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Voy
a permitirme narrar una historia real que, en una de sus predicas, relató Dante
Gebel:
Hubo
un hombre que, siendo médico, un día conoció a Dios. A partir de aquí, comenzó
a congregarse y a leer la Biblia con especial entusiasmo. Tenía un ministerio
claramente evangelístico. Este hombre, con el tiempo, se destacó y fue conocido
en la Asamblea que nucleaba a su congregación.
Cuando
surgió la posibilidad de enviar a un misionero para evangelizar a una tribu en
la isla de Papúa Nueva Guinea, ubicada al norte de Australia, formando parte
del continente de Oceanía, inmediatamente la Asamblea pensó en este médico.
Cuando la Asamblea se lo propuso, el médico acepto de inmediato. Hacía tiempo
ya que había dejado de ejercer la medicina en forma intensiva y esta era la
oportunidad que estaba esperando para dedicarse de lleno a su llamado.
Es
así que este médico viaja en avión hacia el continente y, desde allí, toma un
avión menor (una especie de aeroplano) que lo deposita en la isla. Allí lo
reciben el jefe del destacamento policial de la isla, junto con el líder
espiritual de la tribu.
Cuando
le preguntan a qué se debe su visita, el médico responde que había sido enviado
por la Asamblea que nuclea a su congregación para evangelizar la isla.
El
líder espiritual de la tribu le contesta que no había problema si quería
quedarse en la isla, pero le aclara que no le sería permitido evangelizar
porque en la isla ya había una religión establecida, con sus dioses y rituales.
Es más, el anciano le aclara que profesar una religión distinta a la de la isla
estaba penado con la muerte por decapitación. Por su parte, el jefe del
destacamento policial de la isla le dijo al médico que él no podía garantizarle
la seguridad si transgredía esta norma.
El
jefe de policía y el anciano le preguntaron al médico si tenía algo más que
agregar, a lo que el médico responde que sí, declarando ser precisamente
médico. El médico pensó: siempre hace falta un médico en un lugar así, por lo
que, si declaro mi profesión, tal vez me gane la confianza del anciano y de la
tribu y, con el tiempo, me permitan predicar. Al jefe de policía y al anciano
les pareció estupendo e incluso le prometieron montarle una clínica, para
atender a los lugareños de la tribu.
El
médico se comunicó con la Asamblea para ponerlos al tanto de la situación.
Desde la Asamblea le recomendaron que haga lo que el mismo había pensado: que
se quedara, que ejerciera su profesión de médico y que, tarde o temprano, una
vez ganada la confianza de los lugareños, seguramente se le abrirían las
puertas para predicar el evangelio.
Como
le fue prometido, al médico le montaron una clínica e incluso recibió
inicialmente instrumental y periódicamente medicinas desde el continente. Así
comenzó el médico a ocuparse de la salud de los lugareños de la tribu de la
isla: hacia nacer a los niños, atendía a los ancianos, curaba a los enfermos.
Al llegar la noche, cada día, cenaba y se quedaba leyendo la Biblia hasta altas
horas, pensando que, con el tiempo, le permitirían predicar el evangelio. Pero
la prohibición jamás se levantó.
Así
pasaron los años, mientras el médico atendía con denuedo la salud de los
lugareños. Desde su llegada, había descendido drásticamente la muerte infantil
y había mejorado la salud de toda la tribu, aumentando considerablemente el
promedio de vida del lugar. La tribu lo amaba y era profundamente respetado por
el anciano de la tribu y por el jefe de policía. Pero el médico sufría y cada
noche le preguntaba a Dios por qué lo había enviado a un lugar donde no podía
predicar el evangelio. Para el médico, su vida no tenía sentido alguno. Por si
esto fuera poco, la Asamblea que lo había enviado se había olvidado de él y su
gestión en la isla fue vista como un fracaso.
Un
buen día, el médico murió de muerte natural y fue enterrado con honores y con
gran llanto por los lugareños de la tribu. Enterados de su muerte, la Asamblea
decidió enviar otro misionero.
Al
igual que el médico en su momento, el nuevo misionero viaja en avión hacia el
continente y, desde allí, toma un avión menor (una especie de aeroplano) que lo
deposita en la isla. Allí lo reciben el (mismo, pero más viejo) jefe del
destacamento policial de la isla, junto con el (mismo, pero más viejo) líder
espiritual de la tribu.
Cuando
le preguntan a qué se debe su visita, el nuevo misionero responde que había
sido enviado por la Asamblea que nuclea a su congregación para evangelizar la
isla, cosa que no había podido hacer el médico.
El
líder espiritual de la tribu le contesta que no había problema si quería
quedarse en la isla y que tampoco habría problemas si quería evangelizar. Es
más, tanto el anciano como el jefe de policía le prometieron al nuevo misionero
edificarle una iglesia. El nuevo misionero, sorprendido, le preguntó al anciano
por qué a él se le permitiría predicar el evangelio siendo que el médico no se
le había permitido, a lo que el anciano respondió: el médico al que usted hace
referencia, vino hace muchos años a esta isla y decidió vivir entre nosotros.
El hizo nacer a nuestros niños, atendió a nuestros ancianos y curo a nuestros
enfermos con denuedo. Si ese hombre hizo lo que hizo por nosotros, entonces su
Dios tiene que ser más grande y mejor que él. Y esta es la razón por la cual a
usted le será permitido predicar el evangelio: por que ahora somos nosotros los
que queremos conocer al Dios de aquel hombre.
Cuando
fue construida la iglesia, el nuevo misionero organizo una campaña
evangelística en la cual se entregó a Cristo casi toda la tribu.
Cuando
llegaron estas noticias a la Asamblea, rápidamente la gestión del nuevo
misionero fue vista como un éxito, al tiempo que se confirmó el fracaso del
médico. Pero fue el médico, con su testimonio de vida, el que abrió las puertas
al evangelio en la isla.
¿Cuántos
de nosotros seremos realmente capaces de predicar a Dios sin abrir la boca?.
Así
como el valor no es ausencia de miedo, el éxito no es ausencia del fracaso. A
veces, cuando Dios nos asigna a un lugar, vamos a sentir que, ante los ojos de
los demás, estamos fracasando.
El
escritor de la Epístola a los Hebreos, en el capítulo 11, dice: “me faltaría
tiempo para hablar de Gedeón, Barak, Sansón, Jefté, David, Samuel, los
profetas, los cuales, por la fe, conquistaron reinos, hicieron justicia,
alcanzaron lo prometido, cerraron bocas de leones, apagaron la furia de las
llamas, escaparon del filo de la espada, sacaron fuerza de la flaqueza, se
mostraron valientes en la guerra y pusieron en fuga a los ejércitos
extranjeros”. Y nosotros decimos: esto es el éxito!!!. Queremos estar ahí!!!.
Pero el autor de la Epístola a los Hebreos sigue escribiendo: “otros sufrieron
burlas, azotes, incluso cadenas, cárceles y muerte…”.
Esta
todo en el mismo episodio de los “héroes de la fe” (Hebreos, 11). La pregunta
que podríamos hacernos es ¿solo la primera mitad fue exitosa?. ¿Quiénes fueron
los exitosos?. ¿Los que apagaron llamas, los que conquistaron reinos, cerraron
bocas de leones?. ¿Y la otra mitad?. ¿Los que murieron en cárceles, los que los
mataron a golpes, los que fueron serruchados en dos?. ¿Tuvieron éxito estos
últimos o no?. Están todos en el mismo capítulo 11 de Hebreos, que habla de los
“héroes de la fe”.
Vivimos
en una cultura en la que se idolatra el éxito y se sataniza el fracaso. El
éxito es “ganar la copa”, sino fracasamos (aunque hayamos llegado a la final).
Éxito es colgar el diploma en la pared (no solo estudiar y abandonar a poco de
terminar la carrera). Está bien. El éxito, entendido humanamente, es tener
logros y el fracaso es no llegar a cumplir esos logros. Pero, en el reino de
Dios, el resultado no suele ser la cuestión. Si nos va bien o nos va mal, en
términos humanos, a veces, a la vista de Dios, es indistinto. El éxito, en el
reino divino, no es ganar o perder sino OBEDECER….
Un
detalle casi infantil, pero cuando se nos escapa este detalle infantil es
cuando nos frustramos porque decimos: Dios me envió a hacer tal cosa, yo pensé
que iba a estar 10 años pero estuve 3 meses y Dios me saco de ahí ¿qué hice
mal?. Nada. Obedeciste…..
Uno
va a las Escrituras y entiende que, cuando uno tiene que obedecer a Dios, hay
cosas que, aparentemente, pueden salir bien o, aparentemente, pueden salir mal.
Sin embargo, uno esta obedeciendo y eso se llama MAYORDOMIA. Se trata de
sacarle el máximo provecho al tiempo, al don que Dios te dio y al talento que
El te ha dado exactamente donde El te coloco.
Y
he aquí lo que es la definición de éxito en la Biblia: ES CUANDO ESTAS DONDE DIOS TE PUSO, ERES FIEL Y TE MANTIENES ALLÍ
AUNQUE NO VEAS RESULTADOS.
Por
eso, la gran pregunta es ¿Dios te mando o no te mando a hacer lo que estás
haciendo?. Porque si éxito son las multitudes, todas las iglesias grandes
necesariamente son bendecidas por Dios y las pequeñas no sirven. Puede haber un
pastor, en una iglesia pequeña, al cual Dios no llamo. Pero también puede haber
un pastor, al frente de una iglesia multitudinaria, al cual Dios tampoco llamo.
Por eso “multitud” no es sinónimo de llamado de Dios ni “escases de gente” es
sinónimo de falta de bendición. Tener mucho dinero en el banco no significa que
Dios te haya bendecido. ¿Qué es estar en la voluntad de Dios?. ¿Un automóvil
nuevo?....
Hay
una frase que dice: lo peor que te puede suceder es tener éxito en los que Dios
no te llamo…..
Si tienes éxito en lo incorrecto, has
fracasado. Pero si fallas haciendo lo correcto (si te equivocas haciendo lo que
Dios te mando), entonces has tenido éxito. Aunque digas: pero yo no vi ningún fruto. ¿Y quién te
dijo que Dios te manda por el fruto?. ¿Y si los frutos no se ven hasta después
de tu muerte?.
No
entender estos principios te puede causar frustración.
Todo lo
anterior está basado en la siguiente excelente predica de Dante Gebel (les dejo el video):
QUE
DIOS BENDIGA A TODOS!!!!
Marcelo D. D'Amico
Maestro de la Palabra - Ministerio REY DE GLORIA
Marcelo D. D'Amico
Maestro de la Palabra - Ministerio REY DE GLORIA