlo y vino a mi mente un pensamiento-voz que me dijo: “un día mi
Hijo sintió lo mismo en la cruz”. Por supuesto que yo se que Jesucristo,
estando en la cruz, le pregunto esto al Padre. Pero, por la rapidez y
contundencia de la respuesta supe que era de Dios, porque, ademas, fue una
respuesta que me “tapo la boca” y me dejo sin argumentos (sentí vergüenza). Y
nadie genera argumentos que se levanten contra sus propios argumentos ni, mucho
menos, que lo avergüencen y lo dejen sin respuesta (nadie va contra sí mismo).
Luego
me han soltado palabra profética profetas, predicadores y pastores, que se ha
cumplido o me sirvió para corregir ciertas cosas. O sea: viene un profeta (que
no conoces, ni te conoce) y te dice algo (algo por lo que estas pasando, o que
estás sintiendo) que solamente lo conoces tu y Dios y te quedas petrificado.
Dios te está hablando a través de ese hombre o mujer.
La palabra profética que te suelta un profeta de Dios puede tener 3 objetivos posibles (1º Corintios, 14:3):
La palabra profética que te suelta un profeta de Dios puede tener 3 objetivos posibles (1º Corintios, 14:3):
[1]
Consolación (consolarte, darte ánimo);
[2]
Edificación (algo que te sirve para aprender, para edificarte); y
[3]
Exhortación (algo que sirve para persuadirte o convencerte de que hay algo que
tienes que cambiar);
Una
vez que empieces a buscar a Dios el va a encontrarte y, paulatinamente, te irá
dando señales irrefutables e inconfundibles no solo acerca de su existencia
sino de su amor, bondad, misericordia y poder.
Es
Dios mismo, a través del Espíritu, el que no dice que somos hijos de Él:
Romanos,
8:16 El Espíritu [Santo] mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos
hijos de Dios.
QUE
DIOS LOS BENDIGA A TODOS!!!