viernes, 21 de octubre de 2016

EL ÉXITO Y EL FRACASO



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Voy a permitirme narrar una historia real que, en una de sus predicas, relató Dante Gebel:

Hubo un hombre que, siendo médico, un día conoció a Dios. A partir de aquí, comenzó a congregarse y a leer la Biblia con especial entusiasmo. Tenía un ministerio claramente evangelístico. Este hombre, con el tiempo, se destacó y fue conocido en la Asamblea que nucleaba a su congregación.

Cuando surgió la posibilidad de enviar a un misionero para evangelizar a una tribu en la isla de Papúa Nueva Guinea, ubicada al norte de Australia, formando parte del continente de Oceanía, inmediatamente la Asamblea pensó en este médico. Cuando la Asamblea se lo propuso, el médico acepto de inmediato. Hacía tiempo ya que había dejado de ejercer la medicina en forma intensiva y esta era la oportunidad que estaba esperando para dedicarse de lleno a su llamado.

Es así que este médico viaja en avión hacia el continente y, desde allí, toma un avión menor (una especie de aeroplano) que lo deposita en la isla. Allí lo reciben el jefe del destacamento policial de la isla, junto con el líder espiritual de la tribu.

Cuando le preguntan a qué se debe su visita, el médico responde que había sido enviado por la Asamblea que nuclea a su congregación para evangelizar la isla.

El líder espiritual de la tribu le contesta que no había problema si quería quedarse en la isla, pero le aclara que no le sería permitido evangelizar porque en la isla ya había una religión establecida, con sus dioses y rituales. Es más, el anciano le aclara que profesar una religión distinta a la de la isla estaba penado con la muerte por decapitación. Por su parte, el jefe del destacamento policial de la isla le dijo al médico que él no podía garantizarle la seguridad si transgredía esta norma.

El jefe de policía y el anciano le preguntaron al médico si tenía algo más que agregar, a lo que el médico responde que sí, declarando ser precisamente médico. El médico pensó: siempre hace falta un médico en un lugar así, por lo que, si declaro mi profesión, tal vez me gane la confianza del anciano y de la tribu y, con el tiempo, me permitan predicar. Al jefe de policía y al anciano les pareció estupendo e incluso le prometieron montarle una clínica, para atender a los lugareños de la tribu.

El médico se comunicó con la Asamblea para ponerlos al tanto de la situación. Desde la Asamblea le recomendaron que haga lo que el mismo había pensado: que se quedara, que ejerciera su profesión de médico y que, tarde o temprano, una vez ganada la confianza de los lugareños, seguramente se le abrirían las puertas para predicar el evangelio.

Como le fue prometido, al médico le montaron una clínica e incluso recibió inicialmente instrumental y periódicamente medicinas desde el continente. Así comenzó el médico a ocuparse de la salud de los lugareños de la tribu de la isla: hacia nacer a los niños, atendía a los ancianos, curaba a los enfermos. Al llegar la noche, cada día, cenaba y se quedaba leyendo la Biblia hasta altas horas, pensando que, con el tiempo, le permitirían predicar el evangelio. Pero la prohibición jamás se levantó.

Así pasaron los años, mientras el médico atendía con denuedo la salud de los lugareños. Desde su llegada, había descendido drásticamente la muerte infantil y había mejorado la salud de toda la tribu, aumentando considerablemente el promedio de vida del lugar. La tribu lo amaba y era profundamente respetado por el anciano de la tribu y por el jefe de policía. Pero el médico sufría y cada noche le preguntaba a Dios por qué lo había enviado a un lugar donde no podía predicar el evangelio. Para el médico, su vida no tenía sentido alguno. Por si esto fuera poco, la Asamblea que lo había enviado se había olvidado de él y su gestión en la isla fue vista como un fracaso.

Un buen día, el médico murió de muerte natural y fue enterrado con honores y con gran llanto por los lugareños de la tribu. Enterados de su muerte, la Asamblea decidió enviar otro misionero.

Al igual que el médico en su momento, el nuevo misionero viaja en avión hacia el continente y, desde allí, toma un avión menor (una especie de aeroplano) que lo deposita en la isla. Allí lo reciben el (mismo, pero más viejo) jefe del destacamento policial de la isla, junto con el (mismo, pero más viejo) líder espiritual de la tribu.

Cuando le preguntan a qué se debe su visita, el nuevo misionero responde que había sido enviado por la Asamblea que nuclea a su congregación para evangelizar la isla, cosa que no había podido hacer el médico.

El líder espiritual de la tribu le contesta que no había problema si quería quedarse en la isla y que tampoco habría problemas si quería evangelizar. Es más, tanto el anciano como el jefe de policía le prometieron al nuevo misionero edificarle una iglesia. El nuevo misionero, sorprendido, le preguntó al anciano por qué a él se le permitiría predicar el evangelio siendo que el médico no se le había permitido, a lo que el anciano respondió: el médico al que usted hace referencia, vino hace muchos años a esta isla y decidió vivir entre nosotros. El hizo nacer a nuestros niños, atendió a nuestros ancianos y curo a nuestros enfermos con denuedo. Si ese hombre hizo lo que hizo por nosotros, entonces su Dios tiene que ser más grande y mejor que él. Y esta es la razón por la cual a usted le será permitido predicar el evangelio: por que ahora somos nosotros los que queremos conocer al Dios de aquel hombre.

Cuando fue construida la iglesia, el nuevo misionero organizo una campaña evangelística en la cual se entregó a Cristo casi toda la tribu.

Cuando llegaron estas noticias a la Asamblea, rápidamente la gestión del nuevo misionero fue vista como un éxito, al tiempo que se confirmó el fracaso del médico. Pero fue el médico, con su testimonio de vida, el que abrió las puertas al evangelio en la isla.

¿Cuántos de nosotros seremos realmente capaces de predicar a Dios sin abrir la boca?.

Así como el valor no es ausencia de miedo, el éxito no es ausencia del fracaso. A veces, cuando Dios nos asigna a un lugar, vamos a sentir que, ante los ojos de los demás, estamos fracasando.

El escritor de la Epístola a los Hebreos, en el capítulo 11, dice: “me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, Barak, Sansón, Jefté, David, Samuel, los profetas, los cuales, por la fe, conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron lo prometido, cerraron bocas de leones, apagaron la furia de las llamas, escaparon del filo de la espada, sacaron fuerza de la flaqueza, se mostraron valientes en la guerra y pusieron en fuga a los ejércitos extranjeros”. Y nosotros decimos: esto es el éxito!!!. Queremos estar ahí!!!. Pero el autor de la Epístola a los Hebreos sigue escribiendo: “otros sufrieron burlas, azotes, incluso cadenas, cárceles y muerte…”.

Esta todo en el mismo episodio de los “héroes de la fe” (Hebreos, 11). La pregunta que podríamos hacernos es ¿solo la primera mitad fue exitosa?. ¿Quiénes fueron los exitosos?. ¿Los que apagaron llamas, los que conquistaron reinos, cerraron bocas de leones?. ¿Y la otra mitad?. ¿Los que murieron en cárceles, los que los mataron a golpes, los que fueron serruchados en dos?. ¿Tuvieron éxito estos últimos o no?. Están todos en el mismo capítulo 11 de Hebreos, que habla de los “héroes de la fe”.

Vivimos en una cultura en la que se idolatra el éxito y se sataniza el fracaso. El éxito es “ganar la copa”, sino fracasamos (aunque hayamos llegado a la final). Éxito es colgar el diploma en la pared (no solo estudiar y abandonar a poco de terminar la carrera). Está bien. El éxito, entendido humanamente, es tener logros y el fracaso es no llegar a cumplir esos logros. Pero, en el reino de Dios, el resultado no suele ser la cuestión. Si nos va bien o nos va mal, en términos humanos, a veces, a la vista de Dios, es indistinto. El éxito, en el reino divino, no es ganar o perder sino OBEDECER….

Un detalle casi infantil, pero cuando se nos escapa este detalle infantil es cuando nos frustramos porque decimos: Dios me envió a hacer tal cosa, yo pensé que iba a estar 10 años pero estuve 3 meses y Dios me saco de ahí ¿qué hice mal?. Nada. Obedeciste…..

Uno va a las Escrituras y entiende que, cuando uno tiene que obedecer a Dios, hay cosas que, aparentemente, pueden salir bien o, aparentemente, pueden salir mal. Sin embargo, uno esta obedeciendo y eso se llama MAYORDOMIA. Se trata de sacarle el máximo provecho al tiempo, al don que Dios te dio y al talento que El te ha dado exactamente donde El te coloco.

Y he aquí lo que es la definición de éxito en la Biblia: ES CUANDO ESTAS DONDE DIOS TE PUSO, ERES FIEL Y TE MANTIENES ALLÍ AUNQUE NO VEAS RESULTADOS.

Por eso, la gran pregunta es ¿Dios te mando o no te mando a hacer lo que estás haciendo?. Porque si éxito son las multitudes, todas las iglesias grandes necesariamente son bendecidas por Dios y las pequeñas no sirven. Puede haber un pastor, en una iglesia pequeña, al cual Dios no llamo. Pero también puede haber un pastor, al frente de una iglesia multitudinaria, al cual Dios tampoco llamo. Por eso “multitud” no es sinónimo de llamado de Dios ni “escases de gente” es sinónimo de falta de bendición. Tener mucho dinero en el banco no significa que Dios te haya bendecido. ¿Qué es estar en la voluntad de Dios?. ¿Un automóvil nuevo?....

Hay una frase que dice: lo peor que te puede suceder es tener éxito en los que Dios no te llamo…..

Si tienes éxito en lo incorrecto, has fracasado. Pero si fallas haciendo lo correcto (si te equivocas haciendo lo que Dios te mando), entonces has tenido éxito. Aunque digas: pero yo no vi ningún fruto. ¿Y quién te dijo que Dios te manda por el fruto?. ¿Y si los frutos no se ven hasta después de tu muerte?.

No entender estos principios te puede causar frustración.

Todo lo anterior está basado en la siguiente excelente predica de Dante Gebel (les dejo el video):




QUE DIOS BENDIGA A TODOS!!!!


Marcelo D. D'Amico
Maestro de la Palabra - Ministerio REY DE GLORIA