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Introducción
Tenemos
la tendencia a pensar que al cielo se van “los buenos” y que, por el contrario,
al infierno se van “los malos”. Así las cosas, pensamos entonces que en el
infierno esta “lo peor de lo peor”: asesinos seriales, violadores y asesinos de
niños, genocidas históricos (Hitler, Stalin, etc.), Judas Iscariote, quien
traiciono nada menos que al Señor, etc., y que el resto de nosotros, mal que
mal y a comparación de todos los que acabamos de nombrar, podríamos llegar a
irnos al cielo.
No es por nuestras obras
Jorge
Luis Borges (el gran escritor argentino) alguna vez dijo (o escribió) lo
siguiente: "El infierno y el paraíso me parecen desproporcionados. Los
actos de los hombres no merecen tanto".
Para
J. L. Borges, entonces, nadie es lo suficientemente malo como para merecer
eternamente el infierno, ni lo suficientemente bueno como para merecer, también
eternamente, el paraíso. En la expresión de Borges, claro está, subyace la idea
de que en el fondo - para el - no existe
ninguno de esos dos lugares. Aunque Borges toda su vida declaro ser agnóstico
(alguien que no puede afirmar ni negar la existencia de Dios porque considera
que ese conocimiento es inaccesible para el entendimiento humano) su verdadero
pensamiento estuvo siempre más cerca del ateísmo que de otra cosa, ya que
alguna vez también declaro (o escribió) estar casi seguro acerca de la
inexistencia de Dios.
No
obstante, en la frase de Borges subyace también otra idea, más sutil y es la
siguiente: los hombres se van al cielo o al infierno por sus actos (cuando
dice: “los actos de los hombres no merecen tanto”). Como Borges, muchos otros,
cristianos y no cristianos, creen también que el destino eterno de las almas de
los hombres depende de los actos (buenos o malos) de estos.
Sino por la obra de Cristo
Nuestros
amigos en la vida (lo sabemos) son pocos. Yo mismo, sin ir más lejos, he
tenido, desde mis catorce o quince años hasta aproximadamente mis cuarenta, no
más de dos (tal vez tres) amigos. Estos amigos que he tenido, eran ateos, de
padres y abuelos ateos (el ateísmo era, en ellos, una cuestión de familia). A
estos amigos ateos les he hecho, más de una vez, la siguiente pregunta: ¿qué
harían ustedes si, después de muertos, se dan cuenta de que Dios existe, porque
podrán verlo?. Ellos siempre respondían a esta pregunta de la misma manera:
“bueno, si, después de muertos, nos damos cuenta de que Dios existe, porque
podemos verlo, le pediríamos que nos juzgara por nuestras obras, por nuestros
actos y no por si creímos o no en El”. En otras palabras: mis amigos ateos le
pedirían (¿exigirían?) a Dios ser juzgados por sus actos, ya que la “cuestión
de la fe” era para ellos una “cuestión irrelevante”.
Quienes
así piensan cometen un error mortal porque, al contrario de lo que piensan, no
son nuestras obras (buenas o malas) las que nos depositan en el cielo o en el
infierno, porque:
[1]
todos (conversos e inconversos) hemos pecado por lo que hemos sido destituidos
de la gloria de Dios (Romanos, 3:23);
[2]
aun después de ser salvos, los cristianos continuamos pecando (1 Juan, 1:8); y
[3]
somos salvos por gracia, por medio de la fe y no por obras (Efesios, 2:8-9);
La
causa de la salvación es la gracia (Efesios, 2:8) y la fe, que es “la
convicción de lo que no se ve” (Hebreos, 11:1), es el medio para acceder a la
gracia (Efesios, 2:8, Romanos, 5:2) y, esa fe, tiene que estar depositada en el
Evangelio, es decir, en la obra de Cristo en la cruz:
1
Corintios, 15:3 Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que
Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 15:4 y que fue
sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;
Y entonces ¿cuál es el punto?
La
cuestión no es si nuestros actos son buenos o malos (vimos que, según Efesios,
2:8-9, la salvación no es por obras – por actos – “para que nadie se gloríe”) o
si somos pecadores o no (vimos que,
según 1 Juan, 1:8, todos – aun los que somos salvos – seguimos pecando). La
cuestión es si hemos aceptado la “solución de Dios” al problema de nuestra maldad.
Nos vamos al cielo por ACEPTAR la obra de Cristo en la cruz o nos vamos al
infierno por RECHAZAR esa misma obra.
Nada
más se nos demandará.
Cualquier
intento de lograr la salvación sin fe en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4) está
destinado al fracaso. Los ateos, como hemos visto, pretenden eliminar de la
ecuación el creer en Jesús (la fe) e insisten en ser juzgados exclusivamente
por sus obras. Ellos serán satisfechos en su demanda. Serán juzgados, en efecto,
por sus obras, serán hallados en falta y (he aquí el problema) sin estar
cubiertos por la sangre redentora de Cristo, por lo que serán arrojados al lago
de fuego (Apocalipsis,. 20:12-15).
Lo
único que se les demandara es lo único que no habrán cumplido: el creer en
Jesús. Algo que los ateos consideran irrelevante será cuestión de vida o, mejor
dicho, de muerte a la hora señalada.
El
infierno está lleno de asesinos, genocidas, pervertidos y demás y también está
lleno de gente “buena” que, en vida, fracasó en aceptar a Jesucristo como Señor
y Salvador.
DIOS
TE BENDIGA!
Marcelo D. D’Amico
Maestro
de la Palabra – Ministerio REY DE GLORIA