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Te dejo el video donde predico acerca de este tema (el contenido del video es el mismo que el expuesto mas abajo):
Vamos a estar hablando, en este
estudio, de un tema sensible dentro de lo que es la doctrina cristiana, como lo
es el suicidio (incluida la eutanasia) y el destino eterno de los suicidas.
La Biblia no habla directamente del suicidio, es decir, la palabra “suicidio” no aparece en la Biblia, pero este no es un argumento suficiente como para afirmar que la Biblia no fija una posición sobre este tema. Por ejemplo, la palabra “Trinidad” tampoco aparece en la Biblia. No obstante, este argumento no es suficiente como para negar la Trinidad Divina, es decir, el hecho de que las Escrituras hablan de un Dios que se manifiesta en tres personas distintas como lo son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sin dejar, por ello, de ser un Único Dios.
La Biblia no habla directamente del suicidio, es decir, la palabra “suicidio” no aparece en la Biblia, pero este no es un argumento suficiente como para afirmar que la Biblia no fija una posición sobre este tema. Por ejemplo, la palabra “Trinidad” tampoco aparece en la Biblia. No obstante, este argumento no es suficiente como para negar la Trinidad Divina, es decir, el hecho de que las Escrituras hablan de un Dios que se manifiesta en tres personas distintas como lo son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sin dejar, por ello, de ser un Único Dios.
Por consiguiente, no nos queda otra
alternativa que analizar el tema del suicidio a la luz de las doctrinas
fundamentales de las Escrituras.
La
salvación
El Evangelio de salvación predicado
por Pablo no lo aprendió de ningún hombre sino que le fue revelado por
Jesucristo (Gálatas, 1:11-12). Y lo que Pablo predico es que la salvación es
por gracia, por medio de la fe en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4) y no por
obras (Efesios, 2:8-9, Tito, 3:5). Hay más versículos que hablan acerca de la
salvación, pero con estos que hemos citado alcanza para afirmar que nada más se
nos requiere pasa ser salvos.
La gracia (que hemos mencionado) puede
ser definida como el favor inmerecido de Dios por medio del cual los hombres
pueden ser salvos, vivir en santidad y obedecer sus mandamientos. La gracia es
la actividad unilateral de Dios por medio de la cual Él está continuamente
atrayendo las almas hacia sí mismo.
Siendo la gracia la causa de la
salvación, el modo de acceder a ella es por medio de la fe (Romanos, 5:2) en el
Evangelio (1 Corintios, 15:1-4).
Este Evangelio predicado por Pablo
claramente es un Evangelio de “gracia + fe” (sin obras).
La
confesión
Pero aun después de ser salvos
seguimos pecando.
El apóstol Juan al respecto escribe:
1 Juan, 1:8 Si decimos que no tenemos
pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en
nosotros. 1:9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para
perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. 1:10 Si decimos
que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en
nosotros.
Juan dice “si decimos”, es decir, se
incluye, con lo cual está hablando de la iglesia, es decir, de gente que ya es
salva. Lo que Juan está diciendo es que un cristiano que no reconoce su pecado:
[1] se engaña a sí
mismo;
[2] la verdad (que es
la Palabra de Dios) no está en él; y
[3] hace mentiroso a
Jesucristo;
Pero Juan no solo reconoce el problema
del pecado en un cristiano (aun después de ser salvo), sino que da un paso más
y habla de la solución al problema: la confesión (1 Juan, 1:9). Juan dice que,
si confesamos nuestros pecados, el Señor nos vuelve a limpiar.
Cuando pecamos luego de ser salvos, no
perdemos la salvación pero nuestra comunión con Dios puede verse interrumpida,
lo cual puede frenar alguna bendición que Dios tiene para nosotros. La manera
de restaurar la comunión con Dios, perdida a causa del pecado, es por medio de
la confesión de nuestros pecados. El poder redentor de la sangre de Cristo
derramada en la cruz del calvario es eterno. Si esto no fuera así, el Señor
tendría que bajar a morir en la cruz cada vez que pecamos luego de haber sido
salvos.
Como está escrito:
Hebreos, 9:24 Porque no entró Cristo
en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo
para presentarse ahora por nosotros ante Dios; 9:25 y no para ofrecerse
muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con
sangre ajena. 9:26 De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas
veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los
siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para
quitar de en medio el pecado.
Hebreos, 10:11 Y ciertamente todo
sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos
sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; 10:12 pero Cristo, habiendo
ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado
a la diestra de Dios, 10:13 de ahí en adelante esperando hasta que sus
enemigos sean puestos por estrado de sus pies; 10:14 porque con una sola
ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.
Pero ¿qué es confesar?.
La palabra “confesión” viene de la
palabra griega “homologeo” que, a su vez, proviene de dos raíces griegas:
“homo” (que significa “lo mismo”) y “logeo” (que significa “hablar”). De modo
que la palabra “confesión” significa “hablar lo mismo”. ¿Hablar lo mismo que
quien?. Hablar lo mismo que Dios. Deben evitarse las oraciones generales del
tipo “Señor, perdóname, porque he pecado”. Esto no es confesar. La confesión
tiene más que ver con una oración del tipo “Señor, perdóname, porque días atrás
murmuré contra tal hermano, porque este mes no he diezmado lo que correspondía
o porque anoche estuve mirando pornografía”.
Solo estamos confesando cuando somos
capaces de hablar de nosotros mismos lo mismo que hablaría Dios, lo cual
implica la difícil tarea de vernos como Dios nos ve (para bien y para mal).
La
confesión es posterior a la consumación del pecado
Una vez que creemos en el Evangelio de
la salvación (1 Corintios, 15:3-4), entramos en la gracia (Romanos, 5:2) y
accedemos a la salvación (Efesios, 2:8-9). Lamentablemente, como hemos visto,
después de que somos salvos, volvemos a pecar (1 Juan, 1:8). Pero, para nuestra
fortuna, si confesamos nuestros pecados, Dios nos vuelve a perdonar y a limpiar
de toda maldad (1 Juan, 1:9) y esto es posible porque el poder redentor de la
sangre de Cristo es eterno (Hebreo, 10:14).
El arrepentimiento y la confesión
deben ser posteriores a la consumación del pecado y no previos. Yo no puedo
arrepentirme y confesar “preventivamente” lo que todavía no he hecho, para que,
cuando lo haga (cuando se consuma el pecado), pueda aplicarse este
arrepentimiento y confesión previos “como pago” para lavar ese pecado futuro.
Para que se entienda: no puedo mostrar
arrepentimiento por y confesar algo que aún no hice (pero que hare de todos
modos) y que se que es contrario a la Palabra de Dios. Si verdaderamente
estaría arrepentido, de tan solo haberlo pensado pediría perdón a Dios por ese
pensamiento y jamás lo concretaría. ¿Se entiende el punto?.
En ninguna parte de las Escrituras
está planteada, ni siquiera remotamente, la posibilidad del arrepentimiento y confesión
anticipada de pecados.
Pecados
que impiden nuestra entrada en el reino
Hay un versículo en la Biblia donde se
nos da una lista de pecados que, si al morir permanecen inconfesados, nos
impiden directamente la entrada en el reino:
Apocalipsis, 21:7 El que venciere
heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. 21:8 Pero los
cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y
hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago
que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.
Uno de los pecados mencionados es el
de homicidio, es decir, el de matar a un hombre (varón o mujer). Y, si no
podemos entrar en el reino, el lugar que nos espera es el infierno.
El
suicidio es homicidio
El suicida, básicamente, es un
homicida porque está matando a una persona, aunque se trate de el mismo.
La palabra “homicidio” procede del
latín “homicidium”, un término compuesto, a su vez, de dos raíces: “homo”
(que significa "ser humano u hombre") y “caedere” (que significa
"matar"), de modo que, literalmente, la palabra “homicidio” significa
"matar a un ser humano o a un hombre (varón o mujer)".
El suicida es un “ser humano” y,
aunque se trate de el mismo, esta “matando a un hombre”. Por consiguiente, el
suicidio es homicidio. Lo que el suicida está cometiendo, en realidad, es un
auto homicidio. Y la Biblia dice que un homicida no heredara el reino de Dios y
esta revelación es del mismísimo Jesucristo (Apocalipsis, 21:8).
Ahora bien, alguien que comete
homicidio ¿se hace acreedor al infierno sin posibilidad de obtener el perdón de
Dios, por aplicación de Apocalipsis, 21:8?. De ninguna manera. Si hay
arrepentimiento por ese pecado y se confiesa, Dios otorga el perdón y
Apocalipsis, 21:8 queda sin aplicación. Si el homicida, en cambio, no se
arrepiente y no confiesa, cuando se muera se va al infierno (Apocalipsis, 21:8).
¿Cuál es el problema con el suicida en
todo esto?. Que después de cometer el pecado (después de quitarse la vida) no está
vivo para arrepentirse ni mucho menos para confesar (hablar). El pecado, por
tanto, le queda inconfeso e imperdonado y, como se trata de un pecado que
impide la entrada en el reino (Apocalipsis, 21:8), se va al infierno.
En el caso del suicida, la consumación
del pecado de homicidio requiere su propia muerte, lo cual, a su vez, luego no
le permite arrepentirse y confesar, porque está muerto. ¿Se entiende el punto?.
Otras
razones bíblicas por las que no podemos suicidarnos
Hemos demostrado que el suicidio es
homicidio, motivo por el cual requiere arrepentimiento, confesión y perdón para
ser admitido en el reino (Apocalipsis, 21:8), algo que el suicida, una vez
muerto, no puede hacer.
No obstante, hay dos razones más, de
mayor peso todavía, por las cuales la Biblia, sin mencionarlo directamente,
condena el suicidio.
[1] No somos nuestros dueños:
1 Corintios, 6:19 ¿O ignoráis que
vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual
tenéis de Dios, y que no sois vuestros? 6:20 Porque habéis sido comprados
por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu,
los cuales son de Dios.
Pablo dice que ya no somos nuestros
dueños, porque hemos sido comprados por precio. ¿Y cuál es ese precio?. El apóstol
Pedro lo sabía bien:
1 Pedro, 1:18 sabiendo que fuisteis
rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros
padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, 1:19 sino con la
sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación,
Fuimos rescatados de nuestra
pecaminosa manera de vivir, con la sangre de Cristo. Si no somos nuestros
dueños, entonces mal podemos pretender disponer de nuestra vida, cometiendo
suicido.
[2] Jesucristo tiene las llaves de la
muerte:
Apocalipsis, 1:18 y el que vivo,
y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo
las llaves de la muerte y del Hades.
Jesucristo dice de sí mismo que él
tiene las llaves de la muerte y del Hades.
La palabra “Hades” es una palabra
griega para “infierno” y es equivalente a la palabra hebrea “Seol” que también
significa “infierno”. Esto significa que nadie entra ni sale del infierno sin
la aprobación de Jesucristo.
Que Jesucristo tenga, además, las
llaves de la muerte, significa que,
luego de su sacrificio en la cruz y de su posterior resurrección, El
tiene potestad sobre la muerte:
Mateo, 28:18 Y Jesús se acercó y les
habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.
La frase “toda potestad” incluye,
claro está, la “potestad sobre la muerte”.
Y no solamente porque El la ha
vencido, al resucitar de entre los muertos, sino porque solo Cristo puede
decidir sobre la muerte de alguien. El suicida, al decidir quitarse la vida, despoja
momentáneamente a Jesucristo de esa facultad, ejecutando un acto solo reservado
a Dios. Y tal vez sea este (y no el auto homicidio en sí) el verdadero pecado castigado
con el infierno.
Acabamos de leer que no somos nuestros
dueños y que solo Jesucristo puede disponer de la vida de alguien. ¿Por qué
estará escrito esto en la Biblia?. ¿Hace falta que la Biblia mencione la
palabra suicidio?.
Eutanasia
No hemos dicho nada acerca de la
eutanasia, porque creemos que resulta totalmente asimilable al suicidio de modo
que, todo lo que hemos dicho hasta aquí sobre el suicidio, resulta igualmente
aplicable a la eutanasia.
La palabra “eutanasia” proviene
de dos raíces griegas: "eu" y "thanatos", que significa
‘buena muerte’ y puede ser definida como la acción u omisión que acelera la
muerte de un paciente desahuciado, con su consentimiento, con la
intención de evitar sufrimiento y dolor. La eutanasia está asociada
al final de la vida sin sufrimiento. No se incluye aquí la desconexión de personas
en estado de inconsciencia.
En la eutanasia, al igual que en el
suicidio, la muerte es “planeada y para dejar de sufrir”. El suicida sufre (o
cree que sufre) y, para poner fin a ese sufrimiento, planea y ejecuta su propia
muerte. Por eso la eutanasia es asimilable al suicidio, “asistido” en este caso
y legal en varios países.
¿Es el suicidio un caso de pérdida de
la salvación?
Como muchos ya saben, es doctrina de
este sitio que la salvación, una vez acontecida, no puede perderse. Según
Pablo, el Espíritu Santo se recibe por el oír con fe el Evangelio (1 Corintios,
15:3-4), luego de lo cual, el Espíritu Santo no solo viene a morar (1
Corintios, 3:16, 6:19) sino que, además, es sellado en nosotros (Efesios,
1:13-14, Efesios, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22). A partir de aquí, ya no somos
nuestros dueños (1 Corintios, 6:19), porque fuimos comprados por precio (1
Corintios, 6:20), siendo el precio pagado la sangre preciosa de Jesucristo (2
Pedro, 1:18-19). Y a partir de que el Espíritu Santo mora en nosotros (no
antes) comienza su obra de regeneración (Juan, 16:8). Pablo agrega, además, que
aquel que comenzó en nosotros la buena obra (el Espíritu Santo) la
perfeccionara (la hará cada vez mejor) hasta el día de Jesucristo, es decir,
hasta el rapto de la iglesia (Filipenses, 1:6). Como puede verse, en un
“suicida cristiano” toda esta palabra queda sin cumplirse, con lo cual, a la
única conclusión a la que podemos arribar es que un suicida, aunque se haya
autoproclamado “cristiano”, nunca fue verdaderamente salvo, de modo que no se
puede perder lo que nunca se tuvo (la salvación).
Conclusión
Muchos líderes cristianos sostienen
que “no somos quienes para decir si alguien está en el cielo o en el infierno, en
este caso, por cometer suicidio”, tal vez porque en sus congregaciones hay
gente que ha perdido seres queridos por tal motivo y no quieren “herir
susceptibilidades”.
No obstante:
[a] la Palabra de Dios es clara y debe
ser predicada tal cual es; y
[b] no deben alimentarse falsas
esperanzas en familiares de suicidas, alentándolos a que, algún día, se
reencontraran en el cielo con sus seres queridos que decidieron quitarse la
vida;
Si en Apocalipsis, 21:8 la Biblia dice
que ningún homicida que se muera con ese pecado inconfeso e imperdonado entrara
en el reino de los cielos, entonces así será (solo porque Dios lo ha dicho). No
podemos decir que no sabemos dónde se encuentra un homicida (suicida, en este
caso), muerto con ese pecado imperdonado e inconfeso, porque Dios ya ha dicho
donde no está.
Debemos ser claros, aun a riesgo de
caer antipáticos, no solo con los familiares de un suicida sino,
fundamentalmente, con aquellos que, sin saberlo nosotros, están aún vivos y barajando
la posibilidad de cometer suicidio, por lo que una palabra nuestra, veraz, tal
vez los haga rever su postura. Y esto es lo que Dios va a demandarnos.
Al respecto, Ezequiel escribe:
Ezequiel, 3:17 Hijo de hombre, yo te
he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi
boca, y los amonestarás de mi parte. 3:18 Cuando yo dijere al impío: De
cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea
apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad,
pero su sangre demandaré de tu mano. 3:19 Pero si tú amonestares al impío,
y él no se convirtiere de su impiedad y de su mal camino, él morirá por su
maldad, pero tú habrás librado tu alma.
Si hay alguna excepción, la misma será
decidida, en su soberanía, por Dios mismo. Hasta donde Dios nos ha revelado en
su Palabra, ha quedado demostrado que el suicidio (y la eutanasia) es un pecado
pasible de ser castigado con muerte eterna.
Al no haber, con posterioridad a la
consumación del pecado, posibilidad alguna de arrepentimiento, confesión y
perdón, dicho pecado es castigado con el infierno y luego con el lago de fuego.
Fue derramada sangre inocente por
nosotros: la sangre de Cristo, que es sangre de Dios.
No la tengas en poco, quitándote la
vida.
QUE DIOS LOS BENDIGA!
Marcelo D. D’Amico
Maestro de la Palabra